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jueves, agosto 24, 2006

EL ACUERDO O LA VIOLENCIA.

El equilibrio catastrófico.

José Fernández Santillán.
24 de agosto de 2006

Convengamos en que, en esta etapa postelectoral, la disputa por el poder se ha vuelto terriblemente compleja. Tanto así que muchos analistas no encuentran la clave para interpretar esta realidad que se muestra terca para adaptarse a sus esquemas prefabricados. No obstante, con el virtual empate técnico entre Felipe Calderón y AMLO han aparecido variables políticas inesperadas. Con ello, nos hemos visto obligados a ver más a fondo lo que está sucediendo en nuestro país.

Esta complejidad inesperada es el límite con el que se han topado los estudios acerca de la opinión pública, la teoría de los escenarios, la ingeniería constitucional y todo ese sustrato doctrinario que opera en las consultorías, en los consorcios mediáticos y en un buen número de asesores de partidos políticos.

La contienda por el voto ciudadano ha sido el escaparate tras el cual se escenifica una trama mucho más entreverada. En el centro de la disputa, a mi parecer, está el declive de la élite del poder que ya no logra darle continuidad a su dominio. Esa élite está compuesta por grupos ubicados en el vértice de la pirámide social como la tecnocracia financiera vinculada con grupos empresariales, la Iglesia católica y sus diferentes ramales, así como grupos ultraconservadores, ejemplificados por El Yunque.

El dominio de esta élite está llegando a su fin porque las elecciones, cualquiera que sea su resultado, despertaron inquietudes sociales. Son inquietudes que, desde la base, están contrastando con el vértice de la pirámide social. En su miopía, el grupo situado en el mando no se percata de que esas fuerzas sociales hubiesen podido salir a la superficie de una manera violenta si no hubiesen tomado expresión política en torno de una coalición y un liderazgo específicos.

Preguntémonos: ¿por qué tenemos un movimiento de protesta popular hoy en día? Respondo: porque hay grupos sociales que no creen en los argumentos y justificaciones oficiales acerca del triunfo de Felipe. Con todo y los millones de dólares que se han gastado en spots y propaganda, la credibilidad no aumenta. Asistimos a una crisis de legitimidad postelectoral. Cuando las autoridades no atinan a comprender lo que acontece a su alrededor, este tipo de crisis terminan en la utilización de la fuerza o en el caos. En otras ocasiones, al quedar empatadas las corrientes situadas, respectivamente, en la base y en el vértice se presenta un "equilibrio catastrófico". No obstante, el conflicto puede canalizarse hacia un acuerdo entre el pueblo y la oligarquía para que el país adopte un "nuevo orden".

Para eso se necesita entender lo que está pasando. Es un error garrafal decir que el descontento ha sido provocado por una sola persona. Andrés Manuel López Obrador podrá ser muy importante, no obstante, esta es una lucha que no se agota en su figura. Tampoco es posible sostener que la acción de protesta se circunscribe a la coalición Por el Bien de Todos. Más bien, esa coalición ha sido el catalizador de la inquietud social. Desgraciadamente la visión de los "especialistas" no llega a comprender el problema de fondo que es, primordialmente, de orden social.

Ante la pérdida de credibilidad por parte de la oligarquía queda, como último recurso, la coacción física. De hecho se oyen voces que insisten en echar a andar la maquinaria represiva. Se olvida que cuando se echa a andar la fuerza pública es porque los instrumentos de la política fallaron.

Podemos decir que ante un conflicto como el que aqueja a nuestro país, en el que hay un choque de fuerzas populares y oligárquicas, existen dos caminos: el acuerdo o la violencia. La tentación represiva debe ser frenada para privilegiar la formación de consensos. Esa es la ruta democrática. Permitir que la imposición siente sus reales sería tanto como admitir que la transición fracasó y que entramos a una etapa de decadencia. Cuando la clase política ya no logra convocar a la conciliación y hacer que su llamado sea efectivo, la causa de la integración social, entre la base y el vértice se desvanece y se entra en el terreno de lo imprevisible en donde ya no opera la legitimidad democrática sino la simple voluntad del más fuerte.

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