Para estudiosos e investigadores de diversas especialidades, el recién establecido aumento al precio de la tortilla es resultado de un profundo desconocimiento y desprecio de la historia y la cultura, y sus implicaciones serían desastrosas: pérdida de identidad, empobrecimiento del país y el riesgo de una revuelta social de alcances insospechados. En suma, una decisión errónea que, alertan, pondrá en un brete al nuevo gobierno.
“Sin maíz no hay país” es más que el lema de una movilización ante el incremento del precio de la tortilla y otros insumos básicos. Mucho más también que el ingenioso título de una magna exposición presentada hace cuatro años en el Museo Nacional de Culturas Populares (MNCP).
Es una realidad que alerta sobre la viabilidad del país si se insiste en dejar en la miseria y la marginalidad las milpas tradicionales, abandonar la soberanía alimentaria ante las empresas trasnacionales, permitir la siembra de maíz transgénico y mantener políticas económicas alejadas de la cultura y las necesidades sociales de México.
Así lo consideró el antropólogo, sociólogo y politólogo Armando Bartra, miembro de Desarrollo Rural Maya, A.C. Entrevistado por Proceso al término de su participación en la mesa redonda Maíz y consumo popular: transgénicos y especulación, organizada por la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) la noche del miércoles 7 de febrero en la Casa de la Cultura San Ángel, el sociólogo puso en relieve que el maíz no es solamente un grano, una mercancía o un alimento resultado de una producción física, sino también parte de una producción simbólica, cultural, social y ambiental.
En el foro de discusión, además de Bartra, participaron los investigadores Alejandra Covarrubias, del Instituto de Biotecnología de la UNAM; Daniel Piñeiro, del Instituto de Ecología de la UNAM; Antonio Turrent y Alejandro Espinosa, del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, y miembros de la UCCS.
Se abordó el problema del maíz desde diversos ángulos: genético, ambiental, económico, alimentario. Y se advirtió de las consecuencias que tendrá la introducción de maíz transgénico, pues contaminará los plantíos de las especies de maíz criollo del país. Piñeiro lo explicó coloquialmente al señalar que las plantas son extremadamente “promiscuas” y sus genes se mezclan prácticamente en forma natural sin intervención del ser humano por efecto de la polinización:
“El maíz tiene un sistema de entrecruzamiento abierto. Si se introduce un transgénico de maíz en lugares cercanos a una raza criolla, habrá entrecruzamiento entre ellos y a eso se le llama flujo génico. Si el flujo génico es continuo, la frecuencia del transgénico aumentará en la raza criolla.”
Turrent advirtió por su parte que hacia el año 2025 la población del mundo será de 8 mil 500 millones de habitantes, de los cuales 83% se ubicará en países deficitarios de alimentación, entre ellos México, por lo cual es urgente comenzar a producir reservas estratégicas de maíz, aprovechando no sólo el maíz criollo, sino también las tecnologías de maíces híbridos, no transgénicos, y la riqueza del suelo y agua de la región del sureste mexicano:
“Tenemos que decidir como sociedad y como Estado si queremos ir para allá o vamos a enfrentar las deficiencias de maíz en el mundo.”
Recordó que el gobernante azteca Ahuízotl enfrentó una sequía de tres años en el Valle de México, pero aprendió “como Estado” que debía tener reservas estratégicas de maíz, y las tuvo. Entonces lamentó que ese hecho se hubiera olvidado hoy, así como el que los movimientos armados más importantes de México, la Independencia y la Revolución Mexicana, hubieran estado precedidos de una escasez de maíz.
Lejos de pensar en reservas, México está importando maíz. Con ironía, Bartra explicó en su intervención cómo fue posible que se cayera en esa dependencia en un terreno tan sensible como es la alimentación cuando “los tecnócratas en el poder renunciaron a la soberanía alimentaria con base en ventajas comparativas”:
“Un paradigma en el cual es mejor exportar mexicanos e importar comida que apoyar a los mexicanos para que cultiven. Si no hubiera dolor humano de por medio, y eso no les importa a los economistas, sin duda sería un gran negocio: Estamos recibiendo 23 mil millones de dólares de remesas e importando 10 mil millones en alimentos. ¿Para qué los queremos aquí produciendo alimentos? Que se vayan allá a producir los mismos alimentos que nosotros a veces importamos. Es un paradigma en el cual este intercambio es virtuoso.”
Pan racista
El sociólogo llamó la atención sobre el aspecto cultural de toda esta problemática. Y atribuyó el desprecio por el maíz a una cuestión racista:
“El maíz es identidad porque es el sustento de los pobres, el alimento básico de la mayoría del pueblo mexicano. En el Nuevo cocinero mexicano, un libro de recetas publicado en 1831, se define al maíz como ‘planta indígena del suelo americano que se ha cultivado con sumo provecho de la gente pobre, que en su fruto ha encontrado un alimento sano, sabroso al paladar y barato’. Inmediatamente después, en el mismo diccionario, dice: ‘Este ramo de industrias se ha descuidado enteramente con notable prejuicio de los pobres, que tendrían pan a menor precio por ser siempre más barato el maíz que el trigo’.”
Y tras citar al científico viajero Alejandro de Humboldt, quien advertía desde el siglo antepasado que un año sin cosecha de maíz es de hambre y miseria para los mexicanos, el sociólogo subrayó el aspecto discriminatorio que se remonta a los criollos y la sociedad afrancesada hasta nuestros días:
“El maíz ha sido relegado por consideraciones racistas. El desprecio racial a los pueblos originarios ha sido una constante de la derecha mexicana... Un desprecio que se complementa con la subestimación de las lenguas, las culturas, los alimentos. Y además de discriminatoria, la derecha es socialmente insensible y le tiene básicamente sin cuidado el hambre del pueblo, salvo cuando el pueblo se alborota, de modo que ni por razones culturales ni por razones sociales le preocupa mayormente la falta de maíz.”
Como un “inmejorable ejemplo del racismo alimentario de la derecha”, el sociólogo citó al historiador del siglo XIX Francisco Bulnes, “político mexicano brillante por lo demás, hombre hostil a Benito Juárez, favorable a Porfirio Díaz, enemigo de la Revolución Mexicana en 1910, que renegaba de quienes defendían los derechos de los indios, con argumentos idénticos a los de los derechistas contemporáneos, como por ejemplo el también brillante historiador Enrique Krauze”.
Bulnes, dice Bartra, sostenía la superioridad racial de los blancos comedores de trigo frente a los morenos consumidores de maíz y los amarillos de arroz. Para él eran razas de segunda y justificaba cualquier exceso civilizatorio de los novohispanos.
En su libro ¡Vivan los tamales! La comida y la construcción de la identidad mexicana, el investigador estadunidense Jeffrey M. Pilcher relata que también a principios del siglo XX “las élites mexicanas lanzaron un ataque cabal contra el maíz, al que consideraban responsable del fracaso de las campañas nacionales de desarrollo.
“Los intelectuales, armados de aplicaciones espurias de la flamante ciencia de la nutrición, sostenían que el maíz era inherentemente inferir al trigo, y que el progreso sólo sería posible si el gobierno lograba desacostumbar a los indios del maíz y enseñarles a comer grano europeo.”
No se logró reemplazar a la tortilla, pero sí convertirla en mercancía “transformando al maíz, de cosecha de subsistencia, en artículo de mercado”.
En la actual coyuntura, Bartra percibe dos posiciones: la que considera la importancia de recuperar la producción maicera campesina –tanto por razones economías como de justicia social y de preservación de la cultura– y la de quienes lo ven como un mero asunto de mercado y apuestan a la importación y la función empresarial, incluso trasnacional, aunque sea en suelo mexicano.
Evocó que hace más de dos décadas, cuando se inauguró el MNCP, el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla presentó la exposición El maíz, fundamento de la cultura popular mexicana como una respuesta a las crisis de los años setenta, la cual se acompañó con un libro:
“Una acción política-cultural con la cual se reivindica el carácter nacionalista e idealista de la defensa de la milpa, y un libro publicado con argumentos de que importamos 25% de lo que consumimos de maíz, resultan plenamente vigentes para romper el círculo vicioso de la dependencia: es preciso alcanzar la autosuficiencia.”
Aporte universal
En un texto publicado en 1982 en el periódico El Día, compilado en sus Obras escogidas, Bonfil Batalla explica la relación del maíz con la historia del país:
“Durante milenios, la historia del maíz y la del hombre corren paralelas en estas tierras. Más que paralelas: están indisolublemente ligadas. El maíz es una planta humana, cultural en el sentido más profundo del término, porque no existe sin la intervención inteligente y oportuna de la mano, no es capaz de reproducirse por sí misma. Más que domesticada, la planta de maíz fue creada por el trabajo humano.”
Más allá de sólo celebrar la domesticación de la planta, Bonfil Batalla alertaba en su texto:
“Frente al proyecto popular, abiertamente opuesto a él, se yergue otra manera de concebir el maíz, otro proyecto. Éste pretende desligar al maíz de su contexto histórico y cultural para manejarlo exclusivamente en términos de mercancía y en función de intereses que no son los de los sectores populares. Hace del maíz un valor sustituible, intercambiable y aun prescindible. Porque excluye precisamente la opinión y el interés de los sectores populares, los que crearon al maíz y han sido creados por él.”
Para Bartra, el alza de la tortilla es una señal de que el tiempo se acaba y de que México no puede esperar más a que la riqueza concentrada arriba, “gotee” hacia las poblaciones más pobres, pues éstas son cada vez más pobres y viven en una miseria y desesperanza “que la derecha enfrenta con migajas asistenciales o con tanquetas”:
“Si queremos recuperar a México, necesitamos retomar las riendas de la nación rescatando para el pueblo la soberanía que los gobiernos anteriores hipotecaron por migajas. Una soberanía para crear empleos, para producir alimentos, pero también para preservar nuestra diversidad biológica, nuestra diversidad cultural, asuntos mayores que sin duda no pueden dejarse al arbitrio del mercado.”
En la entrevista subrayó que no se trata de pensar cómo lograr que baje el precio de la tortilla, sino cómo lograr de nuevo una producción suficiente de granos básicos para el consumo nacional y un modelo de desarrollo para el país entero, la economía, la sociedad y la identidad nacional, para que situaciones como la desencadenada por la especulación no vuelvan a suceder.
Refirió entonces a otra cuestión cultural: La relación campo-ciudad:
“El problema no es recuperar la soberanía alimentaria en el sentido de aumentar la cosecha nacional de alimentos, el problema es darle sentido a una relación entre los que vivimos en las grandes urbes y los que siguen viviendo –para fortuna de todos– en el campo, que sea una relación más armoniosa. Sólo será posible si no vemos al campo como un lugar en donde hay pobreza, miseria, aislamiento, en donde no hay servicios, debemos ver al campo como nuestra otra cara, nuestra otra expresión: nuestra expresión rural... Maíz es cultura, maíz es identidad, esto hay que decirlo cuando la tortilla es cara.”
–Dado que la cultura es el sustento de una nación y el maíz es parte de esa identidad, ¿está en riesgo el país como nación?
–Sí, y no creo que sea un problema sólo de pérdida de identidad, sólo de pérdida de cultura, que no es poco: la tortilla puede subir su precio de un día para otro, pero la destrucción de la cultura lleva décadas, lleva mucho más tiempo.
“El problema de la viabilidad del país tiene que ver con una recuperación de soberanía. Y se refiere a todo: a nuestro derecho como nación, como pueblo, a impulsar, por ejemplo, el que se generen empleos dignos. Si no generamos empleos dignos en nuestro propio país, pensando que el problema se va a resolver por la vía de la migración y que se van a ir a Estados Unidos a ganar más dinero y esto ayuda a la economía nacional, estamos sacrificando la viabilidad del país.”
Se le pregunta si las autoridades culturales deberían estar atentas a este tema. En su opinión, la administración de la cultura en México no ha estado tan ausente y recuerda que en 2003 se montó la exposición Sin maíz no hay país, remembranza de la organizada por Bonfil Batalla:
“Encontramos en general en la política cultural una recuperación de los elementos identitarios folclóricos, campesinos, indígenas. Lo que quisiera decir es: esto es un valor que se debe reflejar también en la política económica. El problema es que hay una parte del gabinete que se ocupa de las cuestiones ‘menores’: de la cultura, el desarrollo social, la salud, la educación de la gente, la pobreza extrema, y hay otra parte del gabinete, el gabinete duro, el fuerte, los pesos mayores, que son Economía, Hacienda, Comercio, que se ocupan del destino del país.
“Mientras permitamos que el maíz sea objeto de un área de la administración pública, de carácter cultural por ejemplo, y no se refleje en las prioridades del secretario de Economía, Hacienda o Agricultura, entonces estamos dándole un brochazo de reconocimiento al maíz y al mismo tiempo permitiendo que se hunda la agricultura campesina maicera.”
–Cuando se aprobó la Ley Monsanto, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes buscaba el reconocimiento de la UNESCO a la gastronomía mexicana.
–Así es. Hay una relación absolutamente directa. Se está diciendo: “Que se reconozca la variedad de las tortillas, tamales, atoles, no sólo del maíz, sino el resto de los alimentos como cultura a nivel internacional”. Y al mismo tiempo estamos permitiendo que se contamine. Hay una suerte de cultura utilizada como el decorado de la nación, lo que nos sirve para vender imagen, pero detrás de esto hay una destrucción de la base material de esta cultura.
Esta semana el antropólogo Eckart Boege, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia y autor del libro El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas en México, de próxima aparición, se pronunció porque, ante el riesgo de que compañías trasnacionales modifiquen ligeramente las semillas de maíz nativas y las patenten como propias, se otorgue denominación de origen al maíz mexicano que cuenta con 59 razas.
Ante la propuesta, Bartra reiteró que está bien reconocer el origen del maíz, como se reconoce el del cognac o el del tequila:
“Pero insisto, es una fórmula mercadotécnica, significa que puedes posicionar en el mercado algo que tiene un reconocimiento de origen y te permite darle un valor agregado. Esto está bien, pero si seguimos desmoronando nuestra producción maicera y obligando a los campesinos a que siembren semillas que no son las adecuadas, perdemos variedad, perdemos calidad. Entonces de qué sirve estar reivindicando la marca de origen cuando estamos erosionando esa producción.”
Ante la globalización
Vía telefónica, la maestra en literatura moderna y contemporánea, coautora con Marco Buenrostro de la columna Itacate del periódico La Jornada, Cristina Barros, explicó que el problema de los productos transgénicos está en la propiedad privada, las patentes, el comercio, el negocio y el considerar al maíz como una mercancía “para dominar al mundo a través de unas cuantas empresas (Monsanto, Dupont Pioneer y Dow Agrosciences, entre otras) que tendrían el control de las semillas que podamos utilizar toda la humanidad”.
Miembro de la UCCS para el tema de los transgénicos, en el cual también participan Elena Álvarez Buylla, Elena Lazos, Andrés Barrera, Alejandra Covarrubias, Julio Muñoz, Alma Piñeyro y Antonio Serratos, junto con Buenrostro, Espinosa y Turrent, Barros consideró que lo anterior pondría en riesgo de una catástrofe a la humanidad, por lo cual es necesario detenerlo por todos los mecanismos “a nuestro alcance”.
Describió la rica variedad maicera con un ejemplo. Mientras en algunas regiones áridas no puede cultivarse arroz, hay maíces que pueden reproducirse, lo cual significaría un aporte para las regiones con escasez de agua:
“La herencia que tenemos es extraordinaria, por eso es un botín interesante para estas trasnacionales, por la riqueza genética que el maíz tiene y la gran variedad de opciones que daría en el mundo el manejo de esta información.”
Lamentó que los gobiernos de los últimos 25 años hayan menospreciado lo que somos y hayan volteado sus ojos al exterior, siendo que los científicos mexicanos producen, “con nuestros impuestos”, constantes conocimientos para solucionar problemas concretos de la realidad mexicana, pero se sigue importando tecnología, lo cual es un contrasentido absoluto:
“Da la impresión de que quienes nos gobiernan no lo hacen para nosotros sino para esas grandes trasnacionales que nos imponen sus criterios, sus precios y sus tecnologías, y por tanto van borrando nuestra identidad.
“Cuando un gobierno olvida el alimento fundamental de su pueblo, ya no está cumpliendo con uno de sus principales cometidos. Los gobiernos existen pagados por nosotros para protegernos y atender nuestras necesidades, supuestamente coordinan nuestros esfuerzos, cuando renuncian a hacerlo para atender sólo a unos cuantos ya no nos sirven, en teoría tendríamos que dejar de pagarles.
“Están metiéndose en un lío porque se ha visto, a lo largo de la historia de la humanidad, que cuando falta el alimento principal estallan los grandes movimientos sociales y hay cambios, hay transformaciones muy profundas en las sociedades. En la propia Francia, la revolución tuvo que ver con la falta de harina para hacer pan... Es increíble que en la época prehispánica hubiera trojes donde almacenaban maíz hasta de 20 años y tantos siglos después se hayan olvidado esas reglas de oro.”
A decir de Barros, la crisis del maíz tendrá diversas repercusiones. Desde el punto de vista alimentario, al afectarse la dieta básica, conformada por la cuarteta de maíz, frijol, chile y calabaza, la población estará más expuesta a enfermedades como el cáncer, la obesidad y la diabetes.
Desde el punto de vista cultural se afectan cantidad de celebraciones y expresiones artísticas y artesanales dadas en torno de los ciclos agrícolas: la elección de la parcela, la bendición de las semillas, la petición de la lluvia. El maíz, dijo, es considerado una planta sagrada en las diversas culturas mexicanas:
“Y hay que recordar que la ceremonia indígena del día de muertos, proclamada por la UNESCO como patrimonio oral intangible de la humanidad, no es otra cosa que la celebración de la cosecha. Sin el maíz todas estas celebraciones, estas festividades, la danza, la música, las máscaras, el papel picado, las representaciones de índole teatral en las comunidades, la unión de todas estas comunidades que profundiza el tejido social y hace que tengamos una identidad que nos da la fuerza y nos da el ser como mexicanos, se rompería.
“Por un lado tendríamos un pueblo con efermedades graves y costosas, mal nutrido, y por otro lado un pueblo sin identidad, roto espiritualmente y sin ninguna fortaleza interna que le permita pararse en sus dos pies frente a las naciones del mundo en un momento en que la globalización nos está diciendo a gritos que tenemos que fortalecernos internamente para no ser arrasados.”
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