Toronto.- El narcotráfico en América Latina y la importancia financiera y organizacional adquirida por los cárteles de narcos en países como Colombia o México, no es una simple excrescencia criminal de nuestras sociedades. Hay que recordar que en el pasado, para apoyar sus intereses económicos y de expansión territorial, Inglaterra impuso por la fuerza el libre comercio del opio en China.
De forma similar, las bases modernas del narcotráfico de heroína y cocaína tienen casi siempre su origen en las “guerras sucias” de Estados Unidos (EU) contra el comunismo. El historiador estadunidense Richard Hooker dice que la gran historia del narcotráfico comenzó en 1830, con la Guerra del Opio que el Imperio Británico lanzó contra China para abrir ese mercado a la producción del opio de la India, colonia británica, y poder así equilibrar la deficitaria balanza comercial inglesa. Hacia 1830, los ingleses se habían convertido en la más importante organización criminal del mundo traficando con el opio cultivado en India a través de su compañía East India, que lo enviaba por toneladas a Cantón para venderlo y con ese dinero pagar por el té y los artículos manufacturados que Inglaterra compraba a los chinos.
Desde la Segunda Guerra Mundial la colaboración de Washington con narcotraficantes y la mafia italiana sirvió para impedir huelgas en los puertos estadunidenses y facilitar la invasión de Italia, y más tarde el tráfico de heroína financió operaciones encubiertas en Birmania. Para tratar de asesinar a Fidel Castro, la CIA solicitó la colaboración de la mafia y los narcos, y las actividades criminales sirvieron entonces para financiar grupos anticastristas.
La extensa lista de las “guerras sucias” de la CIA en Laos y otros países, contra las fuerzas vietnamitas dirigidas por Ho Chi Minh, incluye el tráfico de la heroína producida en aquel país. La cocaína y la marihuana financiaron armas para los antisandinistas en Nicaragua, y el opio financió a los señores de la guerra y mujaidines en la lucha contra los soviéticos en Afganistán.
En el origen de las “dos plagas”, el narcotráfico y el terrorismo islamita, están las acciones encubiertas de la CIA. El ex subsecretario de Estado para Asuntos Internacionales de Narcóticos, Jonathan Winer —colaborador en el Comité senatorial que en 1986 investigó el escándalo Irán-Contras—, precisa: “Uno siempre tendrá traficantes de drogas, de armas, contrabandistas de personas... es el tipo de gente en la que apoyarse para llevar a cabo una guerra encubierta, sea en Afganistán, Colombia, el Sudeste asiático o Birmania. Los agentes de operaciones tienden a ligarse con gentes comprometidas en otras actividades ilícitas. Esas cosas tienden a ir juntas”. Lo mismo puede decirse hoy del terrorismo de Al Qaeda, grupo financiado por la CIA y Arabia Saudita para combatir a los soviéticos en Afganistán.
La Guerra del Opio
Pocos cárteles de hoy podrían siquiera compararse a la extensión de la criminalidad de la Inglaterra de comienzos del siglo XIX, dice Richard Hooker, de la Universidad Estatal de Washington, al explicar la Guerra del Opio que el Imperio Británico lanzó contra China, y que constituyó “la más humillante derrota que China jamás sufriera”.
Los ingleses tenían un importante déficit comercial con China que trataron de equilibrar inundando ese país con cientos de toneladas de opio que cultivaban en su colonia de India. Este comercio, dice Hooker, produjo literalmente un país lleno de drogadictos y tuvo un efecto devastador para la sociedad china. Doce millones de chinos y “virtualmente todos los hombres de menos de 40 años, incluyendo los soldados”, según varias fuentes, llenaban los tristemente celebres fumaderos de opio.
En 1842, China es vencida y obligada a firmar lo que Hooker califica como “el ignominioso” Tratado de Nanking, que sienta el principio de la extraterritorialidad —hoy invocado por EU—, abre cinco puertos chinos al comercio británico, arrebata Hong Kong a sus legítimos dueños y establece la libre entrada de todos los productos británicos a China. Esto multiplicará por tres el comercio del opio en las tres décadas siguientes. Francia y EU obligaron a China a firmar un Tratado similar en 1844. Ya en 1860, ante la negativa de China a la “exportación” de chinos a Canadá, EU y las colonias británicas en el Caribe, Londres le impone un segundo Tratado con cláusulas que legalizan totalmente el opio y permiten “la libre e irrestricta propagación de la Cristiandad en todo el territorio chino”. La libertad de culto acompañó al libre comercio del opio.
Cuba, la CIA y las mafias
Cuando EU decide derribar a la Revolución Cubana, a partir de 1961, la CIA tenía ya experiencias en usar el tráfico de drogas, de opio en este caso, para financiar operaciones anticomunistas en Birmania. La mafia estadunidense que había controlado el juego en Cuba, al ser expropiada, comienza a colaborar con las autoridades de EU para recuperar el mercado del juego y la prostitución en la Isla, así como sus hoteles, casinos y mansiones.
Theodore Shackley, el Fantasma rubio, jefe de JM WAVE, la estación de la CIA en Miami, recluta en 1962 al mafioso Johnny Roselli en un plan para asesinar a Castro. Los contactos y participantes en las operaciones encubiertas de la CIA contra Cuba pueden vincularse con los mafiosos, y su actitud de “hacerse de la vista gorda” ante las operaciones de tráfico de drogas y armas, servirá para financiar infiltraciones, tentativas de asesinatos y actos terroristas.
No es extraño que Miami, más tarde sede de los antisandinistas, se convirtiera en el centro del narcotráfico y del lavado del dinero de esa actividad. Un buen número de estos miembros de JM WAVE figuran como “personas de interés” en la investigación del asesinato del presidente John F. Kennedy (1963).
Richard Helms, ex jefe de la CIA, dijo años más tarde que Shackley constituía “una cuádruple amenaza: drogas, armas, dinero y asesinatos” (SourceWatch.org).
Con Shackley se consagra la vinculación de la lucha contra la “amenaza comunista” con criminales e intereses como los del Banco Ambrosiano de Roberto Calvi, El Banquero de Dios, quien estuvo mezclado en operaciones de drogas en América Latina para apoyar a grupos de extrema derecha, en colaboración con la CIA.
En Laos y otras partes de Indochina la CIA recurrió, durante la guerra contra los vietnamitas de Ho Chi Minh, al tráfico de drogas para financiar las actividades de grupos anticomunistas. Uno de los casos más conocidos fue el del grupo Nugan Han Bank, creado en 1973 con ex agentes de la CIA como Richard L. Armitage, este último a cargo de la transferencia de ganancias de las ventas de heroína en Tailandia. La droga era transportada en aviones de la CIA de Air América, desde Laos y otros países del Sudeste asiático a los “mercados occidentales” (The Politics of Heroin: CIA Complicity in the Global Trade, de Alfred McCoy, Harper and Row, 1972), lo que introduce cantidades masivas de heroína en Australia, EU y Europa, pero también en Tailandia.
En 1968 Shackley, uno de los artífices de esta vinculación entre la CIA y el mundo criminal, pasa de dirigir las operaciones en Laos a la jefatura de la estación de la CIA en Vietnam.
De regreso a América Latina
En 1972, a su regreso de Vietnam y con la experiencia del Triángulo de Oro de la heroína, Shackley asume la jefatura de la División del Hemisferio Occidental de la CIA, desde donde participa en el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende (1973) y dirige las operaciones encubiertas contra los movimientos guerrilleros y de izquierda usando todos los instrumentos a su alcance. En 1975 es nombrado subdirector de Operaciones de la CIA, a cargo de operaciones encubiertas, y bajo el gobierno de Ronald Reagan en los ochentas, participa con el coronel Oliver North del Consejo Nacional de Seguridad en la “Operación Irán-Contras”.
La investigación del escándalo Irán-Contras por el Comité de Relaciones Exteriores del Senado presidido por John Kerry buscó esclarecer las acusaciones de que los antisandinistas en Nicaragua, los Contras, se financiaban con el tráfico de cocaína y marihuana, y así fueron expuestas las actividades ilegales de la red secreta de Oliver North y la CIA para entregar armas a los Contras sin autorización del Congreso. El informe de esta investigación subraya que “los lazos de los Contras con la droga incluyen (…) pagos a los traficantes con fondos del Departamento de Estado y autorizados por el Congreso para asistencia humanitaria a los Contras, en algunos casos después que los traficantes fueran hallados culpables de acusaciones de (traficar) drogas por las agencias que aplican la ley (la DEA), en otros mientras los traficantes estaban bajo una investigación por esas mismas agencias”.
En 1998, después de numerosos y sustanciados alegatos sobre la vinculación de la CIA con los narcotraficantes en América Latina, el Inspector general de la CIA, Frederick Hitz, efectuó una investigación sólo parcialmente desclasificada. Pero Hitz y otros involucrados en esta investigación reconocieron en entrevistas con Frontline’s Drug Wars, que la CIA estaba al corriente de que sus aliados en Nicaragua habían decidido, a partir de 1981, introducir drogas de contrabando en EU para financiar las operaciones antisandinistas, y que en Costa Rica colaboraban con el narcotraficante Jorge Morales.
En 1982, la CIA recibió el permiso de “hacerse de la vista gorda” ante las violaciones a las leyes sobre narcóticos, según el Documento de Entendimiento que el procurador General de EU, William French Smith, elaboró con el director de la CIA, William Casey. En 1987, cuando el Congreso confirmó que la CIA colaboraba con los narcos, el actual secretario de Defensa, Robert Gates (entonces director en ejercicio de la CIA), envió un memo al subdirector de Operaciones, Clair George, diciéndole que era imperativo que los oficiales de la CIA cesaran inmediatamente sus relaciones con los Contras que “sean siquiera sospechosos de estar comprometidos en el narcotráfico”. Pero este memo, confirma Hitz, nunca fue enviado a los agentes de la CIA que estaban en el terreno y se convirtió en una “operación de lavado de manos”.
Así, esta vinculación dio a los narcotraficantes el acceso al mercado, los contactos, la pericia y las capacidades para sofisticadas operaciones encubiertas, y no es sorprendente que el negocio haya incluido a narcos como Jorge Morales y a militares centroamericanos, desde cuyas bases partían y llegaban los aviones fletados por la CIA para el trasiego de armas y drogas, y que finalmente haya incluido también a los cárteles actuales.
El caso de la base aérea de Ilopango, en San Salvador, es citado por Hitz porque en 1985 la DEA vigilaba a Carlos Alberto Amador, piloto de Southern Air Transport (SAT) —una empresa fachada de la CIA para los Contras—, porque sospechaba que éste transportaba drogas de Costa Rica a Miami. Un cable de la CIA nota que Amador “tiene acceso al Hangar 4 de Ilopango”, y que una fuente de la DEA “afirma que Amador está probablemente cargando cocaína en San Salvador para volar a Gran Caimán y desde ahí al Sur de Florida”. El Hangar 4 lo usaba el coronel Oliver North para llevar las armas a los Contras. Por eso la jefatura de la CIA avisó a sus agentes en San Salvador para que “aconsejaran a la DEA que dejara de investigar el Hangar 4 en Ilopango puesto que solo operaciones legítimas de apoyo son llevadas a cabo en esa instalación”. Wanda Palacio, informante del FBI, dijo al Congreso de EU que fue testigo del intercambio de drogas por armas en un avión de SAT en Barranquilla, Colombia, en octubre de 1986. Eugene Hasenfus, piloto de SAT y de Air América derribado en Nicaragua en 1986, confirmó ese trasiego.
Héctor Berrellez, ex agente de operaciones de la DEA, corroboró que “elementos que trabajaban para la CIA estaban comprometidos en traer drogas al país”, y que conoció a personas contratadas de la CIA como pilotos, que traían drogas a EU y algunas veces aterrizaban con esas drogas en las bases aéreas del gobierno. Yo lo sé porque algunos de esos pilotos me lo dijeron”, afirma Berrellez.
Los contactos de la CIA se expandieron con la política de EU de luchar contra las guerrillas y sus bases en Panamá, Colombia y otros países. Hace pocos días, el profesor Keith Yearman, del Colegio DuPage en EU, reveló documentos (narcosphere.narconews.com) de la Aduana de EU recientemente desclasificados sobre el caso del avión matriculado FAC1005 de la Fuerza Aérea de Colombia que el 9 de noviembre de 1998 aterrizó en el aeropuerto internacional de Fort Lauderdale, Florida, y en el cual se descubrieron 655 kilos de cocaína. Este caso fue “enterrado” rápidamente, sin interrogatorios ni detenidos para que no se investigara las posibles complicidades entre militares estadunidenses y colombianos. Otros casos similares han sido reportados y siempre enterrados.
El narcotráfico en Colombia toca todas las esferas de poder y las guerrillas, y la violencia social, política y militar que acompaña este lucrativo negocio, así como la “lucha contra las drogas”, se expande a los países vecinos y aquellos que como México sirven de tránsito al mercado estadunidense de cocaína.
Rocco Marotta/ Foto: Reuters
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