Con altos ingresos petroleros, el gobierno sigue aumentando el gasto corriente y lo pone en una trayectoria que será una pesadilla corregir en el futuro. A su vez, los altos ingresos aprecian el tipo de cambio sin apoyo de los fundamentos económicos, con lo cual habrá menor crecimiento de la economía. Y ante presiones inflacionarias, lo más probable es que el gobierno aumente los subsidios y con ello el desperdicio del gasto.
Las presiones inflacionarias ya dieron lugar a crecientes subsidios no sólo a la gasolina, sino también al gas natural, las tarifas eléctricas (ante los altos costos originados en malas decisiones del gobierno) y los alimentos. Los subsidios presupuestales saltaron de 96 mil millones de pesos en 2000 a 223 mil millones en 2006. Y este año están creciendo en 17% en términos reales, simplemente insostenible.
La presión sobre precios de alimentos se origina en el exterior, principalmente por la creciente demanda de China. En ese país, la inflación de alimentos es hoy de 6.5%, cuando hace un año era 1.3%.
En México, ante alzas de tortilla, leche y pan, el gobierno respondió con más subsidios a precios mediante acuerdos con productores y apoyos presupuestales. Esto no es necesariamente una respuesta equivocada cuando hay un proyecto detrás del mayor gasto, como aumentar la producción nacional y mejorar la competitividad de los insumos. Pero sí es un problema si se trata, como hasta ahora, como un mal temporal que por razones políticas conviene aliviar con subsidios.
El caso de la gasolina ilustra bien la respuesta gubernamental típica de evadir decisiones estratégicas para en su lugar gastar más. Desde 2006 el precio doméstico dejó de subir en línea con el precio estadounidense y por lo tanto se subsidió en la medida en que es gasolina importada. Pero al mismo tiempo, en la lógica del gobierno Pemex no tiene por qué producir más gasolina. Esto es porque la tasa de retorno de las inversiones en refinación es muy baja si se compara con la tasa de las inversiones en extracción de petróleo crudo.
Por ese razonamiento México importa cada vez más gasolina. Para empeorar la situación, se puso de moda en la clase media alta, y se lo contagió la clase media, comprar vehículos monstruosos que ni siquiera caben en las calles de la ciudad por estar diseñados para calles y carreteras de Estados Unidos, de gran peso y gran volumen. La demanda de gasolina crece 5% a 6% por año, cuando la producción está estancada.
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