Lorenzo Meyer escribe en el Reforma:
Lorenzo Meyer.
La raíz del miedo.
La derecha busca hoy crear en el electorado "blando" la sensación de que está en juego no la Presidencia sino el destino último del país. El temor ha sido una visión cercana a la derecha, de Lucas Alamán al PAN.
Punto de partida.
Entre las diferencias sustantivas que separan a las derechas de las izquierdas, y que en buena medida explican la naturalidad con que aquellas echan mano de argumentos negativos en su larga e histórica pugna con la izquierda, se encuentran sus respectivas concepción del hombre y del fenómeno social.
Esa diferencia ha llevado a que derechas e izquierdas sean portadoras de un ánimo más o menos pesimista las primeras y más o menos optimista las segundas. Los conservadores, aunque no lo digan, parten de la idea de una naturaleza del hombre contaminado por el pecado original, y por ello les resulta muy natural apelar a los temores como instrumento e, incluso, como razón de ser de su actividad política -un ejemplo espléndido de las razones de la derecha para ser pesimista y dura en política se tiene en Thomas Hobbes y su Leviatán- en tanto que las izquierdas tiran más por el lado positivo, el del optimismo.
La izquierda moderna es hija directa del Siglo de las Luces y de la idea del progreso. Carlos Marx, por ejemplo, tuvo una vida abundante en dificultades y miserias, pero finalmente la visión del mundo que nos legó fue esperanzadora en extremo: para él, la historia tenía un sentido último y éste desembocaba en el tránsito del reino de la necesidad al de la libertad por la vía dolorosa del conflicto social (la lucha de clases y la revolución).
Al final, los oprimidos se liberarían definitivamente de sus cadenas y de todo tipo de explotación y enajenación. La naturaleza misma sería completamente dominada y puesta al servicio del hombre en un entorno de fraternidad real, sin clases sociales, sin política, sin dominantes ni dominados. Entonces y sólo entonces, daría principio la verdadera historia del género humano.
Evidentemente, después del estalinismo y del patético final de la URSS, la mentalidad utópica del grueso de la izquierda dio paso a la modestia y al realismo en métodos y objetivos. Sin embargo, subsiste un optimismo matizado, fe en la bondad del pueblo, en su altruismo y su capacidad para entender que hay un futuro mejor.
El discurso de AMLO es un ejemplo de esto y el del PAN de lo opuesto.La experiencia muestra que la derecha prefiere el realismo, no ve en "el pueblo" algo confiable pues las masas populares siempre serán las "clases peligrosas", de ahí la naturalidad con que los políticos conservadores, cuando se sienten amenazados en sus privilegios -de Lucas Alamán a Felipe Calderón-, busquen su defensa en la creación y difusión de una atmósfera de aprensión ante un futuro donde ellos no estén en control.
Abundan los ejemplos, desde la forma en que se defendieron las monarquías frente al embate de la Revolución Francesa a la manera como la derecha española en los 1930 o la chilena en los 1970, empaparon de temor a una parte de sus respectivas sociedades ante la posibilidad de que un juego democrático modificara en favor de los históricamente menos favorecidos la forma en que se habían venido repartiendo las cargas y los privilegios en contextos de profundas diferencias de clase.
El mismo tema aquí y hoy.
En el tiempo electoral mexicano de hoy -cuya característica dominante es la polarización-, se repite la vieja historia: ante la posibilidad de un cambio bastante moderado por la vía electoral y democrática, la derecha ha optado por presentar al otro no como un mero adversario sino como un enemigo a destruir asegurando que está poniendo en peligro a la patria misma.
Y todo esto en un país que cuenta con una tradición muy pobre en materia de democracia política pero muy rica en autoritarismo.Lo que está en juego en México es la capacidad de los actores políticos conservadores para usar el miedo -y el odio- como inhibidor de la imaginación de las clases subordinadas en relación a las posibilidades del futuro, y la capacidad de los actores de izquierda para despertar esa misma imaginación en sentido positivo. En poco tiempo sabremos el desenlace de este enfrentamiento por hacer atractivo un statu quo que, objetivamente, tiene los dados cargados en su contra.
La ofensiva.
La derecha mexicana busca presentar la próxima elección presidencial como la "Madre de todas las elecciones": un choque maniqueo entre la ley, el orden y el sentido de la responsabilidad -el PAN-, y la demagogia, la ilegalidad, la violencia y la irresponsabilidad -el PRD.
Su objetivo es crear en el electorado "blando" la sensación de que está en juego no una simple elección presidencial sino que caminamos al borde del precipicio. Para ello, nada mejor que apelar al temor de una sociedad conservadora, donde las encuestas señalan que casi el 40 por ciento ve a la inseguridad como el problema colectivo más grave y donde los temas de justicia social, como son la precariedad del empleo o la pobreza, sólo son primordiales para el 15 por ciento y el 9 por ciento de los ciudadanos, respectivamente.
Mientras las fuerzas beneficiadas con la preservación del statu quo se propusieron eliminar al candidato más importante de la izquierda acusando a sus colaboradores de corrupción, buscando su desafuero o contraponiendo a su plataforma electoral reformista temas como la estabilidad macroeconómica o los programas sociales del gobierno, ese candidato logró mantener la iniciativa.
Sin embargo, cuando sus oponentes decidieron cambio de estrategia y gastar enormes sumas de dinero en desarrollar una agresiva campaña basada en elementos negativos encaminados a despertar recelos y desconfianza frente a las propuestas de cambio, empezaron a avanzar en las preferencias electorales.
La campaña del miedo, ampliamente financiada como corresponde a los dueños del dinero, se inició con asesoría de buenos mercadólogos y muchos spots televisivos. Esta estrategia se afianzó cuando los noticieros televisivos se saturaron con imágenes de violentos choques entre la policía y mineros en Lázaro Cárdenas, en Michoacán y, sobre todo, con los protagonizados entre policías y "macheteros" de San Salvador Atenco, en el estado de México, para culminar con la aparición del rebelde mexicano más famoso, el subcomandante Marcos del EZLN, en la mayor cadena de televisión y en hora privilegiada, donde reiteró su llamado a la lucha contra cualquier autoridad, incluida la que emane de las elecciones por venir.
De esta manera, se buscó asegurar que los mensajes que presentan al candidato del PRD como un "peligro para México" y se apoyan incluso en imágenes de linchados en Tláhuac, adquieran un trasfondo de supuesta realidad y urgencia.
Los objetivos.
El propósito de la derecha mexicana es tan claro como poco ético: ligar su advertencia -AMLO un "peligro para México"- al ambiente de desorden, gases, obreros insubordinados, macheteros, rostros ensangrentados, linchamientos y, finalmente, el resurgimiento del subcomandante Marcos.
El discurso panista no busca probar o argumentar, sino sólo apelar a las emociones negativas y los temores de clase para ahogar los argumentos de una izquierda a la defensiva, cuyo candidato insiste que lo suyo es la oposición institucional, pacífica y constructiva.
El PAN confía en la manipulación de un público informado básicamente por la televisión y en el que dominan rasgos de una cultura sumamente conformista y que eso le lleve a correlacionar la contundencia de la acción policiaca en Atenco, no con la incompetencia y los evidentes abusos de autoridad sino con la prometida "mano firme".
El apelar al miedo, abonarlo con imágenes de conflicto y, finalmente, concluir con el "triunfo de la ley" gracias a la firmeza de la autoridad, busca borrar o al menos desplazar del centro de la discusión los fracasos de la derecha en el gobierno.
Y esa lista es larga: entre 2001 y 2005 apenas se tuvo un ridículo crecimiento per cápita anual de 0.62 por ciento pese a un espectacular crecimiento de los precios del petróleo exportado y de las remesas de migrantes, la economía mexicana bajó del lugar 9 al 14 en el contexto mundial, la migración masiva de mexicanos a Estados Unidos en busca de empleo (400 mil al año) se incrementó, la violencia del crimen organizado es creciente y ya decapita a sus víctimas para infundir mayor temor a la sociedad, no se llevó a la justicia a los grandes violadores de los derechos humanos -Luis Echeverría, et al.-, tampoco a los grandes corruptos del pasado -del Fobaproa al "Pemexgate"- o del presente, como al ex gobernador mexiquense Arturo Montiel.
Al final, el 2 de julio será un choque más entre dos visiones del hombre y la sociedad. El triunfo de una no terminará con la otra, pero quien gane y quien pierda van a sentirlo y por un buen tiempo.
Una muy buena razón para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.