El problema de los tratados de libre comercio que Estados Unidos impone a América Latina es que no vienen solos sino aderezados por brutales asimetrías, políticas neoliberales y con el omnipresente entreguismo de las oligarquías nativas. Los que creen que el capitalismo es consecuente con la doctrina de “la mano invisible del mercado” y que la desregulación es el mejor camino, les recuerdo dos anécdotas que ilustran sendas actitudes.
I
El verdadero boom petrolero norteamericano comenzó en 1931 cuando, en medio de la Gran Depresión, en East Texas se encontró el mayor yacimiento del país. La calidad del crudo y la surgencia espontánea, hizo que la producción se disparara, precisamente en el momento en que el poder adquisitivo era más bajo.
Al superar a la demanda, la oferta hizo que los precios se desplomaran, situándose por debajo de los costos de producción de otras regiones. Ante la perspectiva de hacerse millonarios de un día para otro, los dueños de los pozos se enfrascaron en una desenfrenada competencia que comprometió los esfuerzos del gobierno republicano de Herbert Hoover que, para administrar la crisis, suplicaba a los texanos que recortaran voluntariamente la producción. Nadie escuchó.
Los paños tibios terminaron cuando Texas alcanzó el millón de barriles diarios y el precio cayó hasta ocho centavos el barril, el gobierno declaró la región petrolera en “Estado de Insurrección”, despachó a la Guardia Nacional que intervino y paralizó los pozos. El precio subió a trece centavos y se estabilizó en torno a un dólar por barril.
En 1933 Roosevelt asumió el poder y aplicó el New Deal que impuso una especie de planificación, estableció cuotas y redujo por decreto la extracción a 300.000 barriles diarios. Aunque en 1935 el sistema fue declarado ilegal, se ganó el tiempo necesario para adoptar el sistema de “recomendaciones del gobierno” y se elevó el arancel a las importaciones.
II
Cuando en los años noventa, la economía mexicana crecía consistentemente y aunque con enormes disparidades, contradicciones, corrupción y bolsones de pobreza, el país progresaba y parecía tocar las puertas del Primer Mundo, a su oligarquía, peculiarmente estructurada en una corrupta partidocracia urbana y licenciada, no se le ocurrió nada mejor que suscribir el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
Entre otras cosas, el Tratado sirvió para que México dejara de sembrar el maíz que alimentaba su pueblo, alcanzaba para criar animales y exportar, arruinando a su empobrecido campesinado, condenado a emigrar hacía las ciudades o intentar llegar a Estados Unidos para cuidar del maíz gringo.
El maíz es para México una frontera, la línea que separa al hambre de la vida y el otro sol de donde sale la energía, la carne y la sangre de la nación. Un grano de maíz es el menor espacio en que puede resumirse la historia y la cultura mexicana, aunque no es suficiente para incluir la ignominia de sus elites dominantes, ahora representadas por un gobierno ilegitimo y espurio.
Por qué en lugar de lloriquear porque los gringos convierten maíz en alcohol, el gobierno mexicano no jala el mantel como hicieron Hoover o Roosevelt y, a la mexicana, resuelven el problema. Tierra y agua tienen y tienen también una tradición de 4 600 años, no les faltan capitales y sus campesinos están listos. Por qué no olvidarse de los subsidios gringos y asumir que México no quiere el maíz para competir sino para sostener a su pueblo. No lo puede hacer, porque Mexico no es un país con una oligarquía, sino al contrario.
Es cierto que al aprobar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, se simuló proteger el maíz mediante un arancel descendente que desaparecería en 15 años. Los aranceles no se aplicaron y las cuotas no se cumplieron; no obstante, de haber sido observadas, aquellas previsiones contienen el absurdo de pretender que en 15 años la agricultura mexicana alcanzará la eficiencia y el nivel de subsidio con que operan la de Estados Unidos. Los negociadores y los gobernantes lo sabían, mas no les importó.
Aunque la moraleja es obvia; no importa repetirla: el fundamentalismo neoliberal es para el capitalismo desarrollado un producto de exportación y un axioma para tarados: “Haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. | | George W. Bush, presidente de los Estados Unidos.
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