René Delgado escribe en el Reforma:
¿Candidato ganador, país perdedor?
De seguir acelerando la espiral de la confrontación, muy probablemente deje de ser importante saber quién ganó y quién perdió la elección. Eso podría terminar siendo lo de menos, el ganador carecería de las condiciones mínimas de gobierno. La ratificación o rectificación del resultado electoral no supondría la solución del problema al que el país se asoma peligrosamente.Cobraría, entonces, enorme valor saber quién es capaz de rescatar al país, tender puentes de entendimiento nacional y restablecer una atmósfera de convivencia política civilizada.
Fuera de duda está que ese hombre no es Vicente Fox quien hace tiempo se eliminó como un factor de estabilidad.Si a lo largo de la campaña se hizo de la eliminación y la polarización política instrumento de propaganda, ahora la división está a punto de llegar al nivel de la confrontación....
Si los dos principales interesados en conocer el resultado final de la competencia no advierten y frenan la espiral de la confrontación, terminarán por perder el control del proceso para dejarlo en manos y cabezas desinteresadas en esa actividad tan vituperada pero necesaria como lo es la política.Agrava esa situación, un doble problema.
Uno, el resto de los actores políticos están confundidos o mareados, no saben bien a bien dónde están parados y, si lo saben, la perversión y la mezquindad en su actuación, los nulifica como referentes válidos para evitar el desbordamiento. En este campo ya no se puede atribuir sólo a la ignorancia la actuación presidencial; el mandatario se conduce con enorme perversidad sin advertir que, antes del destino del próximo gobierno, está el destino de éste que es el suyo. Fox pasará a la historia como el hombre de la alternancia política, pero no como el hombre de la alternativa democrática. Su presunta vocación demócrata, la destrozó con su manifiesta mezquindad política.
El otro problema deriva de la tentación de los factores reales de poder por medir fuerzas para declarar -por no decir, imponer- un ganador. Esos factores están actuando sin claridad en el efecto último de su actuación. No tienen experiencia, oficio, ni motricidad fina en el manejo de los resortes del poder y, entonces, su tentación puede terminar por romper los frágiles engranes del retén que contiene la violencia.
Sin actores políticos capaces de administrar el poder, esos factores de poder -significados en algunos empresarios, sindicatos, prelados, medios de comunicación, activistas acelerados y centros de poder foráneos- juegan a ejercitar su músculo sin tener pleno control de su fuerza.El fondo del problema al que se precipita al país es, no que deriva ganancias, sino pérdidas. Por eso, la gran pregunta del día es ¿quién tiene el poder?...
Se argumenta que, en una democracia, un voto marca la diferencia. Es cierto, en una democracia eso ocurre. La cuestión está en que el grado de desarrollo político en México no configura aún una democracia si por tal se entiende algo más que el simple régimen electoral.Si de algo vale mencionarla, la Constitución entiende la democracia, "no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo". Eso dice la Constitución y la realidad no oculta las deficiencias de ese sistema de vida.
Cualquier esquina urbana o vereda rural es un testimonio brutal de qué tan lejos estamos de la aspiración constitucional.El país no ha logrado consolidar una cultura democrática ni jurídica y, al menos durante las últimas décadas, tampoco un constante mejoramiento económico y social del pueblo. Venir hoy con el cuento de que nuestra democracia tiene una enorme fortaleza y se enmarca en un sólido Estado de derecho, donde un solo voto coloca al país en su lugar, es una ilusión.La legalidad del triunfo electoral exige todavía una fuerte dosis de legitimidad política, social... y, si algo vale la expresión, moral....
A lo largo de la campaña preelectoral, electoral y postelectoral, los actores involucrados -no sólo los candidatos- se desentendieron de ese extra: la legitimidad que exige aún la legalidad en el país.Los dirigentes partidistas fueron simples apéndices de los candidatos, con derecho a obedecer o estorbar. Los candidatos se asumieron como productos de la popularidad o la mercadotecnia y se dejaron caer en brazos de la clientela o del consultor político. Los cuadros partidistas y los equipos de campaña apostaron a endebles estructuras paralelas ciudadanas, despreciando a su propio partido.
Sabedores de su debilidad de origen, los consejeros electorales se empeñaron en desarrollarla en vez de transformarla en fortaleza. En vez de acreditar su autoridad, la desacreditaron. Callaban cuando deberían hablar, hablaban cuando deberían callar. Les temblaba la mano cuando requerían actuar con firmeza y no supieron guardar la necesaria cercanía y distancia con el proceso electoral que deberían controlar. Mucho menos supieron manejar y difundir el resultado electoral. Les queda la renuncia, como acto de dignidad.
La actuación de Vicente Fox fue lamentable. Abandonó la investidura del jefe de Estado para disfrazarse de jefe de una campaña que no era suya. Desde el 2003, precipitó y complicó su propia sucesión y, aún hoy, que debería abrirle espacio y margen de maniobra al Tribunal Electoral, fortalecer la vía institucional y preparar la entrega del gobierno que se desmadeja, actúa como provocador profesional. Llamar renegados a quienes votaron en contra de su partido o afirmar que cuestionar el resultado es señalar a la ciudadanía, es una provocación....
El discurso de la campaña preelectoral, electoral y postelectoral es el otro ingrediente que acelera la confrontación. La propaganda negativa encontró un filón para debilitar al principal concursante y éste cayó en el garlito. De ahí, el discurso de la confrontación no tuvo fin. Se le quiso ver ilusamente como un recurso que desaparecería después de la jornada electoral. Pero no, tanto se abusó de ella que no desapareció, se incrementó.
Aún hoy, los principales interesados en reconducir el proceso aceleran esa espiral. Su lenguaje nada construye, destruye. Pacíficos contra violentos, moños contra moños, gritos contra vándalos, en medio de una atmósfera donde la violencia criminal entrega en pedazos a sus víctimas.Cuando se habla del peligro de la violencia no se quiere decir que al país lo integra una tribu de bárbaros contenidos. Nada de eso. Se quiere advertir de los pequeños grupos de origen político variopinto que, en el inflamado discurso político, encuentran espacio para desbordar los ánimos, en un momento en que el crimen organizado tiene muy clara la ausencia de gobierno.
Es muy reducido el resquicio para salir de la espiral. Más allá de quien gane, el país requiere suturas, cuidados, atención urgente pero por donde se avanza no se llega al hospital nacional. Sobre siete magistrados pesa una enorme responsabilidad, es hora de dejarlos trabajar. Urge rescatar al país, domesticar a los políticos y recolocar en su lugar a los factores de poder. Es hora de votar por los magistrados del Tribunal y frenar la espiral de la confrontación.No hay ganador válido, si el perdedor es el país.
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sábado, julio 22, 2006
¿QUIEN TIENE EL CONTROL DEL PAIS?.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 4:41 p.m.
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