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miércoles, septiembre 20, 2006

EL PLANTON Y LA CONTINUIDAD DE LA PROTESTA POPULAR.

Luis Linares Zapata

Imaginación y calle.

El plantón sobre Reforma, Juárez, Madero y el Zócalo, que muchos han enjuiciado como el error más grave de López Obrador y la tumba de la izquierda, ha engendrado, desde su mismo interior, salidas y productos políticos de gran envergadura y trascendencia. Sobre alrededor de 10 kilómetros de pavimento urbano, la extinta coalición Por el Bien de Todos ha parido todo un complejo proyecto de renovación nacional. Pensado como una defensa ante las tropelías de los poderes fácticos, el plantón impidió el avasallamiento furibundo desatado desde la derecha más radical. Acicateado por una multitud fervorosa, fue transmutando sus intenciones originales. Pronto se convirtió en foro vespertino cotidiano y, también, en el instrumento callejero para presionar al IFE y al tribunal electoral. Pero, con sobrada imaginación, pasó a diseñar un finiquito airoso: la convención nacional democrática (CND).

A tal proyecto político le han seguido otras rutas y mapas de navegación adicionales para transitar por el presente de asechanzas y retos. Todo ello cruje, se sobrepone, se nutre y ramifica sobre una extensa, energética base social de apoyo, su mero epicentro neurálgico. Millones de mexicanos están furiosamente decididos a recobrar la oportunidad extraviada por el necio designio de unos cuantos mandones, reacios a compartir los frutos del crecimiento económico con los que aportan una tajada sustantiva de la riqueza nacional.

Uno de esos productos políticos, fundamental para enfrentar el momento de tribulaciones, será la formación del Frente Amplio Progresista. Una agrupación que abarcará los tres partidos que compitieron en la pasada elección y a la que se añadirán otras organizaciones de variada estirpe, desde organismos civiles hasta sindicatos afines. Casi un sueño si se atiende a la pulverización que ha marcado a la izquierda en sus travesías mundiales. Una suma de voluntades que, andando el tiempo, podrá competir, con ventaja, por el lugar que le corresponda en el espectro de las distintas fuerzas políticas de México.

El plantón venció todo pronóstico derrotista al que lo habían condenado sus críticos y detractores. Mala vibra adicional provino no solamente de los rivales y malquerientes de AMLO sino de las propias filas amigas y de soporte. En su efímera vida de protesta -terriblemente larga para los miles de afectados- el plantón pudo canalizar parte de su energía en divisar las formas y métodos para enfrentar lo que le esperaba un tanto más adelante. Ahora que la distancia empieza a poner las cosas en perspectiva, la tarea de asignar méritos o enderezar la crítica constructiva resalta el significado y el valor de su empleo como una forma de defensa contra el abuso de una elección injusta, manipulada, de mala entraña. Pero no sólo ello, el plantón fue el vehículo apto para encauzar los múltiples agravios padecidos durante el difícil, cruento trayecto de la competencia por el poder.

Las prolongadas, incisivas discusiones, que el plantón fue propiciando tanto al interior del colectivo rector de la protesta como en los amplios espacios públicos, han cristalizado en organismos y promesas inesperadas. La CND se presenta, de suyo propio, como todo un programa ideológico y de acción concreta para acomodar lo que viene después. Para dar respuesta a esa preocupación, casi angustia colectiva, que inquiere por lo que espera a los mexicanos en medio de un presente conflictivo. Para iniciar, la CND finca su apoyo en las masas y de ellas empieza a extraer energía suficiente para su desarrollo. Los que acudieron al llamado fundacional no son rebaños alocados rumbo al matadero, sino sendos contingentes de hombres y mujeres en busca de sus propias redenciones como ciudadanos dignos. Expresa, la CND, la voluntad de miles, de millones de seres que intentan romper sus encadenamientos seculares. Quieren pisar el mayor número de escalones organizativos para concretar sus necesidades y darle el valor requerido a sus tareas cotidianas. Ofrecen aportar la parte que les corresponde con la vista fija en sus aspiraciones siempre pospuestas, tal vez vejadas, ninguneadas por aquellos que debieron acogerlas como propias desde un inicio. No quieren esperar más. Tampoco quieren viajar con cualquiera. Han escogido un guía, ciertamente. Esperan de él grandes cosas. Le exigen sacrificios, honradez cabal, entrega sin condiciones y conducta honorable. Cualidades poco comunes, sobre todo si se piensa en los que dirigen o, mejor dicho, los que han expropiado las instituciones públicas. Esos mexicanos no cejarán ante los obstáculos y seguirán la ruta ya marcada en sus corazones.

La continuidad de la protesta popular habrá de cristalizar en un movimiento transformador de la misma cultura política conocida hasta el hartazgo. López Obrador lo encabezará y, a pesar de la rabia de sus denostadores, muchos de ellos ya contaminados por el odio clasista y racial, estará presente en todos y cada uno de los momentos en que se requiera defender lo propio. Irá recogiendo y dando forma precisa a las dolencias que se oyen a gritos por todo el territorio de esta extenuada República. Los agravios, injertados laboriosamente en el cuerpo de numerosas comunidades, en incontables grupos humanos, tendrán voz, lugar y cuerpo a través de los cuales podrán expresarse de manera orgánica, articulada. El constituyente proyectado para el año venidero, otra de las piezas de cimentación pensadas por los protestantes, apunta como el acabado final de esta sacudida que ha abierto oportunidades y esperanzas. Una muestra del caudal de energía ciudadana que ha entrevisto su tiempo.

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