El espejo impertinente
La selección que hizo Calderón de su gabinete lo retrata de mente, ambiciones y cuerpo entero. Por un lado refleja su falta de estatura intelectual y su magra sagacidad política. Por el otro, sus desconfianzas y natural dependencia de las fuerzas que lo llevaron de la mano durante la contienda son un pesado fardo inmovilizador. No podía ser de otra manera: la fuerza decisoria que posibilita el ensamble de distintas personalidades le viene desde adentro y lo constriñen las circunstancias que lo rodean, unas lejanas y muchas otras que se mueven al conjuro de intereses de manera simultánea con su accionar. Lo cierto es que el resultado ahí está para ser examinado, y la imagen que este espejo refleja le es pertinente al declarado presidente electo y con ello empieza lo que tratará de ser un gobierno al parecer mediocre e ideologizado.
El primer grupo de secretarios del área económica tuvo que ser lanzado bajo dos presiones insostenibles para Calderón y su entorno. Una la ejercían los famosos mercados que ansiaban apaciguar incertidumbres y obtener las seguridades concomitantes de continuidad y acogida para sus negocios. La otra porque AMLO se había anticipado a tomar protesta como Presidente legítimo en una plaza por demás repleta y entusiasta. No resistió Calderón la tentación de mediatizar su trascendencia. Para esto último, tanto la televisión duopólica junto con notorios sectores de la crítica y la difusión reactiva a los movimientos de la izquierda, prestaron su voluntario concurso, ya fuera ocultando el suceso o desvirtuando sus mensajes y simbolismo futuros. Así, los designados cubren, con la eficacia debida, las razones e impulsos para los cuales fueron llamados al gabinete. Estarán, antes que todo, al servicio de los poderes fácticos.
El más distintivo de ellos, el que actuará como sanctum sanctorum de los dictados neoliberales, manejará con su muy especializado sello y peso indiscutible los resortes de la Secretaría de Hacienda: el viejo y poderoso aparato de intermediación que disuelve las necesidades sociales y distorsiona el crecimiento al antojo de su atrincherada burocracia. El señor Carstens no puede divorciarse de sus largos años en el Banco de México, su paso por el Tecnológico de Monterrey y del toque final de distinción (PhD) que le da una universidad de prestigio en Estados Unidos. Mejores credenciales no es posible encontrarlas en otro postulante. Su fugaz paso por el FMI le adiciona un redundante condimento, redondeando hasta lo visible su funcionalidad al sistema establecido. De sus aportaciones, sin embargo, poco o nada se conoce. Los años de su subsecretaría pasaron desapercibidos y sin realce. El conocimiento directo de sus pasos por el ancho, empobrecido y exhausto México de hoy, es escaso y visto desde las alturas.
De los demás integrantes poco puede decirse de sustancia con la posible excepción del ínclito Luis Téllez. Este personaje no llega sino a reverenciar a los empresarios de gran calado que lo impulsaron y a los cuales ha servido con dedicación fuera de cualquier duda metódica. A esos enclaves financieros que acentúan un desarrollo por demás injusto y desequilibrado Téllez les cumplirá con presteza y dedicación. Un funcionario de relumbrón, argumentos simplistas y de poca sustancia que no opondrá resistencia alguna a los monopolios, duopolios y monopsonios nacionales. Tendrá, además, jugosos contratos que repartir a granel entre sus muchos conocidos. Sus muchas predicciones pasadas quedarán para análisis subsecuentes. Las maravillas que se obtendrían al liberalizar el ejido terminaron en una tragedia humana de grandes proporciones. Para el año 2006 que termina, de no privatizar la Comisión Federal de Electricidad desde los años en que fue secretario de Energía, según la entreguista línea zedillista y del Banco Mundial que siguió, el caos, la crisis eléctrica sería una realidad fantasmagórica en la República.
Los demás secretarios son un complemento de poca monta, intercambiables a placer. La inexperiencia para conducir las negociaciones salariales y de contratos colectivos. La obcecación privatizadora en energía y la mediocridad para el fomento económico serán las constantes.
Del gabinete social el país recibirá la maltratada visión de un fundamentalismo ramplón que se enseñorea del panismo, bajo el mando de ese señor Espino de pensamiento escuálido y golpeador. Los intereses cruzados del ex gobernador de Jalisco y su probada ineficacia harán el resto en una secretaría que, sin duda, quedará corta para enfrentar retos que afectan la seguridad nacional: alimentaria, ecológica o hidráulica. Pero la influencia del pensamiento retrógrado se hará sentir con mayor desenfado y rigor en la salud.
Y, por si fuera poco, una pretenciosa mujer de graduada en la tarea de merolico del deber ser, sin credencial alguna para sentarse en la silla de Vasconcelos, irá a Educación. La sociedad deberá redoblar su oposición militante acerca de temas por demás cruciales para la vida organizada del país, pues en este campo pueden darse las mayores torpezas y retrocesos.
Así, de la mano de su formidable equipo áulico de dentro y también de fuera que le aconseja la continuidad rigurosa, Felipe Calderón ha dado sus primeros pasos por el ejercicio del poder. Las alianzas prometidas se esfumaron. La experiencia en la función pública requerida se estancó en un panismo que no ha generado el talento requerido en sus largos años de gobierno. La moderna apertura que tanto presume la derecha moderada se ha corrido hasta el extremo de la descarnada reacción. Y lo que falta por nombrar, su gabinete político, se espera tan de mano dura represora como plagado por las similares como idénticas ineficacias actuales. Un mal inicio y variadas señales extraviadas que no encontrará correlación con su endeble base de sustentación electoral.
Pensar con los pies
Cuando Agustín Carstens fue subsecretario en los primeros años del sexenio que termina acuñó una importante frase: "un libro es un zapato". La expresión fue utilizada en el fragor de la batalla sobre el impuesto al valor agregado para los libros. Por supuesto, el entonces subsecretario quiso enfatizar la idea de que un libro es como cualquier mercancía y, por eso, debe tener el mismo trato fiscal. Ahora que Carstens será el responsable de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), conviene investigar en qué zapaterías compra sus libros.
Carstens viene del mundo de la ortodoxia neoliberal en la que los mercados son eficientes, siempre están en equilibrio o muy rápidamente lo restablecen cuando sobreviene alguna perturbación. Esa es la base de su marco analítico en macroeconomía. Poco importa que el principal resultado de la teoría económica pura (la de muchos premios Nobel) sea precisamente la imposibilidad de demostrar la mítica eficiencia de los mercados. No parece que Carstens vaya ahora a comenzar a aprender a leer esos zapatos.
El principal dogma que tiene en los pies, perdón, en la cabeza, es que sin "reformas estructurales" México no podrá crecer. Según este economista, el mundo ya se divide entre los países que han aplicado las reformas estructurales y están creciendo a tasas aceleradas, y los que se han negado a realizar esas reformas y no están creciendo. Vaya usted a saber en qué viejo zapato encontró esta versión de la historia económica contemporánea.
Esta desgastada idea del proyecto neoliberal conecta bien con el punto de partida: para que funcionen los mercados, hay que privatizarlo todo, el sector energético en primer lugar. Hay que terminar de quitar los obstáculos que aún permanecen para que la competencia pueda fructificar, los negocios prosperar y el crecimiento renacer. Uno de esos obstáculos es la reglamentación en materia laboral. Y es que aunque la legislación laboral ya no se aplica, continúa siendo un estorbo en el esquema neoliberal.
La otra gran reforma que falta está en el ámbito fiscal. Hay que recaudar más. Pero, ¿para qué? La respuesta es clara: para poder enfrentar las cargas financieras. Hay dos maneras de enfrentar esa hipoteca financiera: aumentando los ingresos fiscales o, si eso no es posible, recortando el gasto en los sectores reales de la economía. Examinemos estas dos opciones para anticipar algo de lo que enfrentará el nuevo secretario de Hacienda.
No se puede incrementar el impuesto sobre la renta para las capas de altos ingresos porque el dogma neoliberal aconseja mantener un sistema fiscal "competitivo". La alternativa es la generalización del impuesto al valor agregado (que de paso, ayudaría a reducir la evasión fiscal). Eso es lo que Fox y Gil quisieron hacer en estos seis años, pero no pudieron lograrlo a su satisfacción.
En resumen, más privatización, desregulación y mayor recaudación vía impuestos regresivos son las reformas estructurales de segunda generación que serán la prioridad de Agustín Carstens. Según él, los países que introducen la primera oleada de reformas frecuentemente se sientan sobre sus laureles y ya no profundizan las transformaciones, dejando las cosas a medias. Esa ha sido una línea ideológica muy socorrida entre los partidarios del modelo neoliberal. La conclusión lógica es que México debe perseverar y completar la tarea iniciada con De la Madrid y Salinas.
Carstens se educó a la sombra de quienes piensan que la inflación es esencialmente un fenómeno monetario. Pero por su experiencia en México, sabe que el papel de los precios claves en la economía (salarios, tipo de cambio y los precios de los bienes y servicios del sector público) son determinantes en el proceso inflacionario. En su nuevo puesto pugnará por el control en la evolución de los salarios como instrumento antinflacionario. Pero en lo que se refiere a los precios de los bienes proporcionados por el sector público, estará sometido a la tensión entre su impacto inflacionario y las necesidades de una mayor recaudación.
Para muchos la coordinación entre el Banco de México y la SHCP mejorará con la llegada de este funcionario. En realidad, eso no ha sido un problema grave en el pasado reciente (ambas instituciones están obsesionadas por la estabilidad macroeconómica). Lo realmente clave es la ironía en la que se encontrará el nuevo responsable de la SHCP. Carstens está convencido de que lo más importante para la política monetaria después de la crisis de 1994-1995 fue dejar en claro que la prioridad exclusiva sería estabilizar los precios, y que el "problema de los bancos se resolvería con programas específicos cuyo costo sería asumido por la autoridad fiscal".
Cuando alguien piensa con los pies, es normal imaginar que las ideas embonan bien en un zapato. Ahora Carstens encontrará su Némesis en el nuevo cargo que ocupará: tendrá que dedicar los recursos del superávit primario a resolver el "problema de los bancos", es decir, el Fobaproa. No debe olvidar que, por encima de todas las cosas, la diosa de la venganza castiga la desmesura.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario