Dos tomas de posesión
El pasado lunes 20 de noviembre, Andrés Manuel López Obrador rindió protesta como "presidente legítimo", conforme al acuerdo tomado por la convención nacional democrática del pasado 16 de septiembre. Esto ocurrió en un Zócalo lleno y, después de la ceremonia y del mensaje que envió, el ex candidato presidencial, que para muchos ganó la elección nacional del 2 de julio, se retiró, con sus hijos, por el pasaje del Metro Pino Suárez, sin ninguna escolta visible.
Está anunciada, para el primero de diciembre la toma de posesión, como presidente, de Felipe Calderón. El ambiente que rodea este acto incluye la militarización del Palacio Legislativo de San Lázaro, sede de la Cámara de Diputados, y un despliegue de numerosos policías y soldados en los alrededores y en los accesos al mismo. El control incluye a los que viven por allí, con un descontento por parte de los afectados que se ha hecho público.
Estos dos actos son muy contrastantes. Por un lado, un apoyo popular, y por otro, el apoyo de la fuerza pública y de las "instituciones" que se han desacreditado, en especial a lo largo del proceso electoral y poselectoral.
Contrasta mucho que el Zócalo, las conmemoraciones tradicionales, y actos importantes en los días festivos, dejaron de estar a cargo del gobierno federal, del Presidente, y fueron encabezados, o por López Obrador, o por el Gobierno del Distrito Federal (GDF). Y Calderón ha estado fuera del país o fuera de la vista del público, y llega en secreto a alguna reunión selecta, a veces en helicóptero.
En el primer caso, el gabinete está formado, en buena parte, por profesionales con experiencia en puestos de alto nivel en el GDF. En el segundo, se incluyen también funcionarios con experiencia, pero en los tres gobiernos anteriores, desde el de Carlos Salinas de Gortari hasta el de Vicente Fox.
Se menciona, además, para la Secretaría de Gobernación, al gobernador con licencia de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, quien se distinguió por la brutalidad con la que se trató a los manifestantes contra la globalización, en Guadalajara. Su nombramiento no reflejaría una intención de entendimiento político, como la que se ofrece en algunos discursos, sino el propósito de reprimir.
El primer caso es el de la izquierda. El segundo, el de la derecha. Por lo mismo, el programa anunciado después de la toma de posesión de López Obrador, que empieza por plantear una nueva Constitución. Es posible que esto tenga relación con el hecho de que las instituciones en general están deterioradas. Por ejemplo, la Secretaría de Hacienda tiene una poderosa arma para imponer su voluntad a los gobiernos de los estados. De por sí las inversiones federales cuentan mucho en la inversión total de los estados; pero ahora, con lo que se reparte del excedente petrolero, pues las posibilidades de Hacienda de presionar a gobiernos estatales son mayores. Y por conducto de gobernadores presionados, se influye sobre diputados y senadores.
Se ratifica, en este programa, la oposición a una serie de medidas que la derecha ha intentado aplicar una y otra vez, hasta el momento sin éxito: privatización de las empresas eléctricas y de Petróleos Mexicanos, e IVA a alimentos y medicinas. Y también oposición a procesos como el de reducción del ámbito de la seguridad social, y del presupuesto destinado a la misma.
Otro ejemplo es la oposición a los precios de monopolio. Se muestra que pagamos precios altísimos por servicios de hecho monopolizados, incluso en comparación con Estados Unidos, donde los salarios son mucho más altos que los de aquí.
El programa de la derecha es, en los hechos, contrapuesto al antes mencionado. A veces se dice una cosa, a veces otra, aunque hay planteamientos constantes, como la mayor participación privada, incluyendo a las áreas estratégicas del sector de la energía, que son las fundamentales de este sector. Y si no pueden aplicar el IVA a medicinas y alimentos, aumentan, como ahora ha sucedido, los precios de artículos básicos como la leche de Liconsa, transportes mediante el alza de los combustibles, más lo que se les ocurra en lo sucesivo.
En otra situación, o en otro país, lo "normal" sería que el candidato declarado oficialmente como ganador en una elección presidencial es el que queda, y ya. Pero, como vemos, en el México de hoy las cosas no se están dando de esa manera, y tenemos dos proyectos de nación contrapuestos entre sí, de los que uno prevalece en ciertos terrenos, pero en otros prevalece el otro.
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