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miércoles, octubre 18, 2006

EL EJE OAXACA, TABASCO Y LAS ARMAS

Calidad de las elecciones

Por: Eduardo Ibarra Aguirre (Fecha publicación:17/10/2006)

Una de las lecturas que es preciso subrayar sobre las elecciones realizadas en Tabasco para elegir gobernador, diputados y alcaldes, es el peligroso deterioro de la calidad democrática de la jornada dominical.

No se trata de que hasta hoy el triunfo para la gubernatura corresponda a Andrés Granier Melo, en detrimento de César Raúl Ojeda Zubieta. Esto es lo de menos. Pero no cómo lo lograron, aparte de si el segundo representaba una candidatura débil o mala.

Lo verdaderamente trascendente es que están tomando carta de naturalidad los procesos electorales en los que es muy difícil diferenciar al candidato, su partido y los papeles institucionales trastocados por los alcaldes, gobernadores y hasta por el presidente Vicente Fox Quesada para favorecer al hombre o la mujer que les va a cuidar las espaldas durante la retirada, o bien para apoyar más abierta que subrepticiamente con todo el aparato público y el erario al candidato de su partido.

La alta afluencia de votantes en el edén tabasqueño es un alentador dato, pero no logra ocultar que en la tierra de Roberto Madrazo Pintado y Andrés Manuel López Obrador se encuentran muy por debajo de la media nacional en materia de sufragio efectivo y autonomía de la autoridad electoral respecto del Ejecutivo.

El preocupante rezago en cuanto a instituciones y prácticas electorales democráticas en Tabasco, se mostró en toda su magnitud y cinismo con la febril participación de Manuel Andrade Díaz, quien puso al servicio del candidato priísta todo: erario, Ministerio Público, cárceles -con torturas a dirigentes perredistas--, medios de comunicación estatales y nacionales, campaña xenofóbica y al gabinete del Ejecutivo.

La elección de Ulises Ruiz Ortiz como gobernador de Oaxaca, es el antecedente más inmediato en cuanto a comicios realizados al más viejo estilo del septuagenario priísmo hecho gobierno, sistema político y subcultura mexicana.

Y las consecuencias están a la vista. La rebelión de los oaxaqueños -no sólo de la sección 22 del SNTE y la APPO-- es impensable sin las fraudulentas prácticas puestas en juego para imponer al repudiado hombre que no gobierna ni en su pueblo. Naturalmente que es mucho más rentable y políticamente correcto localizar las causas en radicalismos incomprensibles y guerrillas fabricadas.

Oaxaca, la elección presidencial del 2 julio de 2006 y Tabasco tienen un hilo conductor: no se respetó puntualmente la voluntad ciudadana, de acuerdo a las reglas democráticas y también las presuntamente democráticas en vigor, para colocar a los hombres y las mujeres que más y mejor se corresponden con los intereses del grupo gobernante y la plutocracia que día a día se impone por sobre la institucionalidad republicana.

El mensaje que se está reproduciendo es harto peligroso para una ciudadanía crecientemente descreída de las instituciones, convencida de que la justicia y ley están al servicio de los poderosos, mientras una amplia franja de mexicanos estima que el marco institucional para las soluciones electorales se cierra cada vez más y se inclina a considerar que los caminos de las armas son más pertinentes.

Hasta hoy pareciera que el grupo gobernante está más dispuesto e interesado en el magno operativo político y mediático de aislar y aniquilar al tabasqueño de Macuspana, y opta por ignorar estas peligrosas realidades que vuelven incierto el futuro de la democracia política.

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