Este e-mail está chido. Va:
Esta es la narración motivadora que escribió mi amiga sobre el movimiento civil que se ha generado en torno al fraude electoral de este 4 de julio, léanlo por favor, se trata de experiencias reales que nos deben hacer actuar, cada quien a su manera pero hacerlo.
Queridos amigos todos,
Quizás muchos de ustedes estén en este momento consternados, decepcionados, o vulgarmente sacados de onda con respecto al tema central de la política mexicana en estos días, que parece no ser ya el fraude electoral, sino el consabido tema de los "pejecamps". Tengo que confesar que para mí no fue un trago fácil de pasar, que siempre he estado en contra de los bloqueos y que, como para cualquier chilango, mi némesis son los embotellamientos.
Bien, pues para que nadie nos contara, el martes por la tarde decidimos Dani y yo empacar un esliping y una cobija, y nos lanzamos a caminar por Reforma, Juárez, Madero y el Zócalo. Esto fue lo que vimos: familias jugando dominó, corredores manteniéndose en forma por reforma, viejitos jugando ajedrez, carteles por cientos con leyendas pro-peje y anti-fecal, señoras preparando café, niños carcajeándose ante un teatrito guiñol, un titiritero guapo, gente haciendo bolita y batiendo palmas alrededor del bitle perdido "John Leo", que le dedicaba "Revolution" a AMLO con todo furor, una bandita de rockito punk formada por cuatro adolescentes . Ya por Juárez, parejas bailando las cumbias de selección de los sonideros de Iztapalapa, una feriecita con algodones de azúcar.
Madero, un corredor techado con televisiones y sillitas, una señora revelando ante un
circulito de otras curiosas los negros secretos de los Salinas de Gortari. En el
zócalo, un laberinto de carpas en cuyo centro no había tal minotauro, sino un templete con Salario Mínimo arriba, y abajo la gente, familias, parejas de novios, grupos de amigos, bailando. Un montón de naranjas junto al campamento de Durango: "llévese las que quiera o las que pueda".
La noche fue fría y no muy confortable. Pero la pasamos bien con café caliente que nos ofrecieron en una carpa y platicando con el inolvidable e inteligentísimo Mariano, un chavito de diescisiete años que decía "no pude votar, pero ahora sí puedo hacer lo que sea por apoyar a AMLO". También nos confortaron los chocolates que nos llevó David y la calidez de las personas que nos ofrecieron una casita de campaña.
A las seis y media de la mañana volvimos a la casa, y prendimos la tele para ver las noticias: ¡parecía que lo único importante era el trafico!. No había una sola imagen de los conciertos improvisados, de las cocinas comunitarias, de los centros de acopio o de los sevicios médicos. Sólo quejas y lamentos por el tráfico.
Hoy jueves volví al campamento, a corroborar que lo del martes no fue una alucinación de mi mente optimista. A la luz del día es todavía mejor: los negocios abiertos, marchitas con contingentes de diferentes estados, en diferentes direcciones. Chinelos de Morelos, turistas tomando fotos de los carteles, firmando las cartas de apoyo a AMLO (no sé por qué ni para qué, pero simpatizaban con el movimiento). Bolitas aquí y allá, de gente discutiendo, organizando. En una de esas bolitas estaba gente a la que sí le conozco el nombre. Uno de ellos era Giménez Cacho, diciendo "para hacer una omelette se necesita romper al menos un par de huevos". Más adelante, en el cruce de Insurgentes, y frente a los conductores impacientes, una culebra de unas treinta personas con globos bailaba merengue al son de "La vaca". Bailaban tan chistoso que no me pude dejar de reír durante unas cuadras.
Mentiría si dijera que el pejecamp es una pequeña disney. Se siente alegría, pero a la vez un odio agazapado, paciente, pero alerta. Hay una suerte de tranquilidad rabiosa. Algo que no destacan los medios es que no ha habido ningún incidente: ni un atraco, ni un cristalazo, ni una pinta.
No me cabe duda, cuando lo veo por dentro, de que se trata de un movimiento pacífico. La gente es animosa y fiel, porque saben que en su ánimo está la voluntad de resistir y que desanimarse es traicionarse. Y esta gente, por lo que se ve, no tolera a los traidores.
Me indigna el tratamiento que se da en la televisión a este problema. Me da rabia la primera plana del Reforma, que muestra a una familia cuquis de apellido Garza manifestándose "decentemente" en la fuente de petróleos apelando al traidor y llevado "bando 13". Pues adentro del campamento hay cientos de carteles de la familia Gómez, López, García y cuantos apellidos se puedan imaginar, apoyando el recuento. Ninguno de ellos ha merecido la atención de la prensa.
Por otro lado, me da mucho gusto que por fin dediquen las noticias tanto tiempo a agrandar este problema, a desviar la atención hacia el tránsito y a criticar el papel de Encinas, así como me dieron gusto los encabezados de los periódicos del lunes que contaban "180 mil asistentes en la tercera asamblea". Me dio gusto porque llegaron al momento de mentir desesperadamente, de mentir sin siquiera tener tiempo de pensar cómo mienten, mentir cancelándose la posibilidad de ser creídos.
Bueno, este correo no es un capítulo de "aquí nos tocó vivir". Es una invitación, una sugerencia, un favor, o llámenlo como quieran: vayan al campamento, y sobre todo, inviten gente. Dénse una vuelta. Caminen por Reforma (¡es toda de los peatones, toda!), lleven sus patines, recorran Juárez, llévense un buen libro y tómense un café en Madero. Aprovechen para ver un video de Mandoki. Conozcan a dos o tres personas. Lleven a los chamacos, hijos, hermanos, sobrinitos, de paseo. Escriban una opinión o una mentada de madre y péguenla en un poste. Tomen fotos, escuchen a los músicos, ríanse de un payaso. Observen a la gente. Cómanse, como Dani, una gelatina de nuez. Bailen una salsa. Nada como ver con los propios ojos para disipar las dudas.
Me pregunto si en este caso el fin justifica los medios. No lo sé, pero sé que los medios, los de comunicación, no justifican nuestro fin. Ante la manera como callan, aplastan, ridiculizan e ignoran este fin, pues no queda otra cosa que el ruido, el ruido ensordecedor de los claxons desesperados, y el murmullo jacarandoso de los que los hacen desesperar. ¡Hasta que no puedan más y se pongan a contar!
Al parecer este e-mail se escribió la semana pasada. Ahora los campamentos cada vez son más grandes y más gente se une a la causa.
¿Alguna vez se había visto algo tan solidario en la historia de México?
Una razón más para apoyar al peje en el 2006.
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