La farsa.
Benedicto Ruiz Vargas.
En el prolongado y agónico trecho que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación tomó para elaborar su fallo, hubo muchas voces que se alzaron para advertir el enorme desafío que representaba la tarea del Tribunal para esclarecer los hechos de la elección y despejar las dudas que una gran porción de la sociedad tenía con respecto a la forma en que se contaron los votos y actuaron varias instituciones, entre ellas el IFE y muchas más.
Lo menos que se decía era que el Tribunal estaba ante una decisión histórica, determinante para limpiar la elección y legitimar el papel de las instituciones, para definir el rumbo y el contenido de la democracia, o bien para impedir que el país desembocara en una crisis política de consecuencias impredecibles.
La decisión del Tribunal se veía como la única y la última oportunidad para restañar la credibilidad en los procesos electorales, para confirmar que los votos siguen teniendo un valor esencial en el cambio de los gobiernos, pero también para confirmar que en el país podría haber todavía una instancia con un mínimo sentido de la justicia y la legalidad.
Todo esto se decía y se esperaba, pero ¡oh sorpresa! El Tribunal parió una decisión mezquina y ridícula, con argumentos risibles y patéticos, muy por debajo de las expectativas y de la compleja y viciada realidad de la elección.
Tomó demasiado tiempo para decir lo mismo que los ejecutores del fraude venían proclamando a los cuatro vientos. En esencia, el Tribunal simplemente se adhirió a los argumentos que defendían la limpieza de la elección y fue más allá todavía: fundamentó las razones por las que en realidad la Coalición por el Bien de Todos había perdido en los comicios.
Dijo que entre esas razones que afectaron a López Obrador estaba el no haber asistido al primer debate. “Eso pudo disminuir –arguyen los magistrados- su posición ante el electorado y tener un efecto negativo, debido a que no expuso en una ocasión sus programas de gobierno”. “La falta de respeto a las autoridades” también pudo provocar que no ganara más adeptos. Y por último, para que no haya duda de la sabiduría de los magistrados bien pagados, la resolución de la magistrada Berta Navarro señaló que la intervención del presidente Fox durante la campaña, constituyó “la mayor irregularidad” y puso “en riesgo” la validez de la elección, pero (he aquí la sentencia) “su grado de influencia se vio atemperado por la forma indirecta o metafórica de sus expresiones”.
Es increíble la inconsciencia de la burla.De aquí en adelante el Tribunal debería ser una instancia que dirima, a partir de su autoridad científica, la explicación de los fenómenos sociales y políticos más complejos en México, problemas que lleva años a los estudiosos de las ciencias sociales poder definir y acotar conceptualmente. Con el Tribunal todo sería más simple y tendríamos en cuestión de semanas una explicación clara y concisa, evitando muchos rodeos teóricos para poder explicar y entender el grado de influencia que puede tener un presidente en un proceso electoral, la forma indirecta y sutil que puede tener una metáfora en el ánimo de los electores, así como el calado milimétrico de la propaganda negra y el miedo en el comportamiento de los votantes.
Lo que el Tribunal está haciendo o hizo, al igual que los actores políticos e institucionales y los poderes fácticos que se coludieron para impedir un triunfo de López Obrador, es burlarse de una parte de la sociedad mexicana, encubriendo una farsa electoral que sembró el odio y fracturó como nunca al país.
Con su decisión, el Tribunal profundiza la crisis y acrecienta el escepticismo y la duda con respecto a las elecciones, de por sí seriamente dañadas por el papel pragmático y convenenciero de los partidos y la intervención descarada de los grupos del poder político y económico. El Tribunal legitima y avala un proceso viciado orquestado para impedir la generación de cambios.
Lo más importante y grave al mismo tiempo es que la decisión del Tribunal no le allana el camino al próximo gobierno, ni tampoco permite que las heridas abiertas por una campaña de odio y denigratoria del adversario, cicatricen rápidamente. Es falso a todas luces que los grupos inconformes o incluso aquellos sectores que dudan de las elecciones y desconfían de las autoridades, olviden pronto lo que ha pasado en esta elección y el país regrese a una “normalidad democrática”.
Lo que muchos no entienden hasta ahora, entre ellos principalmente los panistas, es que el asco y la repulsa son los sentimientos más fuertes que albergan muchos sectores de la población; asco e indignación ante el papel de las instituciones y las instancias legales, ante los gobiernos facciosos y los líderes corruptos, ante el discurso hueco de la democracia y los llamados al diálogo, ante una democracia atrapada por los dueños del poder y los intereses de las grandes empresas; ante el desprecio y la exclusión racista de los sectores más pobres de México.
La herida abierta por el panismo, la derecha y otros poderes, ha despertado a otra parte de México, la que creía que bien o mal el país tenía rutas abiertas para avanzar, para salir de un pasado ominoso y corrupto donde reinaba la impunidad y gobernaban los privilegios. Hoy, con la farsa montada por el poder, se sabe que no es así y lo que sigue es plantearse de nuevo otra ruta de cambio. Sin esto, el próximo presidente no podrá gobernar, menos uno cuyo signo es la arrogancia.
Correo electrónico: benedicto@tij.uia.mx El autor es analista político e investigador de la UIA Tijuana.
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sábado, septiembre 09, 2006
EL FALLO, UNA BURLA AL PUEBLO MEXICANO.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 12:10 p.m.
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