Arturo Alaclde Justiniani escribe en la Jornada:
Los votantes y sus reclamos.
Las características de la jornada electoral y su estrecho resultado inicial están generando un encono que será difícil superar en el futuro si no existen voces y acuerdos que interpreten las aspiraciones de los votantes expresadas en dos grandes sectores que han dividido a nuestro país.
Buena parte de la población ha asumido los informes del Instituto Federal Electoral (IFE) con una gran desconfianza, sustentada en diversos motivos: la falta de claridad y consenso que se generó al designar a los consejeros electorales, los errores del propio IFE en sus sistemas de información y la vieja historia política sustentada en el engaño por parte de la estructura electoral; todo esto aunado al comportamiento de instituciones que, debiendo permanecer al margen durante la campaña electoral, intervinieron activamente en favor de unas de las opciones, entre ellas, el gobierno federal, el empresariado y la propia Iglesia.
Otro sector de la población orienta su energía a culpar a quienes regatearon su apoyo a la posibilidad de un cambio; voltean su crítica al cardenismo, al zapatismo, al abstencionismo o a los partidos pequeños, que con una parte de sus votos hubieran generado un cambio en el resultado electoral.
En el sector de los favorecidos por los datos del IFE también existen interpretaciones diferentes, algunos se sentirán triunfadores en su batalla contra el personaje "maligno" que la propaganda creó, otros están convencidos que han cumplido un designio divino atendiendo a la frase amenazadora de "no olvides que aunque el voto es secreto, Dios te está observando".
Los más poderosos económicamente sentirán alivio, ahí se ubican aquellos temerosos de que el "pobrerío" llegue a tomar el poder e irrumpa en sus propiedades afectando la integridad de sus familias; sin embargo es importante entender que la jornada electoral es una parte del proceso político, y que en el fondo de la sociedad existen varios mundos que no han sido tomados en cuenta, que necesitan ser atendidos. Esto no será fácil porque las campañas electorales han explotado la parte más sórdida de cada uno de nosotros, poniendo al adversario electoral como un enemigo irreconciliable.
Buena parte de los seguidores de Andrés Manuel López Obrador, arraigados en el sector popular, han desarrollado en esta jornada una movilización sin precedentes con la esperanza de una vida mejor. No creen en la estadística que plantea que nuestro país ha mejorado, por la simple razón de que no la ven reflejada en su calidad de vida, han sido víctimas de la exclusión social y económica, consideran que buena parte de su pobreza se funda en los abusos de otros privilegiados, cotidianamente deben enfrentarse a toda una estructura de control y corrupción ejercida por líderes de todo tipo, incluyendo los "charros sindicales"; se sienten inconformes con gobiernos que en los hechos los han ignorado y vuelcan su respaldo a un personaje que, más allá de los dichos, se preocupa por sus necesidades primordiales. Así lo demostró con su política social en la ciudad de México, que ha venido a ser imitada al grado que buena parte de los candidatos de los distintos partidos la retomaron como propia.
Sería un error considerar que el éxito popular de Andrés Manuel López Obrador deviene únicamente de su simpatía personal y de la cercanía emocional con los sectores populares; detrás de los votos en su favor hay gente desesperada, cansada de tanta promesa incumplida, urgida de cambios que otorguen a sus hijos la posibilidad de obtener un trabajo digno en nuestro país y una vida tranquila en el futuro.
Cualquier gobernante debe sustentar su legitimidad en el reconocimiento de la falta de justicia que priva en nuestro modelo económico y la urgencia de un cambio profundo en sus cimientos para responder a las necesidades de la gente. Para ello se requiere de un acuerdo construido sobre la base de estas necesidades.
Los representantes del Partido Revolucionario Institucional desperdiciaron la oportunidad de remontar su gigantesca derrota. En lugar de aprovechar su papel minoritario actuando como fiel de la balanza, con una agenda social que le recuperara cercanía con la población, se entregaron a un precipitado apoyo que ahondará su desprestigio, porque confirma muchas de las sospechas que sobre ellos han generado en sus propias bases.
Un acuerdo requiere alejarse de las visiones extremas que orientan escenarios de creciente fricción. La perspectiva más lúcida es organizar el gigantesco potencial, las redes, grupos y personajes que se pronunciaron por un país más justo. No se puede olvidar que cerca de quince millones de mexicanos a contracorriente acogieron esta opción, de aquí la importancia de superar la crisis buscando un acuerdo nacional, retomando las agendas que durante muchos años se han construido al cobijo de la lucha social y del trabajo profesional en las distintas áreas de especialidad, las cuales lamentablemente no ocuparon el lugar que merecían en el proceso electoral, por la prioridad de obtener el voto.
Una manera positiva de revertir el desgastante proceso que ha vivido nuestro país por casi dos años sería convocar, una vez agotado el recuento electoral, a la diferida reforma política, social y productiva del país, que por falta de visión fue cancelada hace seis años. Para lograrlo se requiere entender que una pequeña diferencia de votos no hace gobierno, lo que da legitimidad es atender la angustia de esa gran mayoría de la población en cuyo nombre tanto han hablado los candidatos.
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sábado, julio 08, 2006
LA LEGITIMIDAD SE DA EN LOS HECHOS.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 1:08 p.m.
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