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sábado, julio 08, 2006

DE LA CAMPAÑA SUCIA AL FRAUDE.

Benedicto Ruiz Vargas escribe:

De la campaña sucia al fraude.

Todas las evidencias de la elección muestran que el fraude, en su versión más sofisticada pero no por ello menos burda, fue simplemente la coronación de las trampas y obstáculos que el poder político y económico puso en todo momento para evitar que Andrés Manuel López Obrador ganara la presidencia.

El fraude era el último recurso para imponer una decisión tomada en las altas esferas del poder desde el primer momento en que AMLO se postuló como candidato presidencial.

En algunos grupos de simpatizantes del candidato perrredista y en los círculos de los analistas independientes, siempre rondó la sospecha de la posibilidad del fraude, pero también la duda de que se atrevieran a realizarlo.

En el fondo y a pesar de los cuestionamientos, había una cierta confianza en el Instituto Federal Electoral y en el conteo de los votos, pero sobre todo en la vigilancia que harían miles de ciudadanos el día de la elección. El fraude era un fantasma que pesaba sobre los comicios, pero a la vez un riesgo que entrañaba un peligro para sus ejecutores.

Hoy sabemos que prefirieron correr ese riesgo antes de reconocer el triunfo de López Obrador. Prefirieron manchar la legitimidad del proceso, aumentar el descrédito de las instituciones y dejar sembrada la duda de la transparencia y claridad en los resultados electorales.

Prefieren, en suma, imponer un presidente aunque carezca de legitimidad y de los atributos necesarios para gobernar un país profundamente dividido y agraviado por las injusticias y la corrupción. Si antes se pudo sostener a Salinas de Gortari en estas condiciones, ¿por qué ahora no se puede hacer lo mismo con Felipe Calderón, quien llegaría al poder bajo la misma sombra del fraude?Lo hacen porque el escenario de un conflicto poselectoral era algo también ya previsto.

Las armas para desactivarlo serán las mismas que se utilizaron durante toda la campaña, así como los actores que jugarán en esta estrategia. Todos ellos, en coro, hablarán en defensa de la legalidad, de las instituciones, de la transparencia del proceso electoral, del peligro que entraña el llamado a la movilización y la exigencia de contar los votos uno por uno.

Ahí estarán los poderes fácticos, la cúpula empresarial, la jerarquía de la iglesia católica, la complicidad del PRI y otros partidos, la voz de los académicos oficiales y sin independencia intelectual, pero sobre todo estarán ahí los medios de comunicación electrónicos que le rinden culto al poder y han sido parte del fraude.

Todos ellos, adherentes de la visión del Yunke y de un panismo confesional, repetirán el mismo mensaje que machacaron sin tregua toda la campaña: El cambio social y político en México no es, y no podrá ser, por el lado de la izquierda. La izquierda representa “un peligro para México” y los únicos que están en posibilidades de conjurar ese riesgo son, precisamente, los dueños del poder; son ellos los que dictan las reglas, los que definen el contenido de la legalidad y las vías para canalizar las demandas, pero más que todo los que deciden quién gana y quién pierde en una elección.

Así lo han hecho siempre, ¿por qué ahora no?Porque aparte del manoseo de los votos y la actitud sospechosa del IFE y de su consejero presidente Luis Carlos Ugalde, lo que arroja esta elección es que los poderes constituidos no van a permitir fácilmente que la izquierda, o cualquier otra fuerza parecida a ésta, conquiste la presidencia del país. Arriesgarse por un fraude sólo expresa la fuerza de esta conclusión.

Es preferible apagar las llamas de la inconformidad y de los reclamos sociales de los excluidos, que permitir que sea la izquierda la que dirija los destinos del país. Es preferible apagar un conflicto postelectoral y que el nuevo presidente carezca de legitimidad, que ceder a la izquierda el máximo espacio del poder político.

Otro mensaje terriblemente explícito de los dueños del poder es que los pobres en México tendrán que aprender a valerse por sí mismos, y entender que el Estado no puede subvencionar sus carencias a riesgo de colapsarse. Junto a ello, los pobres también deben entender que reclamar al gobierno y presionar para el cumplimiento de sus demandas sociales, no debe hacerse a través de la movilización o la toma de calles y plazas, tampoco a través de la denuncia o la organización política, sino sólo mediante un trámite en las ventanillas de las oficinas públicas.

Hacer lo contrario es atentar contra la estabilidad de los mercados y el prestigio de las instituciones.Pero de todos, el mensaje más pernicioso y profundamente preocupante que está enviando la elite en México en estas elecciones, es el que tiene que ver con la democracia electoral.

La democracia, para estos grupos de poder, no es una persona un voto, un sistema de reglas para garantizar la equidad, o un sistema donde no sólo importa ganar la mayoría sino que los votos sean legítimos y limpios. Para ellos, la democracia sólo cuenta si la opción elegida es la que corresponde con sus intereses y su proyecto político.

Si los electores votan por otra opción, siempre estará el recurso del fraude, burdo o sutil, pero finalmente un fraude.Si después de agotar todas las instancias legales, los votos de la elección no se cuentan como debe ser, con claridad y transparencia, el país puede entrar en un escenario peor que el que imaginaron los autores de este turbio proceso. México ya no es el mismo.

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