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sábado, julio 08, 2006

LA DEMOCRACIA MEXICANA NO SE CONSOLIDÓ.

René Delgado en el Reforma:


El cuchillo entre los dientes.

El saldo es preocupante. La polarización se trasminó hasta la gente que no acaba de digerir el resultado. Seguidores de los dos principales contendientes andan con el cuchillo entre los dientes. El país está dividido. Un mal paso, un exceso, un malentendido, un error, un desbocamiento y puede sobrevenir algo peor.

La ciudadanía hizo la tarea, no la clase política. La ciudadanía aplicó el único recurso de participación a la mano: el voto. La clase política no rediseñó las instituciones políticas ni fortaleció el Estado de derecho. Y no se puede pasar de un régimen autoritario a uno democrático, dejando al voto como único recurso y referente de la participación ciudadana. Reducir la democracia al ejercicio electoral es convertir la boleta en un asunto de vida o muerte. Ahí se juega todo.

Y más si la competencia política se plantea como un concurso eliminatorio, donde sólo uno puede sobrevivir.La intensidad de la contienda electoral era previsible y, en vez de abrir nuevos canales de participación y replantear las instituciones políticas, se descuidó ese entramado: la autoridad electoral fue producto del desacuerdo, el derecho se empleó como ariete político, el Presidente se entrometió en la contienda, el debate se llevó al nivel de la guerra sucia, la atmósfera se deterioró cuanto se pudo y el ambiente se sobrecalentó adrede.

..El saldo no puede ser otro. Un país dividido con una próxima Presidencia de la República brutalmente debilitada y una reducida base de apoyo.... Lo verdaderamente asombroso de lo que hoy ocurre es la cara de asombro de la clase política. Hicieron todo, absolutamente todo para llegar a la actual circunstancia... y, ahora, se asombran.

La única explicación de su asombro deriva de su miopía. Hacen cosas para salir de lo urgente y siempre dejan de lado lo importante. Siempre miran el límite, pero nunca el horizonte. Hacen de la historia la concatenación de hechos supuestamente aislados e inconexos y, por eso, las más lógicas consecuencias se les presentan como los fenómenos más extraordinarios. La circunstancia que hoy vive el país es, obviamente, producto de lo que se hizo y de lo que se dejó de hacer a lo largo de seis años.

El presidente de la República se fascinó con la popularidad y se desinteresó de la gobernabilidad. Los partidos en vez de renovarse se convirtieron en tierra interna de disputa. Los ajustes políticos y electorales que exigía la nueva circunstancia se desatendieron. De las instituciones políticas y de gobierno se hicieron plataformas personales de lanzamiento.

En el camino empedrado a la circunstancia de hoy, la primera piedra fue el Consejo del Instituto Federal Electoral. Ese Consejo no fue producto del acuerdo, sino del desacuerdo político. No fue electo por unanimidad, no tuvo el aval de todos los partidos. Se advirtió oportuna y puntualmente de ese peligro, de lo que podría significar ahora, y nada se hizo al respecto. Se dejó ese Consejo que, de origen, estaba descalificado.

La segunda piedra fue el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Del derecho se hizo un ariete político para intentar eliminarlo de la competencia. Vicente Fox se empeñó en el esfuerzo, involucró al resto de los poderes de la Unión para después, en razón del costo en su popularidad, renunciar a la intentona. Mal parados quedaron los tres poderes, dejando al olvido la cicatrización de una herida que siempre se mantuvo abierta.

La tercera piedra fue lo que vino ocurriendo en el Tribunal Electoral. Eloy Fuentes renunció a la presidencia de ese órgano pero no a la magistratura sin mediar explicación alguna. Así, como si se pudiera dejar una responsabilidad pública sin rendir cuentas. Aunado a ello, se vino dando la nulidad de elecciones por parte de ese órgano pero, como aquello no importaba mucho en el momento, no se vio la consecuencia. Y, luego, por omisión en la reforma emprendida que tocó al Tribunal, se dejó en la vulnerabilidad a los magistrados y a la institución que ahora tendrá que resolver el problema electoral en el borde de su relevo.

La cuarta piedra fue dejar correr la campaña por el sendero de la confrontación que excedía con mucho los límites de la política. Del subrayado de las diferencias se hicieron abismos. Se encendieron los ánimos en la ciudadanía, creyendo que el discurso de la descalificación se borraría durante la jornada electoral. Los políticos creyeron que el lenguaje era un sobreentendido entre ellos, sin reconocer que se trasminaba a la gente y generaba una polarización exagerada.De esas y otras muchas piedras fueron oportunamente prevenidos los políticos, por eso su cara de asombro no cabe.

... A pesar de que hay cifras oficiales, los oficiales pusieron en duda las cifras por la forma en que las difundieron. Es muy difícil pedir respeto a los consejeros, cuando éstos no se dieron a respetar a la hora de su nombramiento y mucho menos durante su desempeño. Es difícil pedir a un candidato creer a ciegas en el derecho y renunciar a la movilización, cuando ese derecho se usó como ariete político para tratar de eliminarlo y sólo lo salvó la movilización.

Ahora los protagonistas de la contienda -que, obviamente, no son sólo los candidatos- hablan de lo mismo pero dicen estrictamente lo contrario. Piden estricto apego a la legalidad y absoluto respeto a las instituciones. Nomás que, a lo largo de seis años, insistieron en que México no es un país de leyes y que la fortaleza de sus instituciones depende, frecuentemente, de quien las encabeza.

El tono impreso a la campaña coloca a los dos principales contendientes en un problema. El discurso de la reconciliación de Felipe Calderón no pasa después de haber marcado a Andrés Manuel López Obrador como un peligro. ¿Cómo el salvador de la patria puede avenirse con el destructor de ella?

El discurso apelando a la moderación de Andrés Manuel López Obrador no pasa después de que iba a acabar con los privilegios de una vez por todas. ¿Cómo Robin Hood puede devolver las joyas a los delincuentes de cuello blanco?

Ese es el problema de inflamar el discurso más allá del límite marcado por la política. Calificar de "peligroso" a un candidato es tanto como buscar un voluntario para asesinarlo. Convertir la elección en la revancha de los pobres es tanto como entender las urnas como la toma de la Bastilla.

... Los políticos y las autoridades perdieron el control del proceso electoral. Lo llevaron a un campo ajeno a su dominio.Ahora, la gente lo trae entre las manos pero con el cuchillo entre los dientes. Hay quienes quieren someter al presunto derrotado a como dé lugar y sostener al presunto ganador a como dé lugar. Hay quienes quieren invertir a como dé lugar los términos de lo que hasta ahora arroja el resultado en el que no creen. Hay que neutralizarlos. Hay que reencarrilar el proceso en la vía política e institucional.El espacio de maniobra es reducido y está en el Tribunal. Tiene problemas ese Tribunal, los tiene. Pero es la última instancia para evitar el desbordamiento. Hay que vigilar, sin presionar al Tribunal. Hay que darle esa oportunidad, sobre todo al país. Es cierto que un solo voto marca la diferencia en una democracia, pero la democracia mexicana no se consolidó. Démosle también la oportunidad.Pensar en otro caso es dar un paso a donde no debe llegarse.

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