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miércoles, julio 19, 2006

EL TIRO POR LA CULATA.

Miguel Angel Granados Chapa escribe en el Reforma:


Bitácora de los punteros.

El cardenal Norberto Rivera, no obstante haber acudido a una reunión del Consejo Interreligioso con Felipe Calderón -que desarrolla una táctica de fabricación de hechos consumados- recordó que no hay ganador de la contienda electoral hasta que el Tribunal hable.

Llamo punteros a los dos candidatos que obtuvieron las mayores sumas de votos en la elección del 2 de julio, uno de los cuales será el próximo presidente de la República. Del cómputo distrital, concluido el jueves 6, resultó Felipe Calderón con 244 mil votos más que Andrés Manuel López Obrador. Pero el lunes 3, al darse por cerrado el Programa de Resultados Electorales Preliminares, la diferencia entre ambos era de 400 mil votos, también con Calderón a la cabeza.

Tan abrupta modificación de las cifras, con sólo tres días de diferencia, deberían obligarnos a todos a ser cautos y a esperar el fin del proceso, que para concluir requiere varias semanas, y en cuyo curso los números serán diferentes a los conocidos ahora. Mientras tanto, no hay candidato triunfador ni mucho menos Presidente electo.

Lo habrá únicamente cuando extienda la declaratoria respectiva el Tribunal Electoral del Poder Judicial, en su carácter de órgano constitucional de calificación de la elección presidencial.

Por transitar como si el proceso hubiera finado, a Felipe Calderón le salió el tiro por la culata. Se reunió con el Consejo Interreligioso, un respetable cuerpo donde se reúnen dignatarios de las confesiones religiosas dotadas de jerarquías. Es probable que la cita fuese organizada por la Secretaría de Gobernación, con la que el Consejo mantiene la relación institucional que deriva de la competencia de Bucareli en materia de asociaciones religiosas.

Si así fue, se puso en aprietos a los integrantes de ese cuerpo, a los que se indujo a figurar como parte de una representación, una puesta en escena en el mejor de los casos inoportuna. Será muy sano, y bien visto, que en septiembre el Consejo reciba en su seno o acepte la invitación de quien sepamos será el titular del Ejecutivo federal.

Pudo ser también que Calderón haya buscado al Consejo a fin de presentar la reunión como un reconocimiento a la condición que invoca poseer, y como parte de su estrategia de fabricación de hechos consumados. Mostró con ello irrespeto a los líderes religiosos a quienes utilizó como parte de un juego al que son ajenos.

Pero el cardenal Norberto Rivera Carrera, que seguramente no pudo excusarse de participar en el encuentro, al final puso las cosas en su lugar. Recordó lo que olvidan los irritados impacientes que quieren mandar a las regaderas a uno de los contendientes siendo que está lejano el nonagésimo minuto y no ha sonado el silbatazo final del árbitro: "Hasta ahora no tenemos Presidente", por lo cual el arzobispo dijo que no cree que haya llegado de la Santa Sede ningún mensaje de felicitación como los enviados por desinformados gobernantes: "creo que la Santa Sede se pronunciará o felicitará al candidato que salga triunfador en el sentido de que sea declarado Presidente electo.

Hasta ahora no tenemos Presidente, y no creo que haya ningún mensaje. Por eso hasta ahora sólo tenemos candidatos; ya tendremos Presidente cuando así lo declare el Tribunal Electoral".

Dijo más el cardenal. En relación con las impugnaciones, jurídicas y políticas, afirmó lo contrario que Calderón, quien supone que su principal contrincante quiere ganar en la calle lo que no ganó en las urnas: "Todo mundo tiene derecho a expresar su inconformidad por aquellas irregularidades que vio en el proceso, para que todo esto lo tenga que juzgar el Tribunal Electoral... Lo malo sería que la gente no pensara y no reclamara lo que ve de irregular".

En el autorregodeo con que transita, el candidato presidencial panista se reunió con sus correligionarios, ganadores en los procesos por la gubernatura de Guanajuato, Jalisco y Morelos. Tampoco ellos son, como se ostentan, gobernadores electos, categoría que sólo puede asumirse al cabo de los respectivos procedimientos.

Han obtenido constancia de mayoría, que es un documento preliminar, pero están sujetos a decisiones judiciales locales y federal, respecto de cuyo sentido pueden estar seguros, pero que no se han emitido.

Por su lado Andrés Manuel López Obrador, que se proclamó ganador la noche del 2 de julio, trata de probarlo acudiendo a la justicia electoral. Y despliega también una estrategia informativa, mediante las asambleas a que ha convocado, con éxito creciente, y mediante entrevistas en los medios, a partir de la que le hizo hace una semana en el Canal 2 Joaquín López Dóriga.

En una plática en la "Plaza pública", la emisión radiofónica homónima de esta columna, que conduzco desde hace más de una década en Radio Universidad Nacional, López Obrador caracterizó el fraude de que se queja como hecho "a la antigüita", es decir manipulando papeles: votos, actas, paquetes.

Dedicados estudiosos encontraron, en los dos mecanismos de difusión empleados por la oficina central del IFE: el PREP y el ilegal conteo derivado del cómputo distrital, sesgos informáticos que condujeron a hablar de fraude cibernético, imposible de consumar porque no modifican la realidad material expresada en actas y paquetes.

Negar tal fraude no significa restar importancia a la manipulación informática con que el IFE contribuyó a la construcción de la imagen de Calderón como candidato triunfador, categoría inexistente en la legalidad pero aventurada por el consejero presidente de ese instituto -que ahora gasta carretadas de dinero en un imposible lavado de cara- Luis Carlos Ugalde. Sus palabras, y los procedimientos informáticos no fueron inocuos. Generaron una percepción de la realidad peligrosa por falsa.

Cajón de Sastre.

Es torpe e indefendible, condenable y peligrosa toda agresión derivada del calor postelectoral. La que practicaron algunas personas contra Felipe Calderón, por más que haya carecido de consecuencias no puede ser admitida bajo ninguna consideración. Flaquísimo favor hacen a Andrés Manuel López Obrador quienes se conducen de esa manera.

En la misma línea de oponernos a toda expresión que enturbie la delicada coyuntura por la que transitamos, la publicación de mensajes pagados en que se insta a López Obrador, en medio de adjetivos insoportables (como traidor, secuela de su caracterización como un peligro para México), a que deponga su derecho a cuestionar el proceso, abona igualmente la crispación que puede ser la entrada hacia espacios que preferimos no imaginar. Calderón y López Obrador deben hacer un esfuerzo para apaciguar las pasiones expresadas en torno a su causa, por más que no respondan directamente a sus propias posiciones. Son los únicos aptos para predicar serenidad, y deben observarla en su actitud misma.

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