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viernes, julio 14, 2006

EL PATÉTICO DE LUIS CARLOS UGALDE DEBE IR AL PAREDÓN.

Rafael Segovia, escribe en el Reforma:


Un campo desolador.

No sólo estamos ante una situación sin salida aceptable, sino que, como sucede siempre en estos casos, se puede advertir con extrema claridad el valor de las personas. Se exponen sin pudor sus ambiciones, sus esperanzas y sus fracasos internos.

Luis Carlos Ugalde es un personaje patético. Verlo desencajado, tartamudo, verde de terror; presenciar el hundimiento de un hombre que un mes antes esperaba las coronas de mirto, las voces de agradecimiento de toda una nación y las sonrisas en las caras de los ancianos, convertido en un guiñapo, convencido de no poder presentarse en público durante años, temeroso de ser insultado por el primero con quien se encuentre, es la trágica pero viva imagen de la política.

Se le ha recordado cómo llegó al puesto de consejero presidente; sólo se ha comenzado a recordarle su incompetencia, su manera de dejarse rebajar por sus amigos y compinches, que, en estricta justicia, deberían cargar con él los fracasos de esta elección.

Sordos como debe ser, los valedores del panismo se aferran a su clavo ardiendo, el Estado de derecho. Concedámosles este punto: no se deben contar los votos uno por uno porque puede resultar un nuevo problema, quizás peor que el actual, es su alegato.

Se les ha dicho en todos los tonos que esta operación aritmética no puede sino beneficiar al PAN... en caso de que sus alegaciones sean verdad. De resultar verdad las cifras anunciadas por ellos, no sólo tendrían la legalidad de su lado; la legitimidad, de que por el momento carecen, vendría a sumarse a su postura.

Se niegan con una violencia sospechosa a aceptar ese punto de los rivales. Algo sabrán. Lo que parecen no saber es que la legitimidad es ante todo una creencia, un convencimiento íntimo, personal, por encima de cualquier legalidad, que es donde suele desembocar la legalidad.

De ahí que cualquiera de los corifeos de Felipe Calderón intente propagar la idea de que se puede crear una legitimidad desde un poder ilegal en sus orígenes, y ponen como ejemplo a Carlos Salinas de Gortari. Se pueden ofrecer multitud de alegatos para refutar éste, que no es siquiera un argumento.

Conquistar la legitimidad no parece estar al alcance de Calderón. En primer lugar por estar el país profundamente dividido hasta lo más hondo de sus entrañas, por la separación de las clases sociales, la inequitativa distribución de la riqueza, de la educación, de la salud y todo lo que constituye la vida de las personas: la mitad del país estará contra él, culpa en gran medida de su torpeza y de la pobreza de su defensa.

Ampararse en la legalidad para defender un triunfo protestado por una parte importante de los electores, pone en duda su legitimidad. Como señaló un periódico ajeno a los conflictos mexicanos, The New York Times, el recuento de la votación no sólo aumentaría la legalidad de la elección, sino la legitimidad del candidato del PAN.

Ampararse en la legalidad es condenarle a gobernar, si es que puede gobernar, con y para la mitad del país, aunque se pase seis años con la mano extendida a la otra mitad, la que no quiere saber nada de él y menos aun de los suyos.

Recurrir a una alianza con el PRI, como último recurso, sería caer en manos, no de Madrazo, ya liquidado, sino de quienes han aprovechado su paso por ese partido para redondear sus ahorros. Todos sabemos quiénes son esos señores y cómo manejan sus asuntos.

Lo que se debe señalar es su desprecio por una sociedad compuesta por nacos, léperos, pelados y mestizos, por un lado; y gente de razón, gente decente e inmemoriales criollos, por el otro. No se quiere tocar esto, pero los problemas del futuro inmediato están ahí. Mantener esta sociedad tal como está es correr al desastre.

El tribunal federal encargado de ver el caso está en su papel y de él no se moverá: el juego por consiguiente queda empatado con Felipe Calderón en la Presidencia y su puñado de votos de ventaja. El PRI no está al acecho, puede, en el mejor de los casos, mandar a su presidencia a Manuel Ángel Núñez Soto, antiguo gobernador de Hidalgo y listo para someterse a cuanto se le indique.

Con los votos parlamentarios que le queden, intentará recoger a los gobernadores norteños, dispuestos a todo. Será un gobierno como las lavadoras de Fox, sostenido por dos patas.

De todos modos, Calderón puede ir olvidándose de su programa, de un auténtico gobierno de coalición y de las reformas constitucionales que considera indispensables. Tres años, pues, sin gobierno, en la espera de unas nuevas elecciones que renueven las Cámaras.

En el lento declive del PRI, la izquierda no supo organizar un partido, llamar a su electorado natural, ofrecer una imagen consistente al elector. Tuvo una oportunidad que no supo aprovechar. La derecha supo utilizar los factores negativos presentados por el PRI y de sus fuerzas menguantes, alimentadas por el terror producido por un posible cambio social y político.

Es una victoria de coyuntura, coja y destinada a malograrse. Buscar un cambio real en la distribución de fuerzas activas no parece posible, por necesario que sea. Ya no se trata de simples fuerzas planteadas en el terreno político, porque nos encontramos ante disyuntivas nacionales que no pueden ser orientadas por una derecha recalcitrante ante cualquier modificación de la injusticia creciente, que devora a esta sociedad.

El silencio del PAN revela su mala conciencia, el partido está buscando un refugio en el paso del tiempo. Intenta digerir, sin confesarlo, las consecuencias de sus equivocaciones y de las del IFE, en el olvido reforzado por la ausencia de cualquier información. Consolémonos pensando que en los grandes países de Occidente, el himno nacional sólo se canta cuando su selección de futbol se acerca a la portería contraria. La cultura se impone.

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