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viernes, febrero 02, 2007

CIRO GÓMEZ LEYVA RECULA, LAS BURRADAS DE AGUILAR CAMÍN, Y OTRAS NOTAS DE PÚBLICO MILENIO

Lo que decía Ciro el 31 de enero:

¿De qué sirve seguir gritando en la calle?

Hoy, 70 días después de la última gran movilización en la Ciudad de México, la del acto para proclamar “presidente legítimo” a Andrés Manuel López Obrador, grupos políticos y sociales regresarán a las calles del centro de la capital para exigir autonomía alimentaria, defender los salarios, repudiar el alza a la tortilla, el gas, la gasolina…

Hace dos décadas, el año de 1988 (sic, seguramente quiso decir 1987) comenzó con protestas parecidas, aquéllas contra el llamado Pacto de Solidaridad Económica: movilizaciones espectaculares que, sin embargo, no sirvieron para erosionar el acuerdo del gobierno de Miguel de la Madrid con los empresarios y el sindicalismo oficial de Fidel Velázquez. Ni para inhibir lo que la propia “izquierda” satanizaría como el momento de pleno despegue del “neoliberalismo mexicano”.

Con la enorme diferencia de que el movimiento izquierdista está lidereado por Andrés Manuel López Obrador, en lugar de Cárdenas, que el PRI no es la entidad monolítica del "partidazo" de aquellas épocas, que el PAN también se está desgarrando en conflictos internos, y que la plaza fuerte de los izquierdistas es la ciudad más poblada del país, con un gobierno comprometido con un cambio verdadero, y que es un vivo ejemplo -muy a pesar de los vivales que se colaron en nuestro bando como los chuchos- de que nuestras propuestas funcionan, que la realidad a lo largo y ancho del mundo nos dá la razón.

Desde entonces se pueden contar cientos de luchas que, casi religiosamente, atravesaron el Zócalo. Muy pocas alcanzaron sus objetivos. Pero nadie, simpatizante, militante, brigadista, renegó de las marchas y las concentraciones. Hasta que en el segundo semestre de 2006, el pésimo uso de la calle terminó por desfondar la exuberante gesta poselectoral del lopezobradorismo.

De ahí la pregunta de qué tan útil seguirá siendo la calle. No hay duda que lo es para los líderes que necesitan enseñar el músculo y para los furiosos que necesitan mentar madres. ¿Pero para quién más? Para el gobierno, sí, que siempre preferirá una tripulable “megamarcha” hostil que un Oaxaca, un Atenco, una bomba, una revuelta como la de los barrios periféricos de París.

Los americanos tienen un dicho que plantea que para hacer valer su voz tienen tres herramientas: el voto, la caja de jabón -es decir, el discurso y la manifestación en las calles- y las armas, y que hay que usarlas en ese orden. Nuestros votos no cuentan, y los medios hacen todo lo posible por ignorar nuestras manifestaciones. ¿Acaso Ciro sugiere que de una vez lleguemos al enfrentamiento armado, para darle al mal paso prisa? Después de todo, en Oaxaca y en Atenco todos los muertos son del pueblo, ¿querrá que alguien se encargue de tratar de emparejar el marcador, para que el neofascismo panista tenga el pretexto para implantarse definitivamente en el país?

Si ganan los líderes y gana el gobierno, acomodémonos pues para seguir narrando mítines otros 20 años. No importa que, bien a bien, la eficacia de la calle sea cada vez más baja para las causas opositoras.

¿Qué dijo el 1 de febrero?

Que los charros no le echen la culpa

Minutos antes de que comenzara la marcha, le pregunté a José Agustín Ortiz Pinchetti, un lopezobradorista puro y duro, integrante del “gobierno legítimo”, si no era contra natura caminar codo a codo con la CTM, hasta donde recuerdo un adversario político tan vomitivo para ellos como el salinismo o el foxismo. Cuidadoso, me dijo que la causa lo ameritaba, que por la tortilla y el aumento salarial de emergencia, esa tarde valía tomarse del brazo con las huestes de Fidel Velázquez, Rodríguez Alcaine, Gamboa Pascoe.

Media hora después, lo volví a llamar para informarle que la CTM acababa de decidir que no participaría en la protesta porque ¡iba a participar Andrés Manuel López Obrador!

—Allá ellos —respondió—. Tienen perfecto derecho a asociar su presencia o su ausencia en un tema tan delicado, tan importante y tan necesario para la clase trabajadora con sus caprichos políticos. Lo veo inexplicable, qué te puedo comentar. Muchas otras organizaciones están desfilando, y muchos ciudadanos comunes y corrientes, que son los que están sufriendo. Los líderes no van a sufrir ninguna merma con el daño que se le está haciendo a la población. Pero los de la CTM han escogido este camino. Ellos sabrán cuál es el beneficio o el costo político que tendrán.

La marcha congregó a más gente y a más grupos de los que, al menos yo, calculaba. López Obrador se presentó con un mensaje lógico. Tan lógico como la retirada de último momento de las organizaciones tipo CTM, que se han pasado la vida medrando a costillas de “la clase obrera”.

Que los charros no vengan ahora a echarle la culpa a López Obrador, quien, por lo demás, les dio un pretexto de oro para que vayan corriendo a disculparse con Felipe Calderón.

¿Verdad que si sirve? En estos momentos, Honestidad Valiente A.C. tiene por lo menos medio millón de aportaciones en el banco de parte de ciudadanos comprometidos, dispuestos a respaldar no sólo con su voz sino también con sus bolsillos a Andrés Manuel y el proyecto de nación que él encabeza. La solidaridad, el contacto con los compañeros y la contundencia del discurso son cosas que se tienen que sentir en vivo para que permanezcan.

A muchos les molestará el tener que aguantarse una hora más en los embotellamientos por culpa de las marchas, a mí me ha molestado más ser asaltado por vándalos sin educación y sin oportunidades, pero esa molestia es nada ante el dolor de las familias que han perdido un miembro en el desierto, o las grandes molestias que padecen todos y cada uno de los 7,631 nuevos desempleados que se genaron cada día en los primeros 45 días de gobierno fecal, y las molestias que nos causarán todos aquellos que no encontrarán un medio honesto para subsistir. Esas sí son molestias.

Mientras tanto, hay que ver cómo le hace al tonto Héctor Aguilar Camín en su columna del jueves, tanto que de plano prefirió desentenderse de todo lo político en su columna de hoy. Lamentablemente, "intelectuales" como éste, son los que hace que se vuelva un diálogo de sordos el discutir con los pocos derechistas que se toman la molestia de leer algo.

La Marcha

No sé si alguien ha medido la eficacia política de las marchas. Me temo que tiene rendimientos tan decrecientes como los desplegados de abajofirmantes.

Será porque en nuestro país la lectura sigue siendo una actividad minoritaria, porque hay muchos tontos que siguen el consejo de Fox de no leer para ser feliz y porque los desplegados en muchas ocasiones han sido utilizados para el respaldo de los poderosos

Las manifestaciones son un fósil de tiempos idos, el recurso que fue contra una vida pública asfixiante. Marchar por las calles era la única forma de llamar la atención sobre causas que no existían en ningún otro espacio público. Todas o casi todas las instancias de visibilidad estaban dominadas por el mismo partido y por la misma red de intereses.

¿Y qué ha cambiado? los millones de personas que participaron en las marchas contra el fraude fueron atacadas cuando no desaparecidas por los grandes medios, como si tener congregada al 2% de la población del país en una sola plaza en defensa de sus derechos políticos no fuera una gran noticia.

Se hablaba por eso de “El Sistema”. Todo, o casi todo, era expresión del mismo tejido de poderes. Una marcha en cualquier parte era una protesta contra el mismo partido hegemónico, contra el mismo gobierno monocolor, contra la misma red institucional hegemónica. Contra El Poder.

El sistema se mantiene. Antes era solamente el PRI, hoy es el PRIAN, ¡qué gran cambio!

Manifestarse en las calles era un recurso de pluralidad, disidencia y protesta en un espacio público de unanimidad, desmovilización y conformismo. Era un instrumento democrático que democratizaba la política, así fuera episódicamente.

Durante las grandes marchas del 68, que consagraron la cifra de un millón de gentes en el Zócalo, donde sólo caben poco más de 100 mil, una idea central era romper “el monólogo” del gobierno. Se marchaba para romper ese “monólogo”. Los manifestantes corrían el riesgo de ser apaleados, encarcelados, si no es que muertos, como en Tlatelolco en 1968 y en el Jueves de Corpus de 1971.

Parece que no ha leído ninguna noticia sobre Oaxaca en los últimos años, que no sabe que existe San Salvador Atenco, ni lo que hizo Ramírez Acuña en Guadalajara en mayo de 2004.

El monólogo ha desparecido (sic) en todas partes. El México democrático ha creado muchas opciones para la protesta y la disidencia, opciones más efectivas políticamente que la manifestación o los plantones. La pluralidad ha permeado todas las instancias de representación, opinión y gobierno. Las manifestaciones se han vuelto más una calamidad vial que una protesta democrática. Estorban a los ciudadanos más de lo que les aportan.

Gracias por avisar que ese México maravilloso existe, se lo diré a mis amigos la próxima vez que lleguen a mi casa golpeados por la policía, y avísele también a ese arquitecto oaxaqueño que casi le sacan el ojo, al tapatío humilde que la policía dejó ciego, con convulsiones y ganas de suicidarse para terminar con el sufrimiento, a los torturados, a las mujeres violadas, a los deportados ilegalmente, a las familias de los desaparecidos, y a todos los mexicanos que no existimos para la tele.

Pero sigue habiendo gente que quiere manifestarse en las calles, gozar del sentimiento único de ser libre en compañía de otros muchos, desafiantes, indignados y solidarios, como sólo se puede ser en el seno de una multitud que cree combativamente en su causa.

Porque la libertad es un privilegio digno sólo de aquellos que pueden pagar por ella.

La manifestación de ayer por un precio bajo a la tortilla fue una causa buena en un empaque viejo.

“¡Por fin, otra marcha!”, dijeron algunos. “¡Carajo, otra marcha!”, dijeron otros. Y la causa buena, por su empaque viejo, fue minoría a un lado y otro.

Gracias por recordarnos eso, para tenerlo presente la próxima vez que nos asalten, para recordarlo cada vez que llega alguien a mi puerta como todos los días para pedir algo para comer, para decirselo a los ancianos indigentes que rondan por la plaza, a los viejos abandonados que están solos en sus pueblos fantasma, a los jóvenes en prisión que se creyeron los cuentos maravillosos de los narcos. A todos ellos dígales que no vale la pena sacrificar un poco de nuestro tiempo para conseguir un mejor país.

Pasando a otros asuntos, va la despedida que ayer se les dio a los diputados de la infame LVII legislatura jaliciense, que ni a los filopanistas como Juan José Doñán dejó contentos:

Sin Comillas

Como no hay fecha que no llegue ni plazo que no se venza, hoy salen con cajas destempladas, perdiendo simultáneamente hue$o, bonos, vales, gratificaciones diversas y fuero (la vergüenza se les extravió casi desde el principio) las personas que, durante tres años —que parecieron un siglo— y con algunos recambios, integraron la LVII Legislatura local. Los diputados que hoy dejan de serlo van a ser muy recordados, pero no por otra cosa, sino por haber convertido a la casa de las leyes y domicilio de los “representantes populares” de Jalisco, en muladar, cueva de cacos, albergue de truhanes, posada de la más infame turba “legal”. ¿O de qué otra forma se pude llamar a un grupo de personas que, en teoría, se asocian para defender los intereses del pueblo —cobrando, además, espléndidamente por ello— pero en la práctica defraudan de las más variadas formas a ese pueblo, un día sí y otro también?

Efecto totalmente predecible, cuando la separación de poderes deja de existir, y el Congreso se convierte en apéndice del ejecutivo, léase en este caso Francisco Ramírez Acuña, y cuando la clase política -sin excepción de partidos- cae presa del pragmatismo político y de la corrupción.

Y no es que en esta Legislatura se haya inventado el trinquete “legal”, la mentira “legal”, el abuso de confianza “legal”, o burla pública “legal”. No, ya antes otros diputados habían exhibido tan refinadas artes. Lo que no se recuerda es una camada de legisladores tan abusivos y desfachatados. Ni en las peores épocas del PRI se llegó al extremo de que diputados y diputadas dispusieran, impunemente, del dinero de los ciudadanos para cosas tan burdas como repartirse vales, expresamente canjeables por bebidas alcohólicas. Tampoco hay testimonio de que se haya incurrido en despilfarros tan ociosos como la remodelación de los baños del Congreso, a un costo superior al de una casa estándar de la clase media, de dos plantas y con cochera y coche incluidos.

Claro, por qué habrían de preocuparse si el Cardenal Sandoval Íñiguez por una$ pequeña$ mochada$, le$ perdona a todo$ $u$ pecadillo$, le ordena a o los feligreses votar por el PAN so pena de condenación eterna, en el PRI tienen su estructura corporativa, el PRD local a la UdeG para medrar del presupuesto, e invita a lacritas como Salvador Cosío Gaona a participar en el partido.

Aunque las “dagas” de los diputados de la LVII Legislatura son de todos los colores y sabores, han prevalecido las de abuso patrimonial: vacaciones al extranjero, disfrazadas de encomiendas oficiales que, por supuesto, los legisladores se autorizaron a sí mismos; ampliaciones presupuestales para toda clase de pillerías “legales”. Y si de coyotear y saber evadir responsabilidades se trata, los diputados que ya se van también se pintaron solos. ¿Qué mejor ejemplo de ello que la semiclandestina autoasignación de un sobresueldo de nueve mil pesos, a fin de que el pago del ISR (impuesto sobre la renta) no hiciera ninguna mella en el sueldo de casi 80 mil pesos que mensualmente se lleva cada diputado? ¡Difícil tarea, la de devolver los miligramos de respeto, decoro, credibilidad y dignidad que requiere la casa de las leyes, habitáculo propio de los representantes populares, sin comillas!

Claro, no hay que olvidar que las bancadas más grandes al igual que en el actual Congreso Federal eran la del PAN y el PRI, con un PVEM que se vendía al mejor postor y con una facción de los "perredistas" que hicieron de la traición a todo y a todos una forma de vida. Considerando la inmerecida influencia que tiene la clase política jaliciense en todo el país vía Gobierno espurio y Congreso Federal con la bancada más numerosa de diputados que representan a Jalisco, esto es lo que nos espera a todos los mexicanos si los dejamos ser en los próximos 3 años.

La opinión de Rubén Martín en su columna de ayer sobre los mismos monos:

Gente encabronada

Enojo, enfado, molestia, disgusto. Se podrán usar muchos calificativos para sinterizar lo que siente la población ante los excesos de los diputados. Pero encabronamiento lo resume mejor. La gente está encabronada por el desvergonzado desempeño de los diputados locales que terminaron ayer su periodo. Está encabronada porque aprovecharon el puesto para obtener beneficios personales antes que procurar el bienestar colectivo.

Hay encabronamiento por los altos sueldos de los diputados (equivalente a 52 salarios mínimos mensuales), por sus viajes al extranjero, porque algunos se quedaron con el dinero para casas de enlace, por la corrupción en que incurrieron algunos, por poner tarifa a su voto, por el cinismo de exigir el cumplimiento de las leyes cuando a ellos se les subsidian los impuestos, por la remodelación de baños a sobreprecio, por el bono etílico de diez mil pesos, por mendigar el pago de boletos de avión que (según ellos) habían perdido, por alegar la pérdida de comprobantes de viáticos, por faltar a las sesiones, por llegar al Congreso por un partido y luego cambiarse a otro bajo la promesa de un cargo público, por estar reclamando constantemente un bono de 600 mil pesos, por quedarse con los mejores regalos que se iban a repartir a los trabajadores, por ignorar lo que opinaba la gente e irse a un viaje de a Asia, por contratar un yate en 16 mil dólares para pasear por las costas de Vallarta, por pelear plazas para los cuates, por las veleidades de pedir un frigobar o una computadora extra, por recibir vales por 500 litros de gasolina al mes, por transar cuentas públicas y por pactar con el gobernador los asuntos que le interesaban a éste a cambio de sugerir constructoras para hacer obra pública...

Sobran los motivos para el encabronamiento. Cada uno de los asuntos anteriores merecería la reprobación de los ciudadanos. Pero sumados dejan un saldo patético para el Poder Legislativo. Esta Legislatura enterró el ideal liberal de la división de poderes, de rendición de cuentas, de fiscalización de recursos y de contrapeso al Poder Ejecutivo.

Ya sabíamos que con los gobiernos priistas, las funciones legislativas dependían directamente del gobernador. Ahora a fines de este sexenio las cosas vuelven al lugar donde estaban en 1995. Otra vez el gobernador decide los asuntos esenciales y los diputados únicamente los operan. ¿Ejemplos? Arcediano, policía secreta, reformas a las leyes de obras públicas y desarrollo urbano, contrarreforma a la Ley de Transparencia, nombramiento de magistrados, designación de consejeros de los órganos autónomos y, lo más importante, el diseño del gasto público y la aprobación de cuentas públicas.

Esto ocurre porque el Ejecutivo, ya sea directamente o a través de los coordinadores parlamentarios, opera para tener a modo a los diputados. El pago es el aumento de sueldo y de prebendas. Gracias a este mecanismo de satisfacción de las ambiciones y avaricia de los diputados, el Poder Legislativo es nuevamente apéndice del Ejecutivo.

Si este intento de explicación de lo que ocurre es cierto, llegamos a dos conclusiones: 1. debemos dejar de pensar que las ambiciones, corruptelas y excesos son una desviación personal de algunos “malos legisladores” para verlo más bien como algo normal en un sistema político que requiere diputados a modo; 2. estas prácticas no fueron un exceso de la Legislatura saliente, sino que manifiestan una tendencia hacia donde evolucionará el sistema político local en los próximos años.

Y esta tendencia corrupta y llena de prebendas para los representantes populares es a su vez una necesidad para un sistema político que responda a las necesidades de los negocios privados y de los intereses empresariales que buscan, ante todo, la mayor rentabilidad de su capital. En este esquema, un Congreso autónomo y diputados respondiendo a los intereses de la población son un estorbo y un obstáculo a la prosperidad de los intereses privados y a la acumulación de capital.

Por eso cualquier intento de reforma destinada a “moderar” los abusos de los diputados (como los del resto de la clase política) está destinado al fracaso. Porque al final todos los componentes del sistema político funcionan no para servir a la sociedad, sino para servir a los intereses privados. Lo bueno de la Legislatura que terminó es que los diputados dejaron en claro quiénes son sus verdaderos amos.

De David Gómez-Álvarez:

¿Honorable Congreso?: vigilar a los vigilantes

Cuando el vigilante tiene que ser vigilado es porque las cosas no andan bien. Cuando quien pide cuentas no las rinde es porque algo no está funcionando. Ése es el caso de muchos de los diputados salientes que, a juzgar por su vergonzosa actuación, resulta incongruente, cuando no irónico, que pidan cuentas a otros cuando ellos mismos no sólo no rindieron cuentas, sino que entregan malas cuentas. ¿Cómo fiscalizar a los representantes que no representan a los ciudadanos sino a los partidos, cuando no a sí mismos?

El problema está en el diseño institucional del Poder Legislativo, que no contempla un sistema de rendición de cuentas claro ni efectivo. En la teoría democrática, los legisladores rinden cuentas a sus electores, quienes los premian o castigan con su voto. Pero en un sistema político como el mexicano, sin reelección legislativa, la rendición de cuentas queda sin efecto alguno: una vez que son electos, los diputados no tienen ningún incentivo para rendir cuentas a sus electores, pues saben que su futuro político no está en manos de los votantes, sino en el dedo de los dirigentes de sus partidos o, en el mejor de los casos, en el de los militantes de su partido. ¿Por qué Salvador Cosío habría de moderarse en sus gastos y viajes si sabe que no volverá al Congreso en mucho tiempo, si es que alguna vez regresa? ¿Por qué Rodolfo Ocampo habría de apoyar la profesionalización del Legislativo en lugar de basificar a sus recomendados si ya no será diputado? ¿Por qué Enrique García habría de pagar sus impuestos si sus electores ya no volverán a votar por él?

Habría que pensar que por de decencia, honor y congruencia, como no las tienen al menos para desquitar sus salarios principescos.

Por mucho tiempo se pensó que el problema era la hegemonía de un solo partido, el PRI, dentro del Congreso. Sin embargo, con la pluralización del Legislativo y, más adelante, con la pérdida de la mayoría por parte del gobierno del PAN en dos legislaturas, se pensó que las cosas cambiarían. Pero no fue así: lejos de convertirse en un poder transparente y fiscalizador, el Legislativo de Jalisco se convirtió en un Congreso de complicidades. Ahí se lavan cuentas públicas, se cobran facturas políticas, se otorgan prebendas de forma clientelar, se reparten recursos de forma patrimonialista. La lista de tropelías cometidas por la Legislatura saliente no tiene desperdicio: abusaron en casi todos los ámbitos del quehacer legislativo. Cuando se pensaba que ya era mucho el descaro, algún nuevo viaje dispendioso, algún cobro indebido descubierto, volvieron a colocar a los diputados salientes como auténticos campeones de la depredación de los recursos públicos. ¿Por qué se comportan de esta manera los diputados, sin distingo de partidos?

La clave está en tema por demás discutido en México y probado en otros países: la reelección legislativa. Mientras los diputados no rindan cuentas a sus electores, y a los ciudadanos en general, su comportamiento de rapiña no variará. Los incentivos, pero sobre todo la ausencia de sanciones, los motiva a sacar el mayor provecho posible mientras duren en la curul. ¿Qué alternativa tenemos para hacer que nuestros representantes cumplan para lo que fueron elegidos?

El mejor ejemplo del fracaso de la reelección es el Congreso estadounidense. Asientos "seguros", burla constante de los "representantes" a los electores, bipartidismo institucional en el que no hay diferencias de fondo entre un partido y otro, compra de congresistas de por vida, total impunidad, y gran indiferencia ciudadana, que es exactamente lo mismo que tenemos aquí.
Una posibilidad es instrumentar iniciativas como el Monitoreo Legislativo del CIDE (www.monitoreolegislativo.org), que plantea una serie de indicadores para calificar la labor legislativa. El 29 de enero, Mural publicó una nota donde aparecían los diputados salientes que más y que menos iniciativas presentaron. Si bien es un primer indicador grosso modo, este tipo de mediciones son sesgadas, pues no se contemplan variables clave como asistencia al pleno, participación en comisiones, iniciativas aprobadas, intervenciones en tribuna, etcétera. El riesgo de este tipo de indicadores es que pervierte a los legisladores, motivándolos a presentar iniciativas ociosas, inútiles o malhechas sin ton ni son que nunca son aprobadas.

En tanto no exista reelección, los ciudadanos tendremos que buscar formas alternativas de fiscalización que no sean por medio del voto, sino a través de instrumentos directos como el monitoreo ciudadano de los diputados que ayuden a evitar aberraciones como la Legislatura LVII, que pasará a la historia como una de las peores legislaturas estatales en todo el país. Así, mientras los diputados no rindan cuentas, habrá que seguir vigilando a los vigilantes. Qué remedio.

El diagnóstico es correcto, mas no la solución. Para fines prácticos la reelección existe, si no no se explica la enorme cantidad de políticos que han sido diputados varias veces, alcaldes otras tantas, senadores, gobernadores, etc. Mientras no exista la figura del plebiscito de revocación de mandato a la mitad del período, -que ejemplarmente tienen en Venezuela y que ojalá conserven como una opción efectiva por mucho tiempo-, mientras se permita que las campañas sean competencias entre gente con recursos millonarios, los políticos seguirán burlándose de las leyes y ciudadanos como hasta ahora. ¿Verdad que las propuestas del Peje sí son buenas?

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