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miércoles, enero 24, 2007

DE LA REVISTA PROCESO.

Historia de una anulación sospechosa
Con motivo de la absolución de Proceso en la acusación de Marta Sahagún por daño moral, este semanario refiere a continuación a sus lectores a la publicación que motivó a Sahagún a iniciar dicha demanda. El texto, que apareció en la edición 1478 de Proceso con fecha 27 de febrero de 2005, es el siguiente:

Apenas este pasado martes 22, el presidente Fox volvió a abrir las puertas de su vida íntima cuando externó públicamente “mi amor por la señora Marta”, con la que forma, dijo, “una pareja enamorada” y con quien duerme tranquilo después de reflexionar con ella sobre los grandes problemas nacionales. Y una vez más, el remate de la declaración fue el beso público al que recurren con frecuencia. Desde el comienzo, Vicente Fox y Marta Sahagún pusieron su vida amorosa en el aparador. Así lo decidió él, así lo decidió ella, así lo decidieron ambos desde que dejaron ver el romance que finalmente los llevó a unirse en matrimonio civil el 2 de julio del año 2001. De la misma forma, ambos expusieron sus experiencias conyugales anteriores y de igual manera la esposa del presidente dejó saber de la solicitud de anulación de su lazo matrimonial religioso con Manuel Bribiesca, el padre de sus tres hijos, la que ha sido concedida ya por la jerarquía de la Iglesia católica, con la participación decisiva del cardenal Norberto Rivera y del obispo Onésimo Cepeda. La escritora argentina Olga Wornat, autora del best seller La jefa, tiene en preparación un nuevo libro, parte del cual está dedicado a Marta Sahagún, su familia, su divorcio y la anulación de su matrimonio religioso. El siguiente texto está basado en esa investigación.



Fue de lejos y duramos aproximadamente dos años. Este noviazgo no tiene etapas, ya que fue superficial, a la distancia. Más bien éramos muy amigos, faltaba el compromiso en ambos. No hubo plenitud, conocimiento de fondo. Llegamos a la relación sexual que se dio, y para decirlo en un término coloquial, ‘me amarró’. No lo amé, me atraía físicamente, me llegó a pesar de haber tenido relaciones sexuales. Yo misma me presioné y terminé castigándome. En ambos no hubo una huella positiva, no hubo crecimiento, fue un amor de lejos, sin estímulos. Me sentía insegura e insatisfecha. Nunca lo tomé con seriedad. Dejé que se diera, que sucediera, que pasara”.

Así dice Marta María Sahagún Jiménez en uno de los tramos del expediente de nulidad matrimonial, que entregó ella misma el 21 de agosto del año 2000 ante el vicario del Tribunal Eclesiástico Interdiocesano de México, doctor Gregorio Lobato Vargas, y que culminó en diciembre pasado con la resolución positiva del pedido de la hoy esposa de Vicente Fox. En sus 20 páginas, el documento refleja los contradictorios, incomprensibles y por momentos desopilantes entretelones de una veloz disolución teñida de fuertes influencias políticas e intereses poderosos, en los que se mezclan peligrosamente el poder celestial con el terrenal.

Hago aquí una reflexión: ¿Tienen los políticos derecho a una vida privada? ¿Los periodistas podemos develar datos de su intimidad? Creo que la respuesta a la primera pregunta es sí, siempre y cuando su práctica cotidiana no entre en contradicción con sus declaraciones políticas. Pero cuando en el personaje en cuestión se diluyen los límites entre lo público y lo privado, y sus actos personales influyen en su desempeño oficial, la obligación del periodismo es tratar de desentrañar quiénes son realmente esas personas a las que se les ha atribuido un valor emblemático.

Los hombres y mujeres que nos gobiernan no son sagrados, ni intocables ni impolutos. Son servidores públicos. Aquí estamos hablando de una primera dama que hizo de su vida privada un show, que abrió las puertas y ventanas de su privacidad personal y oficial. Que mostró su guardarropa, sus joyas y la cama en la que dormía con el presidente. Una mujer que abusó de un poder ajeno que nunca le correspondió, para lograr fama, influencias, negocios poco claros, riqueza y perpetuidad. Por eso considero que se vale la revelación de los detalles de una historia con un final plagado de sospechas.

“Como anécdota en Zamora, Michoacán, en una fiesta una chica muy guapa de nombre Fátima comentó que su novio iba a llegar a México, y yo le pregunté: ‘¿Quién es tu novio?’, y ella me contestó que Manuel Bribiesca. Curiosamente en esos momentos también era el mío”.

Continúa Marta Sahagún Jiménez con su relato:

“Un dato que considero fundamental es que Manuel y yo tuvimos relaciones sexuales antes de casarnos, y con la huella moral y religiosa en la cual yo había sido educada, el haberme entregado sexualmente para mí era un peso moral enorme, ya que era una niña bien, y me sentía, por el hecho de las relaciones sexuales, obligada a casarme...

“La idea del matrimonio nació sin ninguna reflexión. Se le ocurrió a Manuel la idea de casarnos como consecuencia de las relaciones sexuales prematrimoniales. El planteamiento fue de él y yo lo acepté. Moralmente me pesaba ese contacto físico que habíamos tenido y, de hecho, yo creía que eso debería terminar en un matrimonio; por lo tanto, lo seguía permitiendo, ya que había un atractivo físico, pero sin amor.

“Mi familia al recibir la noticia de matrimonio reaccionó de la siguiente manera: mi mamá, como ya dije, se opuso y estuvo a disgusto. Mi papá me dijo expresamente: ‘deberías esperarte, ni siquiera eres mayor de edad, eres muy chica, aunque no eres tonta. Lo único que tienes a tu favor es que la familia Bribiesca es buena y tiene principios’. Mi madre me dijo expresamente: ‘¿Por qué te vas a casar, tienes algún problema?’. ‘Me quiero casar’, le contesté: Yo ya había tenido diez relaciones sexuales con Manuel, sin cuidarnos y sin embarazo. Ahora veo que todo fue producto de una irreflexión total, que esta relación fue puramente emocional.

“Llegué a plantearme renunciar al compromiso y me permití salir con otro varón. Faltando un mes para la boda, salí con otro hombre. Con respecto a la fidelidad y a la perpetuidad, estas dos realidades ni siquiera se pensaban. Más bien yo asumía el ejemplo de mis padres: así tenía que ser, era una obligación y un dogma. Llegamos a este compromiso con una economía muy débil. Mis padres fueron los que prepararon todo. Yo ni siquiera tuve anillo de compromiso.”

En el rumboso camino del ocaso, Marta María Sahagún Jiménez consiguió lo que quería. Por lo menos, una de sus metas personales más ambiciosas. La anulación eclesiástica de su largo matrimonio con el desfachatado boticario Manuel Bribiesca Godoy, con quien engendró tres hijos —Manuel, Jorge y Fernando— en una convivencia que alcanzó 27 años, vio la luz pública a comienzos de esta semana, aunque desde hace dos meses se encontraba en el despacho del cardenal primado Norberto Rivera, quien solícito y en una fuerte demostración pública del cariño que siente por la primera dama, conmovido hasta las lágrimas por sus insistentes ruegos y su amor a Dios y a los desamparados de la patria, operó personalmente para que la misma llegara a buen puerto.

En la maniobra política no fue ajeno el controvertido monseñor Onésimo Cepeda, obispo de Ecatepec, amigo del cardenal Rivera, abogado, boxeador, degustador de buenos vinos, asiduo organizador de saraos a los que asisten los impolutos abanderados de la élite política criolla, fanático del restaurante francés Au Pied de Cochon y, sobre todo, amigo personalísimo del vástago mayor de La jefa, el hoy millonario empresario multirrubros, Manuel Bribiesca. Es más, Cepeda siempre le prometió a Marta Sahagún que se ocuparía del caso que la angustiaba, y a cambio de ello —apenas alumbraba el sexenio— le pidió que Carlos Salomón Cámara —hombre de su máxima confianza, además de su compadre— la asesorara en su nuevo cargo oficial: estrechar lazos con personajes clave de la sociedad mexicana, que ella desconocía. Al poco tiempo, Salomón salió disparado del sitio en el que aterrizó por consejo eclesiástico, en medio de un escándalo por malos manejos en la Lotería Nacional y un salario que dejaba dudas para un asesor de esta categoría: 100 mil pesos. Pero este incidente no le impidió al oscuro personaje, que supo fungir como vocero del presidente Ernesto Zedillo, conservar y ahondar la amistad con Marta Sahagún y con sus hijos mayores. Cariño que a la luz de los hechos rindió sus frutos.



Repudio eclesial



En los laberínticos pasillos de la Iglesia mexicana, la sorpresiva anulación del matrimonio entre Marta Sahagún Jiménez y Manuel Bribiesca Godoy cayó como una bomba. Afectos al arte de comunicarse con silencios y códigos cifrados, más que con palabras o frases rimbombantes, la mayoría de los integrantes del Episcopado están furiosos. Y la mira de sus fusiles apunta al cardenal Norberto Rivera y a su amigo Onésimo Cepeda.

“Esto es absurdo e intolerable. No tiene validez desde ningún punto de vista. Es un mal ejemplo de la Iglesia en momentos de crisis como el que vivimos. ¿Cuántas mujeres mexicanas con el mismo problema tienen derecho a pedir la anulación? ¿Esta señora qué es entonces? ¿Una madre soltera que vive en amasiato con el presidente?”, me confesó un alto prelado, en un conocido restaurante de Polanco.

Cuando entrevisté a Alberto Sahagún de la Parra, padre de Marta, recuerdo sus palabras respecto a la decisión de su hija: “Cuando mi hija me contó que quería anular su matrimonio, me opuse terminantemente. Le dije lo que pensaba: que los golpes no son excusa válida y que el hecho de que ella era muy joven tampoco. Que hiciera lo que quisiera, ella es grande. Pero le aclaré que si le daban la anulación, sería por acomodo, porque es la esposa del presidente, y que eso no le haría ningún bien al presidente y al país, que no era un buen ejemplo. Pero ella no me respondió y la cosa sigue. Marta es muy especial y muy tenaz”.

Obviamente, Marta no escuchó a su progenitor. Los detalles del escrito que presentó ante la Iglesia mexicana para alcanzar la meta de borrar de un plumazo su pasado matrimonial tumultuoso, hablan de una mujer dispuesta a todo para conseguir lo que desea, aunque el mismo genere escándalos y controversias.

“No hubo viaje de bodas, ya que estuvimos dos días en Guadalajara, uno en Guanajuato, y de ahí nos fuimos a Chilpancingo, debido a razones económicas. Recuerdo que se consumó el matrimonio, pero no tengo clara memoria de esa noche, tampoco recuerdo la luna de miel como buena, y debo decir que no hubo una buena relación sexual, ya que para Manuel todo se redujo al sexo. Lo anterior lo recuerdo con mucho repudio. Debo mencionar también que Manuel bebía mucho y que no éramos pareja en la cama (sic); fue un viaje muy gris y no hubo algo que me hiciera vibrar de emoción. Manuel siempre había tenido un carácter rijoso y le gustaba el pleito. A mis 17 años eso es lo que recuerdo.

“No me gustó vivir en Chilpancingo, Guerrero. Yo me quedaba sola, y por ser una mujer guapa, constantemente me seguían. Vivimos en una casa modesta y sin vecinos. Yo me encontraba en el ‘limbo’, sola. Me encerraba o me iba al lugar de trabajo de Manuel y luego nos teníamos que hospedar en hoteles baratos. Allí tuve que hacer uso de parte de mis ahorros, porque Manuel en un pleito destruyó un parquímetro, había una multa que pagar y yo tuve que solventar esta situación.

“Yo trataba de ir aceptando situaciones que no me parecían normales y que no me agradaban. Por ejemplo, a Manuel le gustaba los domingos estar en la cama queriendo tener relaciones sexuales y eso no me gustaba, era una conducta de sujeción y de tener sexo y más sexo, y esto me repugnaba. Su olor no me gustaba, su sabor tampoco me gustaba, ni su textura de piel. Rechazaba también su presencia y sus actitudes, pero equivocadamente no lo hablé, lo callé, asumí una situación de facto. Por su lado, Manuel insistía con esto fuerte, muy fuerte.

“Debo contar también en conciencia que desde el inicio de este matrimonio hubo una falta de entendimiento profundo. Todo fue de dejar pasar una serie de situaciones incómodas. Aunado a esto, se presentaba continuamente el problema de la bebida alcohólica por parte de Manuel, y una falta total y absoluta de entendimiento en la intimidad.

“¿Por qué digo que hubo una falta de entendimiento profundo en la intimidad? Porque el sexo que tuvimos fue muy malo, poco cálido, muy frustrante, y esto traía muchos pleitos. Yo en esta área fui fría con él, ya que la sexualidad era a la fuerza, no había apetito sexual, no se me antojaba como hombre. En cambio Manuel era fogoso y erótico.”

En Celaya, las furibundas tormentas del matrimonio Sahagún-Bribiesca eran famosas. Como en un Payton Place del Bajío, aquel mítico pueblo que inmortalizara en La caldera del diablo la escritora estadunidense Grace Mitaliuis, el matrimonio se dedicó en partes iguales a exteriorizar —casi a manera de catarsis y sin distinción de matices— sus rencores, infidelidades y sórdidas intimidades. La estilista oficial con abultado salario del erario, Tony Pérez, me habló largamente de las marcas que los puñetazos del boticario dejaron en el cuerpo de Marta Sahagún. “¡Yo lo vi con mis ojos!”, me dijo conmovida. A Tony, Marta no sólo le confió su melena y el cuidado de su vestuario, sino también el romance clandestino que vivía con Vicente Fox cuando éste era gobernador de Guanajuato y ella su vocera. No sólo Tony lo sabía de primera mano; también los funcionarios del gobierno, su asesora espiritual y esotérica Gina Morris —actualmente a su lado en Los Pinos—, los periodistas de los diarios locales y todo aquel que estuviera a mano para prestarle una oreja que guardara sus cuitas y penas.

“Aproximadamente a un año de casados, recibí de parte de Manuel su primera agresión física: me aventó y me di un golpe en una pared. Fue abrupto. La razón: nuestras continuas discusiones.

“Esto fue creciendo, ya que para los siete años de casados no dejaba de golpearme, de jalarme el pelo, de cachetearme y agredirme físicamente.

“Con esto le cuento a usted, señor juez, que hubo varios incidentes, a través de los años, de muchos golpes. Yo seguía resistiendo y seguía callando, pero debo decir que la última vez que me golpeó levanté un acta ante la autoridad pública.

“Por si esto fuera poco, el procurador de Justicia del estado de Guanajuato, licenciado Felipe Camarena, me vio un par de ocasiones llegar golpeada y amoratada al gabinete de trabajo del entonces gobernador del estado, Sr. Vicente Fox Quezada (sic).

“Por otro lado, Manuel, ante su impotencia, ejercía chantaje y quería hacerme aparecer ante mis hijos como una mala madre por mi trabajo. Manuel siempre me hizo sentir culpable de esta relación emocional que nació muerta y que no tuvo bases.”

Esta anulación matrimonial es —además de llevar la carga de una fuerte y sospechosa influencia palaciega— un poco extraña. No tiene la firma del exconsorte de Sahagún y padre de sus tres hijos, Manuel Bribiesca Godoy, que jura que se enteró de la resolución por la televisión. “Pasamos 27 años juntos. ¿De qué me hablan esta mujer y estos curas que la asesoran?”, me dijo un exaltado Bribiesca cuando conversamos del tema en el Sanborns de Celaya. “Nunca le voy a firmar ese expediente”. Los testigos que presentó la primera dama son: Álvaro González Olivares, Felipe Arturo Camarena, Alberto Sahagún Jiménez, Beatriz Sahagún de Ávalos, Mildred González de Torres y Georgina Morris Montalvo.

¿Qué llevó a Marta Sahagún a pelear con uñas y dientes por la anulación de un matrimonio de 27 años y tres hijos? ¿Qué motivo de la alta política la impulsó a exigir ayuda en este asunto al cardenal Norberto Rivera y al obispo Onésimo Cepeda? ¿A cambio de qué? ¿Qué papel jugaron sus millonarios vástagos Manuel y Jorge, amigos de la vida y de los negocios del prelado de Ecatepec? ¿Acaso para contraer matrimonio con Vicente Fox en la residencia de Los Pinos antes de que acabe para siempre el sexenio? ¿Una boda espectacular que la lleve a la portada de los medios? ¿Una candidatura que le otorgue fueros? Y la pregunta que se hacen muchos: ¿Qué diferencia a Marta Sahagún de miles de mujeres mexicanas que padecen —y padecieron— golpizas de sus maridos? ¿Todas tienen derecho a la anulación de sus matrimonios? ¿Son todas iguales? ¿Qué poder le dio el ser la esposa del presidente?

Más allá de que el trámite de anulación matrimonial entre Vicente Fox y Lillian de la Concha está varado en el Vaticano y sin solución a corto plazo, es vox populi entre los habitantes de Los Pinos que el presidente y su esposa duermen, desde hace meses, en habitaciones separadas. Y así como el sexenio se extingue, el “amor” entre ambos se escurre como el agua entre los dedos.

O como el poder, ese elemento tan incendiario y letal como fugaz.

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