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lunes, diciembre 11, 2006

EPIGMENIO IBARRA: TRAMPA CAZABOBOS

El que crea que la calma, que súbitamente se ha apoderado del país, durará para siempre. Es decir, este sexenio que recién comienza. El que se sienta seguro pasados los incidentes, muy menores en realidad, que rodearon la asunción de Felipe Calderón. El que piense que las cosas vuelven a la normalidad y que es cuestión de apuntalar al nuevo gobierno con medidas cosméticas y otro despiadado bombardeo propagandístico, que por cierto ya comenzó. El que, en fin, se acomode en el poder recién conquistado pensando que la captura de los dirigentes de la APPO y la pérdida de popularidad de AMLO ponen punto final al conflicto se equivoca rotundamente. La tranquilidad que se respira es una especie de trampa cazabobos. Una bomba de tiempo con doble dispositivo, de esas que cuando los expertos creen desactivadas y llevan ante las cámaras de televisión o como trofeos al interior de los cuarteles, estallan provocando enormes daños.

Hay heridas profundas que no cicatrizan fácilmente. La enorme brecha entre unos, muy pocos, que lo tienen todo y otros muchos -los más- que no tienen nada no se ha cerrado, ni se habrá de cerrar con ajustes menores en la política económica. “De escultores -decía don Miguel de Unamuno- que no de sastres es la tarea”. Ni la reducción de salarios de los funcionarios, ni otras medidas, más bien asistenciales, pueden detonar el crecimiento y el empleo en un país que, por más de 25 años, ha vivido con una economía regida por el consenso de Washington.

Atentos a las exigencias del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional los altos mandos del Banco de México y la SHCP han construido, con una tenacidad casi criminal y su observancia al dogma neoliberal, un escenario peligrosamente volátil. Pueden rendir buenas cuentas si se habla de control de la inflación y el déficit. Lo cierto, sin embargo, es que a lo largo y ancho del país campean la miseria y el desempleo, la frustración y la desesperanza. Centenares de miles emigran cada año hacia Estados Unidos y unos millones más - la inmensa mayoría- languidecen sin esperanza en sus lugares de origen.

Y mientras Washington -que sabe que la calma que se respira es calma chicha- cierra la frontera con un muro de miles de kilómetros de longitud, despliega tropas a lo largo de la misma, se antoja muy difícil que un gobierno, el de Calderón, operado por hombres que han servido a la política económica dictada desde el norte, pueda tener la solvencia, la audacia, la independencia para defender con firmeza, dignidad e inteligencia los intereses nacionales.

Acosados por la falta de recursos, los nuevos funcionarios, de un plumazo y para que el presupuesto alcance, reducen el gasto en la cultura, en la educación superior, en la atención a las comunidades indígenas. Pobre estrategia la de atacar la pobreza haciéndonos más pobres; condenando a las universidades públicas, a los organismos responsables del fomento de la actividad cultural a operar con aún menos recursos de los que Fox, casi como limosna, les asignó en el pasado. ¿Consumará así Calderón el crimen de lesa cultura del foxismo?

Pero no sólo se trata, aunque es fundamental, de la enorme brecha entre ricos y pobres. Hay también otra herida; la de la inequidad sistemática en la lucha político-electoral. Amafiados, PRI y PAN han consumado lo que ante millones de mexicanos se considera el secuestro de nuestra incipiente democracia.

En las pasadas elecciones se impuso el poder del dinero. Calderón debe su triunfo a la ilegal intromisión de Vicente Fox, la cúpula empresarial y la Iglesia en los comicios presidenciales. Que hoy porte la banda tricolor en el pecho, que haya librado la oposición perredista y penetrado por la puerta de atrás al Congreso para consumar el ritual republicano no tiene, en realidad, ninguna importancia. No se gana el poder y la legitimidad con valentonadas, con argucias.

Se apuesta, por otro lado, a los errores, reales o imaginarios, pero siempre amplificados de AMLO, al desgaste natural del movimiento opositor, al impacto mediático de la escaramuza de San Lázaro, a la desmemoria, al cansancio de la gente que -ante las fiestas navideñas- quiere dar carpetazo a todo lo relacionado con la política. Se apuesta al olvido y a la propaganda. Pan y circo de nuevo para borrar una afrenta que no puede ni debe borrarse. La reconciliación en este caso no puede sustentarse en el olvido, menos en el cinismo del vencedor que con el poder en las manos, se da el lujo suicida de humillar al adversario.

COMENTARIO: A todos esos que apuestan al desgaste, hay que recordarles que lo difícil es empezar. Somos millones los que en este año nos quitamos la tradicional apatía y salimos a marchar por primera vez, los que por vez primera asistimos a un mítin político, los que tomamos riesgos en nuestros trabajos y en nuestras relaciones por participar en política. Una vez hecho el sacrificio, no tiene caso detenerse. Muchos tontamente creen que todo esto depende únicamente de Andrés Manuel y no es así; López Obrador reinició la Revolución de Conciencias en este país, ahora somos millones los adversarios de esos facistas retrógradas que tienen el poder del dinero y el miedo, pero a nosotros nos respaldan la dignidad, la verdad y la realidad. Pinochet y su caída en desgracia demustran que tarde o temprano, las últimas terminan por imponerse.

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