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viernes, septiembre 01, 2006

INCOMPETENCIAS DE COYUNTURA.

REFORMA
Rafael Segovia.

¿Qué hará?.

Nadie puede decir qué motivó el voto por Calderón. No hubo ni entusiasmo ni convencimiento ni simpatía. Debemos remitirnos al miedo, al temor despertado por una campaña de desprestigio de su rival, apoyada en motivos clasistas, en los más elementales temores de quienes ven amenazados unos bienes y una situación ganados sin el convencimiento de merecerlos.

Fragilidad de clase media y angustias constantes, en un mundo cada vez más inseguro, sin más garantía que la benevolencia de una clase gobernante, única capaz de sostener situaciones pendientes del aire, aunque las garantías suelen ser de corta duración.

Sólo se puede pensar en un origen común negativo. Se votó -quienes lo hicieron por el candidato panista- no por él sino en contra de López Obrador. Que un naco, un lépero, un semianalfabeto llegara a la Presidencia era regresar a 1910, al triunfo de la plebe, de los sombrerudos civilizados poco a poco y que con el paso de los sexenios habían cedido el paso a unos nuevos funcionarios llamados no se sabe por qué tecnócratas. Lo único seguro es que estos nuevos gobernantes eran lo opuesto a lo representado por López Obrador y el PRD.

Hasta qué grado influyó el caso de Pasta de Conchos, de Sicartsa, de Napoleón Gómez Urrutia, es difícil por no decir imposible de medir. Como tampoco se conocen los juegos y rejuegos de Vicente Fox y la señora Marta, ni las apuestas de las asociaciones empresariales, religiosas y otras pseudopolíticas, aterradas por el avance de posiciones mal conocidas pero situadas innegablemente a la izquierda.

Esa percepción clasista más que política se concreta en la candidatura de Calderón. Se sabe con mirar a los suyos, con ver una sola de sus apariciones en la televisión.Volvemos a lo de siempre: para ser Presidente lo primero es parecerlo. Calderón no parece ni de lejos, menos aún de cerca, un Presidente. Su aspecto de clase media total, su corrección vestimentaria sin elegancia -para la que se necesita soltura-, su sonrisa helada, su palabra aprendida y ajena a cualquier espontaneidad, el halo de inseguridad que le rodea, revelan al empleado alto y obediente, poco o nada imaginativo, siempre atento al ceño de su jefe, y con un ojo siempre puesto en el escalafón.

El atrevimiento no se le da. La prueba la hemos visto en sus silencios, en la búsqueda desesperada de la mano amiga capaz de sacarlo de una soledad agobiante. La ruptura del silencio se convierte de inmediato en bravuconería, que es la actitud natural del tímido e inseguro.

En condiciones normales hubiera sido un Presidente más, no el hombre de esas reformas tan cacareadas como en principio indispensables. No nos han podido o querido decir por qué seis años en el poder no han servido ni para llevar una sola adelante. La incompetencia de Vicente Fox y su gabinete es más que conocida, pero es una explicación que no satisface aunque se vaya a utilizar en este próximo sexenio a falta de algo mejor.

Acabar con los mitos es el tema. Uno de ellos, para estos señores que llegan, es el de los energéticos. La solución la ven en privatizarlos, en este caso como en todos. Los inconvenientes son mayores que las ventajas. En primer lugar está el ejemplo de los bancos: se devolvieron a sus antiguos dueños y éstos, a su vez, los vendieron al extranjero, donde han solucionado una multitud de problemas pero no los del país. Sólo un hecho se alega para justificar tan brillante operación: la incompetencia de los banqueros nacionales, incompetentes en todo y para todo menos para hacerse personalmente de oro.

Con los energéticos puede ser más de lo mismo, sobre todo si tenemos presente que el futuro Presidente ya ha probado cómo se maneja esa mercancía. Rasgarse las vestiduras o la banda presidencial asegurando que el Estado mantendrá el control sobre los energéticos no provoca sino un gesto de escepticismo.

Otro tema de la agenda foxista fue la reforma laboral, tampoco explicada pero intentada de una manera subrepticia, torpe y dolosa, al aprovechar el desastre de Conchos y sus consecuencias, cuando el Presidente no se atrevió a dar la cara. El conflicto terminó en un enfrentamiento con el sindicato minero y su líder por un lado, con un nuevo secretario del Trabajo capaz de enredar las situaciones más tranquilas, pero que terminó con la policía disparando contra los obreros, lo que no había ocurrido desde Cananea, si olvidamos las represiones de López Mateos.

Darle mayor flexibilidad al sindicalismo quiere decir, hablando en plata, limitar la vida sindical. Ni por un momento se piensa en contener el poder patronal, sacrosanto para la teoría económica al uso. Es posible que Calderón a esa reforma la considere rebasar por la izquierda, aunque él acostumbre, junto con su partido, rebasar por la derecha, lo cual se reflejará, como siempre, en la reforma hacendaria, donde desde este momento ya asoma las orejas el IVA.

Los llamados a la unidad nacional, al bien de la comunidad cuando no al de la patria, el discurso primario y elemental debe estarse ya escribiendo por parte de los niños bien del círculo íntimo, mientras se prueban los trajes que llevarán el día de la toma de posesión o del asalto al poder, que para el caso es lo mismo.

En muy pocas ocasiones ha llegado un Presidente al cargo rodeado de un silencio tan grande como el actual. Es posible que sólo dos o tres de los grandes empresarios estén al tanto de qué se propone Felipe Calderón. La suerte de este hombre es que Fox ha dejado pocas cosas por malbaratar y el pasivo que emerge tras él será la justificación de los primeros pasos de su sucesor.

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