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jueves, marzo 15, 2007

LA DEBILIDAD DEL ESPURIO.

Desafío



Escrito por Rafael Loret de Mola.

*Lecturas de Cartillas
*Gobierno del no Poder
*La Historia “Cobra”

Pareciera que buena parte de la fauna política nacional se siente, sobradamente, con el derecho a lanzar reclamos, reproches, condiciones, frases con doble sentido e incluso descalificaciones, no pocas de ellas sumarias, al titular del Ejecutivo federal. Esto es: le leen la cartilla al mandatario porque le observan disperso, vulnerable, débil.

Algunos dirán, y quizá no les falte razón, que ello más bien exhibe el compromiso de Felipe Calderón por encabezar un gobierno “democrático” aun cuando son evidentes los pecados originales del mismo.

Otros, y tampoco les sobran argumentos, señalan hacia este comportamiento como una demostración clara de que el presidente se encuentra en una terrible disyuntiva en la cual sus decisiones dependen de las de los demás.

Quizá por ello, entre los niños y jóvenes que ven hacia el futuro son pocos ya quienes sueñan con sentarse en la reverenciada silla rematada por el águila republicana.

Desde luego, el presidencialismo está agotado sin que los grandes protagonistas de la vida pública se animen a discursar, siquiera, sobre los modelos alternativos –el calificativo no necesariamente conduce hacia los terrenos de la obcecada e intransigente oposición de izquierda cuyos apretados programas fueron estructurados al calor de las presiones y no son frutos de un repaso ponderado de hechos y posibilidades-, para impulsar, en serio, no sólo el desarrollo integral del país sino algo acaso de mayor importancia: el proceso de madurez de la sociedad mexicana que aún no puede salir, de hecho no ha salido, del marasmo de la dictadura simulada. ¿Cómo hacerlo si el cambio prometido devino en continuidad facciosa?

Ni el señor Calderón ni los legisladores, con capacidad para iniciar iniciativas de reformas y leyes que dinamicen a la gran comunidad nacional adaptándola a la perspectiva universal, se han detenido a pensar que la única manera de lograr la ansiada legitimidad política, no sólo la del presidente sino también de cuantos, de una manera u otra, debieron aceptar el desaseado veredicto electoral –incluyendo los perredistas quejosos que asumieron sus funciones camarales so pretexto de no despreciar el mayor caudal político entregado a la izquierda en su historia-, es la de una verdadera transformación del poder, del gobierno y del Estado, el gran pendiente que debiera conducir, sin remedio, hacia un régimen parlamentario en el que el grupo más votado pudiera formar gobierno sólo alcanzando el consenso mayoritario y sin la torpe pretensión sobre una desfasada mayor jerarquía institucional de quien lo presidiera.

Entre “pares” no habría posibilidad de imponer criterios sectarios o, cuando menos, sería bastante más difícil.

Calderón pretende ser democrático, sí, pero no al grado de reconocer el acotamiento de la institución presidencial y el imperativo, en consecuencia, de destrabar los candados de la gobernabilidad. Porque, por supuesto, no basta con intentar una conciliación superficial cuando ésta se pretende bajo niveles de chantajes inocultables o soterrados, en lo oscurito, por mucho que se insista en lo contrario.

Por ejemplo, a estas alturas ¿puede creerse que el PRI pueda liberarse de las mafias, cuando éstas se significan a través de los liderazgos camarales, hasta formar una oposición “responsable” no dispuesta a asegurar los propósitos gubernamentales mediando consensos infectados por las concesiones? No hay antecedente alguno que permita creer en semejante oferta, expresada así por un personaje de la talla de Emilio Gamboa en presencia del señor Calderón. ¿Nos olvidamos de las historias personales? Entonces, ¿cuándo dejarán libres a los narcotraficantes célebres y a los genocidas confesos?

Debate.
Los priístas, que conforman la tercera fuerza política nacional perdida la hegemonía del pasado y buena parte de la moral política, insisten en exhibirse como garantes de la estabilidad invitando al abogado Calderón –es egresado de la Escuela Libre de Derecho de donde salió en 1987-, a escuchar reprimendas en las que se habla de no caer en chantajes... precisamente para hacer obvio lo contrario.

Esto es: si el PRI solicita al mandatario “sacar las manos de los procesos electorales”, ello estriba un cierto compromiso para, por ejemplo, no afectar, ni política ni mucho menos judicialmente, la desgastada imagen de algunos personajes de la talla del poblano Mario Marín Torres, el oaxaqueño Ulises Ruiz, el yucateco Gamboa y otras “perlas” más de la antigua institucionalidad. Se trata, claro, de valores entendidos con acentos muy claros sobre las íes generadoras de controversias mayores.

Así la cosas, Felipe Calderón, con apreciable voluntad, se permitió convivir con los legisladores priístas y sólo recibió bofetadas. La primera, el intencionado retraso de la nueva dirigente nacional del PRI, la tlaxcalteca Beatriz Paredes Rangel –por cierto, en su entidad natal gobierna Héctor Ortiz Ortiz, postulado por el PAN y cortado con la tijera de la singular dama cuando ésta requirió de un cauce partidista distinto para salvaguardar a su grupo de los caciques regionales-, quien se animó a aparecer a media jornada, mucho después de la llegada del mandatario.

Luego vendrían los discursos en tono pretencioso, con falsa ponderación y el disimulo de un tono suave distante de la agresividad planteada por lo que se decía, en los cuales se condenó al pasado foxista precisamente por proveer de recursos, desde Los Pinos, en por de los candidatos “de la derecha” como si en el PRI no hubiese representantes de esta tendencia.

Calderón, en fin, fue llevado hacia un callejón sin salida. Y debió aceptar, si bien tácitamente, parte de lo planteado por el priísta Gamboa quien, por supuesto, nada dice de los señalamientos en su contra ni de algunos de sus mayores aliados, como el feliz inmigrante Kamel Nacif, rey de la mezclilla y de las evasiones judiciales. Se trata, otra vez, de valores entendidos... para que vayamos entendiéndonos.

Un presidente fuerte no estaría a expensas del permanente chantaje ni se asomaría a los foros en los que sabe, de antemano, que andará sobre los minados terrenos del revanchismo. Y si lo hace no es, desde luego, porque pretenda exaltar su profunda “vocación democrática”.

El Reto.
El dilema permanente entre poder y no poder se antoja, en Felipe Calderón, una coyuntura cuya desembocadura puede ser tan amplia como perniciosa. Para abrir caminos, en todo caso, se requiere, además de valor y carácter, la visión de Estado que sitúe prioridades para determinar el cambio ineludible. Si antes tal proclama vendió lo necesario para asegurar la primera alternancia, en el contexto actual, sencillamente, es un imperativo ineludible: se cambian las estructuras gubernamentales o la nueva clase política perecerá por asfixia.

Queda claro que Calderón pretende conciliar, cediendo; pero en el fondo no parece dispuesto a zanjar la controversia sobre el presidencialismo rebasado porque aspira a consolidar su mandato, cuando le sea posible, en los términos de los antiguos formatos autoritarios, esto es para recobrar la reverencia pública en torno al símbolo. Por ello, su apego por las ceremonias y los formalismos aun cuando no resuelve las resistencias estructurales ni señale la ruta a seguir. Sí, es difícil ejercer el poder, más todavía cuando la soledad es la más fiel de las compañeras de quien lo tiene; pero peor, mucho peor, es el no poder.

La Anécdota .
Se atribuye al Generalísimo Francisco Franco una sentencia lapidaria: --Cualquier sistema de gobierno funciona… siempre y cuando se esté arriba. Aquella filosofía le llevó el absurdo de erigir sui propio mausoleo en el recinto creado para el descanso eterno de los miles de españoles muertos durante la Guerra Civil. Y lo hizo monumental, compitiendo con la nave principal de la romana Basílica de San Pedro, en El Valle de los Caídos, en la Sierra del Guadarrama, que fue, hasta el fin de la dictadura, uno de los sitios relevantes para el turismo. Allí está enterrado el dictador, al pie del altar mayor, compartiendo espacio, con José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange.

Pero será por poco tiempo. La izquierda española, unida, insiste en desalojar a tales cadáveres del recinto para convertir a éste en un espacio para la exaltación de “los crímenes del franquismo”, exactamente lo contrario de su dedicatoria original. Al final de cuentas, la historia cobra.

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