Memoria de San Lázaro
En diálogo con diputados convocados por la Comisión de Desarrollo Social de la Cámara, investigadores de la UNAM y de El Colegio de México, agrupados en el Seminario Universitario de la Cuestión Social, pasamos revista a la situación actual y sus perspectivas, y no puede decirse que hayamos salido tranquilos. No fue un ejercicio más en la "ciencia lúgubre" que nos heredara Malthus, sino una revisión cuidadosa de una grave situación social resultado de lamentables olvidos estatales y de prepotencia de las elites económicas; de daños profundos en el tejido básico heredado del desarrollo anterior, ampliados en los años de las crisis y del cambio estructural, así como de las tendencias duras que gobiernan nuestra demografía y los diversos sistemas que hemos podido darnos para sobrevivir en la globalización.
Particular interés despertaron los resultados y perspectivas de la sociedad rural, donde se concentra la pobreza extrema y se gestan nuevas disonancias entre la producción y el consumo básico, agravadas después del remezón de la tortilla. Cómo acompasar el cambio de lo que queda de la antigua sociedad rural mexicana a nuevas formas de empleo y producción; cómo transferir sin incurrir en nuevos desperdicios y vicios burocráticos; cómo imaginar un futuro no agrícola pero tampoco rural en el sentido tradicional del término, son algunas preguntas que ya encuentran acogida en las reflexiones académicas y de algunos políticos, pero cuya traducción a la política económica y social no ha pasado de ser retórica, asediada por la sabiduría convencional tan a gusto de los secretarios de Hacienda y su coro de exégetas y liberales vueltos a nacer.
Los escenarios del futuro inmediato, definido por la apertura total del mercado agrícola, no son los mismos de apenas ayer, cuando la factura energética global no se había desplegado en formidables cambios de usos del maíz para la bioenergía. Pero las capacidades disminuidas del Estado para asimilar estos cambios y actuar en consecuencia son un lugar común, a la vista de todos, aunque brillen por su ausencia los pasos elementales para una nueva política de desarrollo rural que salte las trampas de la fe corporativa, pero sobre todo admita lo mucho que en tiempo y energía social se ha perdido por el desvarío neoliberal que desmanteló las instituciones so pretexto de la libertad campirana y dejó a la mayoría de los productores en la más cruel de las intemperies.
Llegar a la ciudad para descubrir sus inclemencias y escasez de derechos y promesas, sus apreturas e inequidad flagrante, ha sido la aventura del México que en un suspiro se volvió urbano y poblado de jóvenes adultos sin empleo, indios acorralados, viejos sin protección. En este marco, integrar políticas para el bienestar implica asumir que no ha habido una integración presentable entre los propósitos de redención social de los políticos y la manera como los gobiernos, en especial su flanco económico, han interpretado los mandatos de la economía y sus restricciones y juegos macabros en esta globalización nublada.
Así, lo que priva como horizonte público y del Estado es el interés privado definido por los grandes poderes de la economía y las finanzas, sin que la política haya podido construir opciones que sin renunciar al cambio global, sin echar al niño con el agua sucia, reconozcan una cuestión social que va de la desigualdad profunda nutrida en la concentración de la riqueza, a una pobreza masiva que no se conmueve ante los éxitos contratados a los expertos internacionales, y se extiende como mancha sombría al resto de la convivencia: carencia de accesos a los bienes básicos de la vida; deserción juvenil temprana en la educación, el empleo, la vida en común; adicciones de todo calibre; distorsiones atroces en el consumo y la pervivencia de nuestros lacerantes vicios: discriminación, abuso y violencia sexuales, homofobia y desprecio por los derechos de la mujer o los niños.
Este es el cuadro que diputados y académicos construyeron en San Lázaro. No es hipotético o extremo. Antes de que el presidente Calderón se estrene, por autodesignación, como celebrante mayor del centenario y el bicentenario, la necesidad de un cambio profundo se siente en la calle, y la pérdida de paciencia popular, en la erosión de las formas del debate público, que la imposición política del año pasado dañó gravemente y que los 100 días del respiro no han enmendado.
El gradualismo con sus reformas sucesivas no vive su mejor momento, pero de ello no parece enterada una coalición arrobada por sus victorias sobre unos bárbaros imaginarios, que hace mucho dejaron de estar a las puertas del palacio para instarse en plantón permanente en la casa.
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