09-03-2007
El trabajo en la obra de Bertold Brecht
Vivir en tercera persona Sonia Arribas
Brecht se refirió a ‘la tercera cosa’ (die dritte Sache) para hablar de un trabajo orientado hacia un objetivo común y beneficioso para todos. La autora retoma las ideas del dramaturgo alemán para sugerir que hoy se puede escribir y construir en pro de esa tercera cosa. Brecht ilustra con imágenes y parábolas, y en muchas partes de su obra, que hay dos formas muy distintas de trabajar: una consiste en hacer las cosas porque no queda más remedio, por obligación o miedo. Otra, la de ‘la tercera cosa’, está encaminada a un objetivo común, participando en su diseño y beneficiándose de él. Su plumpes Denken (así llamaba a su forma de presentar las ideas, pensamiento tosco) fue el modo que encontró para hablar de “esa cosa tan sencilla, que es tan difícil de hacer”. “A las necesidades profundas les corresponden intervenciones superficiales”, escribió su amigo Walter Benjamin que le confesó una vez Brecht.
En Historias del Señor Keuner y Me-ti. Libro de los cambios aparecen retratados dos tipos de conductores: uno aprendió perfectamente las reglas de conducción, las respeta y las aprovecha para abrirse camino entre el tráfico. Otro maneja el coche colocándose mentalmente en la posición de los que marchan a su lado. A este segundo conductor le preocupa el tráfico en su conjunto: maniobra ante lo que se le cruza por el camino sin dejar de atender a lo que se le cruza al de delante. Logra su satisfacción cuando el tráfico fluye, sintiéndose una mínima parte integrante de él. ¿Una mínima parte? Brecht también la llama “unidad mínima”: surge en los espacios donde la gente trabaja o busca trabajo. Sus miembros no tienen por qué quererse entre sí, pues lo que quieren de verdad es el objetivo compartido. Por eso no es cuestión de uno, ni de dos, ni de tres o cuatro... sino de eso tercero, en movimiento, que les une.
Trabajar por ‘la tercera cosa’ no elimina la valía del trabajo individual. Pero la consideración de lo individual no significa -seguimos con más ejemplos de Brecht- alabar al funcionario como si fuera imprescindible o permitir que el que ocupa un cargo público se perpetúe en él. ¿Una contradicción? No si decimos que uno y otro se responsabilizan de que sus oficinas se organicen de tal modo que sus respectivas funciones no sean tan necesarias. Y esto gracias a que en vez de usufructuar su experiencia como si se tratara de una propiedad, se dedican a transmitirla entre los compañeros. Vivir en tercera persona (así llama Brecht también a esta cosa) no es lo mismo que sacrificarse por los demás. Ni es de tontos, ni de santos. Es más, se puede ser egoísta y trabajar por la ‘tercera cosa’. Y es que es posible discernir dos tipos de egoísmo: el primero tiene su raíz en una organización general que fuerza a los individuos a ser egoístas. En este caso, afirma Brecht contundentemente, en vez de hablar en contra de él, lo que hay que hacer es crear las circunstancias que lo hagan innecesario. Pues hablar sólo de él, sin hacer nada para cambiarlo, es como mantener la situación que lo hacía posible. Pero también hay un egoísmo productivo: el que proviene del que se ama a sí mismo y estudia para aprender, o del que se esfuerza para no vivir arrinconado, o del que no se resigna ante el mundo. Este egoísmo brechtiano no atenta contra los demás porque trabaja para generalizar las condiciones que dan pie a más egoísmo... del bueno.
Preocupación por el bien común ‘La tercera cosa’ tampoco conlleva la desaparición de la división del trabajo. Todo depende, según Brecht, de lo que se quiera decir con división de trabajo. Está bien que uno se dedique a lo que le gusta o es capaz de hacer. Pero hay otro significado que sí convendría hacer desaparecer. Cuando decimos que el obrero debe ocuparse de construir bien, lo que efectivamente queremos decir es que hay otros (empresarios y políticos) que se encargarán de fijar su salario. Y cuando decimos que el médico debe dedicarse a la tuberculosis, lo que también estamos queriendo decir es que no se debe preocupar de otras cosas -por ejemplo, del modo en que se construyen las viviendas. Pero... ¿no era el habitar una mala vivienda la causa de la tuberculosis? Este segundo significado atenta contra el trabajo de ‘la tercera cosa’.
Un grupo establece una relación productiva entre sus participantes cuando todos ellos trabajan por una causa común. Cuando se trata de dos personas, igual que tendrán que unir esfuerzos para cargar un cubo, también podrán hacer de su amor producción. En el amor como producción contraen obligaciones entre sí y ellos solos son los responsables del resultado. Pero su amor va dirigido a un orden superior, a ‘la tercera cosa’, “construyéndolo y confiriéndole cierto carácter histórico, como si contaran con un lugar en los anales de la historiografía”. Así también lo describe la canción de La madre, refiriéndose a su amor por el hijo: “Él y yo éramos dos, pero la tercera cosa, forjada en común, fue lo que nos unió”. Hay un trabajo del que, aparte del dinero obtenido y el sudor en la frente, no se puede decir más. Hay otro, el de ‘la tercera cosa’, sobre el que todavía está todo por hacer. Pero no se trata de ponerse a esperar que llegue: “Mi-en-leh enumeraba muchas condiciones necesarias para la revolución. Pero no conocía un solo momento en que no hubiera que trabajar por ella”.
SONIA ARRIBAS es especialista en Bertold Brecht y dirige un monográfico sobre su figura en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
En Historias del Señor Keuner y Me-ti. Libro de los cambios aparecen retratados dos tipos de conductores: uno aprendió perfectamente las reglas de conducción, las respeta y las aprovecha para abrirse camino entre el tráfico. Otro maneja el coche colocándose mentalmente en la posición de los que marchan a su lado. A este segundo conductor le preocupa el tráfico en su conjunto: maniobra ante lo que se le cruza por el camino sin dejar de atender a lo que se le cruza al de delante. Logra su satisfacción cuando el tráfico fluye, sintiéndose una mínima parte integrante de él. ¿Una mínima parte? Brecht también la llama “unidad mínima”: surge en los espacios donde la gente trabaja o busca trabajo. Sus miembros no tienen por qué quererse entre sí, pues lo que quieren de verdad es el objetivo compartido. Por eso no es cuestión de uno, ni de dos, ni de tres o cuatro... sino de eso tercero, en movimiento, que les une.
Trabajar por ‘la tercera cosa’ no elimina la valía del trabajo individual. Pero la consideración de lo individual no significa -seguimos con más ejemplos de Brecht- alabar al funcionario como si fuera imprescindible o permitir que el que ocupa un cargo público se perpetúe en él. ¿Una contradicción? No si decimos que uno y otro se responsabilizan de que sus oficinas se organicen de tal modo que sus respectivas funciones no sean tan necesarias. Y esto gracias a que en vez de usufructuar su experiencia como si se tratara de una propiedad, se dedican a transmitirla entre los compañeros. Vivir en tercera persona (así llama Brecht también a esta cosa) no es lo mismo que sacrificarse por los demás. Ni es de tontos, ni de santos. Es más, se puede ser egoísta y trabajar por la ‘tercera cosa’. Y es que es posible discernir dos tipos de egoísmo: el primero tiene su raíz en una organización general que fuerza a los individuos a ser egoístas. En este caso, afirma Brecht contundentemente, en vez de hablar en contra de él, lo que hay que hacer es crear las circunstancias que lo hagan innecesario. Pues hablar sólo de él, sin hacer nada para cambiarlo, es como mantener la situación que lo hacía posible. Pero también hay un egoísmo productivo: el que proviene del que se ama a sí mismo y estudia para aprender, o del que se esfuerza para no vivir arrinconado, o del que no se resigna ante el mundo. Este egoísmo brechtiano no atenta contra los demás porque trabaja para generalizar las condiciones que dan pie a más egoísmo... del bueno.
Preocupación por el bien común ‘La tercera cosa’ tampoco conlleva la desaparición de la división del trabajo. Todo depende, según Brecht, de lo que se quiera decir con división de trabajo. Está bien que uno se dedique a lo que le gusta o es capaz de hacer. Pero hay otro significado que sí convendría hacer desaparecer. Cuando decimos que el obrero debe ocuparse de construir bien, lo que efectivamente queremos decir es que hay otros (empresarios y políticos) que se encargarán de fijar su salario. Y cuando decimos que el médico debe dedicarse a la tuberculosis, lo que también estamos queriendo decir es que no se debe preocupar de otras cosas -por ejemplo, del modo en que se construyen las viviendas. Pero... ¿no era el habitar una mala vivienda la causa de la tuberculosis? Este segundo significado atenta contra el trabajo de ‘la tercera cosa’.
Un grupo establece una relación productiva entre sus participantes cuando todos ellos trabajan por una causa común. Cuando se trata de dos personas, igual que tendrán que unir esfuerzos para cargar un cubo, también podrán hacer de su amor producción. En el amor como producción contraen obligaciones entre sí y ellos solos son los responsables del resultado. Pero su amor va dirigido a un orden superior, a ‘la tercera cosa’, “construyéndolo y confiriéndole cierto carácter histórico, como si contaran con un lugar en los anales de la historiografía”. Así también lo describe la canción de La madre, refiriéndose a su amor por el hijo: “Él y yo éramos dos, pero la tercera cosa, forjada en común, fue lo que nos unió”. Hay un trabajo del que, aparte del dinero obtenido y el sudor en la frente, no se puede decir más. Hay otro, el de ‘la tercera cosa’, sobre el que todavía está todo por hacer. Pero no se trata de ponerse a esperar que llegue: “Mi-en-leh enumeraba muchas condiciones necesarias para la revolución. Pero no conocía un solo momento en que no hubiera que trabajar por ella”.
SONIA ARRIBAS es especialista en Bertold Brecht y dirige un monográfico sobre su figura en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
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