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miércoles, enero 17, 2007

TACOS DE LENGUA.

REFORMA.

Sergio Aguayo Quezada
Tacos de lengua

El aumento en el precio de las tortillas ha mostrado los titubeos
del gobierno federal y el desamparo de los consumidores.

Las tortillas aportan alrededor del 50 por ciento del total de las
calorías consumidas por el 40 por ciento de los capitalinos más
pobres (Instituto Nacional de Nutrición, 2002). El taco es
ingrediente central de la dieta nacional y símbolo de nuestra
identidad y diversidad; en la variedad de los rellenos y las
salsas se reflejan las diferencias económicas y culturales de
las regiones de México. Salvo la tortilla, ¿qué tienen en común
los tacos de langosta con frijol y arroz de Baja California, los de
cabeza de Arandas, Jalisco, o los de canasta del Distrito Federal?

El 2007 empezó con el aumento de entre 40 y 100 por ciento en
el precio de la tortilla. Con ello salió a la superficie nuestra
dependencia alimentaria, la pobreza en que viven las mayorías
y la división ideológica -las derechas invocan las fuerzas del
mercado y las izquierdas exigen la intervención gubernamental-.
El gobierno federal ya fijó postura: como serán las fuerzas del
mercado quienes regulen los precios ya autorizó la importación
de una mayor cantidad de maíz.

Como la otra columna de la respuesta federal es el combate de
los abusos, el 12 de enero entró en escena la Procuraduría Federal
del Consumidor (Profeco) y su titular, Antonio Morales de la Peña,
informó que asumirían "el liderazgo en la protección de los
sectores más vulnerables de la población mexicana". De esa
voluntad nació el Programa Nacional de Verificación y
Vigilancia de Tortillerías que, para "inhibir y desalentar"
el "incremento injustificado en el precio del producto",
verificará la exhibición y respeto de los precios; garantizará
que las básculas no alteren el peso; difundirá información
sobre los precios al consumidor; pedirá a proveedores la
información que justifique los aumentos; y establecerá
compromisos de apoyo con las cámaras y cadenas de autoservicios.

El programa es demagógico porque, aun cuando la Profeco
tenga la voluntad política (algo que está por verse), carece
del personal suficiente para llevarlo a cabo. Con un
presupuesto para el 2007 de 960 millones de pesos tiene
en nómina a 3 mil 438 empleados, insuficientes para controlar
a los abusadores. Una referencia indispensable es su batalla
del 2005-2006 para controlar a las gasolinerías que nos
esquilman vendiéndonos litros incompletos. Para revisar
a las 7 mil 200 estaciones de servicio la Profeco sólo tenía
39 aparatos verificadores.

Terminaron documentando abusos, es cierto, pero al ser
incapaces de erradicarlos se contentaron con poner en su
página información sobre cuáles gasolinerías han esquilmado
clientes. La delegación de la Magdalena Contreras capitalina
tiene dos expendios: en el de Luis Cabrera aparece un semáforo
color verde, lo que significa que se puede cargar tranquilamente;
al de Avenida San Jerónimo le pusieron un rojo, lo que sugiere
precaución. Lo que la Profeco jamás aclara es cómo podremos
saber si nos entregan litros o kilos completos (¿esperan acaso
que vayamos por la vida con un garrafón y una báscula?).

En el caso de las tortillas la Profeco deberá verificar a las 60
o 70 mil tortillerías que tiene el país. Interpreto su negativa
a darme información sobre el número de inspectores como
un indicio de que clausurarán algunas como acto simbólico,
organizarán ruedas de prensa y terminarán subiendo a su
página de Internet información sobre los abusadores. Más de lo mismo.

En otras palabras, el gobierno le da al consumidor la información
para que se defienda pero lo hace a través de un mecanismo
accesible a las minorías. De acuerdo al Almanaque Mexicano
2007 (Aguilar) sólo el 9 por ciento de los hogares tenían
acceso a internet en el 2005, y la educación de quienes lo
usan sugiere que tienen los ingresos para resistir el aumento
en el precio de la tortilla. Cuesta trabajo imaginarse a los
más afectados -el ama de casa, el albañil o el campesino-
consultando en la página de la Profeco qué tan honesta es
la tortillería de la esquina. Saberlo tampoco ayuda, pues
Profeco no castiga sistemáticamente a quienes incumplen
las normas y abusan de los consumidores.

Así pues, en el México del siglo XXI los monopolios u
oligopolios imponen su ley, el gobierno encubre su impotencia
con declaraciones y actos simbólicos y la sociedad tiene pocos
mecanismos para defenderse. De acuerdo a Adriana Labardini
de Alconsumidor "son contados los organismos civiles que
representen los intereses de los consumidores". Es una
categoría tan marginal que el consumidor no aparece en
las plataformas de los principales partidos políticos (PRI,
PAN y PRD). Ante este panorama el consejo consultivo
de la Profeco debería preocuparse por sugerir reformas
al mandato de este organismo público; después de todo
tiene a gente tan comprometida y conocedora como Néstor
García Canclini, Raúl Trejo Delarbre o Laura Sarvide.

Si lo único que el gobierno federal puede o quiere ofrecer
son tacos de lengua, al menos debería darlos mejor servidos
y aderezados. Felipe Calderón, por ejemplo, podría hacer
un informe preciso de los factores que provocaron la crisis
actual y el papel jugado por los poderes fácticos. Como se
ve difícil que lo haga, la izquierda política y social ya
reaccionó apropiándose de la protesta. El PRD anunció
una marcha en defensa de la tortilla, un festival del maíz
en el Zócalo y la proclamación del 2 de febrero como
"Un día sin tortilla". Los sindicatos y organizaciones
campesinas también anuncian movilizaciones y Andrés
Manuel López Obrador declara que el aumento "a los
artículos de primera necesidad no le importa al gobierno
usurpador ni al presidente pelele, porque tienen el encargo
de proteger los intereses de los oligarcas y de la mafia de cuello blanco".

Lo que pasa con la tortilla le añade incertidumbre al futuro
y reconfirma la indefensión ciudadana frente a las corrupciones
privadas y las ineptitudes públicas.



La Miscelánea


"En salud, el oscurantismo mata". Así abre el desplegado
de centenares de organismos civiles que condenan las
intenciones del secretario de Salud José Ángel Córdova
Villalobos de modificar las campañas de educación sexual
para, entre otras cosas, promover la abstinencia y desalentar
el uso de los preservativos. Si por el secretario fuera la
política en salud tendría que desechar las evidencias científicas
para asentarse en las creencias de los más conservadores.

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