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domingo, agosto 13, 2006

NADIE PODRÁ DECIR QUE HUBO UNA ELECCION IMPECABLE.


eme-equis on line.

Qué formidable ejercicio electoral ha sido el recuento de once mil casillas Cuántas cosas parecen estar quedando claras.Uno: que la famosa idealización de “los ciudadanos” como garantes de una elección sin irregularidades es una falacia del tamaño del mundo.

A juzgar por los reportes de la muestra contabilizada en el país, no hubo estado donde “los ciudadanos” contaran bien los votos. Los errores aritméticos aparecen por aquí y por allá. Los ciudadanos, hay que decirlo claramente, también fallaron el pasado 2 de julio.Fueron incapaces de contar bien, de sellar correctamente los paquetes, de meter en los paquetes toda la papelería que ordena la ley, de elaborar bien las actas.

Tan sólo algunas muestras de los “errores ciudadanos”: en Jalisco, en el segundo día de recuento, se habían encontrado 813 votos que no fueron contabilizados para la Coalición; en Guanajuato, 400 votos; en Nuevo León, 180 y en Sonora, 300. Un detalle, en la casilla 2709 contigua 8, en el distrito 7, con cabecera en Tonalá, Jalisco, se habían detectado 90 sufragios sin contabilizar para Andrés Manuel.

En fin, este recuento ha dejado ver que a los ciudadanos que seleccionó el IFE se les desaparecieron boletas, que les “embarazaron” urnas y se les pasaron cientos, miles de votos, ya fueran para Felipe Calderón o para Andrés Manuel López Obrador. ¿Fue por dolo, por ignorancia o porque el IFE no los capacitó como debía hacerlo? Y cualquiera de esas posibilidades cabe.

Porque ser ciudadano no es garantía de honradez ni de eficiencia. La patente de ciudadano no exime de filias y fobias políticas.Y por una u otra razón, de que los ciudadanos fallaron, fallaron. Y algo habrá que hacer para que no vuelva a ocurrir.

Dos: ¿hubo fraude?Por el recuento podemos saber hoy que sin duda hay gran número de “errores”, pero hasta ahora ni los propios representantes del PRD han podido mostrar dónde estuvo, si lo hubo como ellos dicen, ese fraude.

Porque si bien es cierto que el mayor número de “errores aritméticos” se tradujo en pérdida de votos para Andrés Manuel López Obrador, también ha resultado cierto que en el recuento, los errores han sido para todos lados y para todos los candidatos.

No hay, hasta el momento y en esta muestra, un patrón de conducta que diga que los “errores” sólo afectaron a López Obrador.

Y tres: que nadie podrá decir que hubo elección impecable.Y es que si bien hasta ahora nadie ha podido exhibir pruebas contundentes de que en la elección haya habido un fraude maquinado, también es cierto que ante tal cúmulo de “errores” en una simple muestra de once mil casillas, lo ético y lo sanamente político sería el recuento total, voto por voto, casilla por casilla. Porque, sin duda, la gran lección de este ejercicio que ha sido el recuento es que la pasada fue, por lo menos, una elección mal contada.

¿HUBO O NO HUBO FRAUDE?.

Por Ignacio Rodríguez Reyna
Como millones de mexicanos, no tengo respuesta a esa pregunta. Me gustaría. Pero es imposible tener certeza sobre ello. Y aunque en la esfera individual, lo mejor es siempre buscar la certidumbre pero nunca tenerla, en el ámbito social representa la tranquilidad de un país, la concordia de una nación.

Los resultados que han surgido del recuento de las casi 12 mil casillas que se abrieron no me dan argumentos sólidos para sostener la tesis de que nos robaron el voto, de que mi voto no fue contado, de que se ultrajó mi voluntad. Por supuesto, las irregularidades que se han detectado y los ajustes a la votación confirman un sabor agrio en la boca.

Resulta que los ciudadanos no son seres infalibles ni entes angelicales. Ahora constatamos que no saben sumar, que cometieron muchos errores, que sí había que enmendarles la plana.

Ésta no ha sido una elección impoluta e irreprochable, como pretenden venderla los cuestionados consejeros del IFE y los grupos empresariales. Por el contrario, hay cientos de irregularidades, pequeñas y grandes. Salpican por doquier.Se han encontrado, por ejemplo, decenas de paquetes electorales abiertos.

Los representantes del PRD y los otros partidos que postularon a López Obrador aseguran que es la muestra de que las cifras se arreglaron. Queda la duda.Pero por mucho que se quisiera llegar a la conclusión de que hubo fraude, no hay elementos a la mano para hacerlo. No es que no pudiera haber ocurrido, es que no hay huella. No es posible concluir, sencillamente, que en las casillas se perpetró el fraude.Los votos recuperados por la coalición que postuló a Andrés Manuel López Obrador mediante este recuento no han sido significativos hasta el cierre de esta edición. Quizá en las próximas horas se puedan descubrir irregularidades que anulen el sentido de estas líneas, pero no parece que vaya a ocurrir así. López Obrador y su equipo no han podido mostrar a satisfacción de muchos ciudadanos las pruebas de que se vulneró nuestra voluntad. No al menos en la forma antigua en que conocemos.

Decía López Obrador primero que el fraude había adquirido modalidades cibernéticas, y luego que había elementos que le permitían sostener que había sido a la antigüita.Hasta el momento resulta difícil constatarlo. A la luz de lo que se ha encontrado hasta ahora en las casillas recontadas, tampoco parece factible que el resultado pudiera dar la vuelta.

En mi opinión y en la de muchas otras voces independientes, el Tribunal Electoral ha actuado con un criterio estrecho, que ha reducido la certeza de una elección a la verificación aritmética, ha perdido de vista que lo mejor para la salud pública de esta nación hubiera sido borrar cualquier sombra, cualquier suspicacia, sobre la validez del proceso electoral. La consigna de voto por voto, casilla por casilla, expresa de modo inmejorable la demanda de millones de mexicanos a los que nos quedaron recelos sobre la limpieza de esta elección.

El Tribunal ha desechado recontar más casillas. Se esperaba que si el grado de irregularidades hubiera sido alto, entonces los magistrados pudieran dar certeza obligando a contar por segunda ocasión todas las casillas. Han decidido no hacerlo y han actuado así contra el mandato constitucional de velar por la certidumbre de la elección. Y con ello se han reducido las posibilidades de modificar los resultados que hasta ahora colocan por delante a Felipe Calderón.

Estas líneas molestarán, sin duda, a muchos amigos que participan con López Obrador. Son gente inteligente, preparada, honesta, de buena fe, que busca cambiar el estado de cosas en este país.Espero que entiendan que muchos ciudadanos no sabemos dónde quedó el fraude. Ese es un hecho. Para los seguidores de López Obrador significará que quizá estamos ciegos. Ahora bien, el que en las casillas no haya habido constancia de un “lodazal” no significa que estas elecciones hayan sido equitativas, transparentes y democráticas.

El presidente Vicente Fox tiene una gran responsabilidad histórica al haber hecho todo lo posible para enturbiar casi irreparablemente el proceso democrático en México. Su innegable intervención cotidiana contra López Obrador, aprovechando el peso del cargo presidencial, el intento del desafuero, su proselitismo en favor del candidato del PAN, el uso del aparato estatal para influir en el voto vía los programas sociales, no requiere de una investigación exhaustiva. El presidente Vicente Fox se traicionó a sí mismo. Traicionó los principios democráticos que juró defender.

Hace varios meses, algunos amigos panistas que trabajaban con Santiago Creel y con Felipe Calderón coincidían en que la búsqueda del poder no podía justificarlo todo. Censuraban con mucha razón que el entonces secretario de Gobernación echara mano de todo tipo de instrumentos para conseguir la candidatura presidencial. Criticaban que hubiese abdicado de sus valores y se hubiese convertido en un renegado de la democracia. “A cualquier costo, no”, decían para subrayar sus diferencias con la actuación política de Creel. Hoy les diría lo mismo. Calderón tenía todo el derecho de buscar y ganar la Presidencia de México, pero no a cualquier costo, no con la campaña negativa –“de contraste”, le llaman ellos–, no con la polarización social de la que ahora se quejan pero alimentaron desde un principio, no con el abierto pacto con algunos de los sectores más oscurantistas y antidemocráticos del país.

Si finalmente Calderón gana, éstos últimos habrán también triunfado en gran medida. Y esa no es una buena noticia para México, porque impulsarán la exclusión, la marginación económica, social, cultural y educativa de un gran grupo, de quienes habitan el sótano del país.He caminado por algunos trechos del plantón que ha desquiciado el tráfico de una ciudad de por sí desquiciada. Entiendo el furor que sus seguidores sienten por el tabasqueño.

Una buena parte es gente humilde, marginada, a la que el bienestar le llega a cuentagotas cada tantos años si es que. He escuchado sus argumentos y por qué siguen a López Obrador: él es, sin ironía alguna, la única esperanza que tienen para dejar de ser simples seres oscuros, para que su existencia tenga un mínimo sentido. Creen que si no es ahora, ya no habrá oportunidad de que alguien los tome en cuenta y los trate con respeto. Y, literalmente, no quieren vivir y morir así.Frente a ellos, que lo siguen sin chistar, López Obrador debía reconocer cuánta responsabilidad tiene en haber ayudado a que las cosas se encuentren donde están.

Será muy difícil que reconozca sus fallas y errores, que se equivocó al no ir al debate, que eligió mal a sus colaboradores cercanos, que no le importa la eficiencia, sino la lealtad absoluta, que no escucha a nadie que no se llame Andrés Manuel López Obrador, que dilapidó una ventaja cómoda en las encuestas. Que la soberbia le gana constantemente.Por supuesto, la situación de disputa poselectoral ha sido alimentada por muchos frentes.

Los consejeros del IFE integran uno de ellos. Sus omisiones, sus debilidades, sus verdades a medias, su parcialidad, sus yerros, su insistencia en declarar presidente electo cuando no están facultados para ello, lastimaron un proceso que debían haber cuidado al máximo. Su actuación ha generado muchas suspicacias; tantas, que hacen éticamente inadmisible su permanencia en el cargo. Por sanidad política deberían presentar su renuncia tan pronto como se resuelva el proceso.Si no estuviesen convencidos de la pertinencia de hacerlo, basta con que recuerden que el Tribunal ha debido enmendarles la plana en varias ocasiones y que han perdido el respeto de millones de mexicanos.Hoy el Tribunal Electoral está por cerrar un capítulo de esta accidentada democracia mexicana. Habrá que ver lo que sigue. ¿Encontrarán elementos que hayan distorsionado a tal grado la elección que lleve a anular las elecciones? Parece extremadamente difícil. Pero no imposible. Queda la duda.

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