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domingo, agosto 13, 2006

AMLO, EL UNICO DECIDIDO A CAMBIAR EL ESTADO DE COSAS.

En defensa de la iquierda crítica.

Jorge Volpi.

Una de las consecuencias más graves de la situación poselectoral mexicana es la extrema polarización de la sociedad. Si uno analiza las declaraciones de los políticos del PAN y el PRD, las opiniones de politólogos y comentaristas, la mayor parte de los artículos de prensa y la avalancha de cartas que llegan a las redacciones de diarios y revistas, podrá comprobar que las posturas de quienes atacan o defienden a Andrés Manuel López Obrador (son pocos quienes apoyan o repudian a Felipe Calderón) se han vuelto cada día más radicales, más violentas y más intolerantes.

En vez de intentar comprender lo que ocurre, de interpretar los actos y los discursos del candidato perredista, de desmenuzar sus posturas y vislumbrar sus intenciones, lanzan elogios e insultos que no contribuyen a resolver el grave dilema que enfrenta el país. Resulta lamentable escuchar a quienes, en aras de una comunión irrestricta con López Obrador, piden que cesen las críticas en su propio campo para “no dar argumentos” a los enemigos.

Y es igualmente preocupante que los defensores de la legalidad amparen las declaraciones -o provocaciones- de Felipe Calderón y los suyos al llamar “violentos” a sus adversarios.

La retórica empleada por ambas partes ha rebasado la realidad y se ha convertido en una auténtica guerra.

Numerosos intelectuales de izquierda se comportan como en los frentes populares de los años 30 y, en vez de acotar la conducta de su líder, se empeñan en guardar un silencio contumaz frente a sus dislates; en el otro bando, las burlas, las acusaciones y las descalificaciones hacia quienes defienden a López Obrador se suceden sin tregua.

En la derecha intelectual se ha vuelto políticamente correcto despreciar a figuras como Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, José María Pérez Gay, Margo Glantz o Elena Poniatowska por continuar demostrando su apoyo al perredista. Muy pocos de entre los defensores de la legalidad intentan comprender sus motivos.

Para entender su postura no basta con denunciar la fascinación que los intelectuales sienten hacia los hombres de poder ni aducir razones sentimentales en su actitud. ¿Por qué ellos ven un fraude mientras que los defensores de la legalidad no lo encuentran por ningún lado? ¿Cómo es posible que haya dos visiones tan opuestas, tan irreconciliables?

Espero no equivocarme demasiado al decir que, para intelectuales como Monsiváis o Pitol, en México prevalece una injusticia primordial que antecede a nuestra democracia. Durante seis años el PAN se dedicó a ocupar los espacios dejados por sus antecesores y a sellar una alianza con los grandes grupos de poder y con la Iglesia. En este panorama, López Obrador se presentó como el único político decidido a terminar con este estado de cosas. El sostén que numerosos intelectuales ofrecen al candidato del PRD no es irracional ni emotivo, y no debe ser descalificado sin más. Se funda en una realidad histórica innegable y en la convicción legítima de que la situación de los más pobres no cambiará en absoluto con otro gobierno del PAN.

El gran error de la derecha —y también el de muchos simpatizantes de izquierda— es creer que López Obrador ha enloquecido y que está dispuesto a suicidarse con medidas como la toma de la Ciudad de México. Pero López Obrador no pretende convertirse en un mártir, como afirman algunos, sino que continuará haciendo todo lo que esté en sus manos para llegar al poder, ahora, en estas elecciones, o más adelante.A diferencia de sus adversarios panistas —y en especial del Gobierno federal—, los cuales no parecen tener una idea clara de cómo actuar en estos momentos, López Obrador sabe que su radicalización le hará perder numerosos seguidores, pero confía en que su mensaje maximalista le permitirá conservar a un grupo de fieles dispuestos a seguirlo a cualquier parte.

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