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viernes, julio 28, 2006

POR ESO DEBEMOS DEFENDER EL TRIUNFO DE AMLO.

José Luis Calva.Escribe en el Universal:

Inequidad e ineficiencia.

28 de julio de 2006
Las "reformas estructurales" y "disciplinas macroeconómicas" apegadas a los dogmas del Washington Consensus -aplicadas con singular perseverancia en México desde 1983 hasta el presente- trajeron consigo un grave deterioro de la distribución del ingreso: la participación de los salarios en el Producto Interno Bruto se redujo de 37.1% durante el periodo 1970-1982, a 30.8% del PIB en el periodo 1983-2005. Por eso, los asalariados de México tuvieron una pérdida acumulada de 622 mil 811 millones de dólares (valores constantes de 2005), al cercenarse brutalmente su participación en la riqueza efectivamente generada.

Además, la conversión de México en un enorme laboratorio de experimentación del Washington Consensus, trajo también consigo efectos aún más perniciosos sobre el ingreso y el bienestar de las mayorías nacionales, asociados al pobre y errático crecimiento del producto nacional. La brecha entre el PIB realmente observado (que durante el periodo 1983-2005 apenas creció a una tasa de 2.38% anual) y el PIB susceptible de ser producido de haberse mantenido la operación de economía mexicana en un nivel cercano al pleno empleo, es decir, a un ritmo de crecimiento similar al promedio histórico del periodo 1935-1982 (6.1% anual), alcanza un valor acumulado de 8 billones 095 mil 629 millones de dólares (en valores constantes de 2005) durante el periodo 1983-2005. De ellos, habrían correspondido a los asalariados de México 2 billones 569 mil 336 millones de dólares, bajo un escenario de participación de los salarios en el PIB igual al observado durante 1983-2005. Así, la pérdida de los asalariados por efecto del miserable crecimiento económico resulta considerablemente mayor que la pérdida derivada del empeoramiento de la distribución factorial del ingreso.
En consecuencia, para elevar aceleradamente el nivel de vida de las mayorías nacionales no sólo se requiere mejorar la distribución del ingreso sino, sobre todo, pasar a una estrategia económica realmente eficiente, capaz de generar un crecimiento por lo menos similar al observado durante el vilipendiado modelo económico precedente al neoliberal.

Ahora bien, el miserable desempeño de la economía mexicana durante casi un cuarto de siglo de experimentación neoliberal tiene dos grandes causas. Por una parte, las estrategias macroeconómicas que han provocado los repetidos ciclos de freno y arranque. No hay que olvidarlo: durante casi cuatro sexenios de experimentación neoliberal, las políticas activas de desarrollo económico han sido abandonadas bajo el dogma según el cual la contribución nodal del Estado al crecimiento económico consiste, simplemente, en la creación de un marco de "estabilidad macroeconómica" (entendida estrechamente como inflación decreciente, próxima al nivel inflacionario de Estados Unidos; y finanzas públicas cercanas al equilibrio ingreso-gasto).

El problema consiste en que al desatender las macrovariables reales de la economía y, por tanto, los más relevantes equilibrios macroeconómicos (el crecimiento sostenido del PIB a tasas cercanas a las potenciales y la operación de la economía en un nivel de ocupación próximo al pleno empleo), las estrategias macroeconómicas ortodoxas han provocado los ciclos de freno y arranque.

Los costos económicos y sociales de la volatilidad en el crecimiento del producto nacional y del empleo han sido enormes: la inestabilidad de las macrovariables reales ha traído consigo una elevada subutilización promedio de la capacidad productiva instalada, afectando las utilidades empresariales y la productividad de los factores; ha reducido las tasas medias de crecimiento de la inversión productiva y del empleo en el sector formal de la economía, afectando negativamente la tasa media de crecimiento del PIB, el ingreso de los hogares y el nivel de vida de las mayorías nacionales.

Por otra parte, las "reformas estructurales" apegadas al Washington Consensus (la apertura comercial unilateral, abrupta e indiscriminada, combinada con recurrentes sobrevaluaciones cambiarias y con el desmantelamiento de las políticas activas de fomento en aras del libre accionar de la mano invisible del mercado, etcétera), provocaron la pérdida de eslabones completos de las cadenas productivas, destruidos por el crecimiento vertiginoso del componente importado; eo ipso, generaron una creciente desvinculación entre la economía de mercado interno y un sector exportador que, lejos de ejercer un efecto de arrastre sobre la planta productiva mexicana, transmite sus efectos multiplicadores sobre la producción, la inversión y el empleo fuera del país, tendiendo a convertirse en industria cuasi maquiladora (o, lo que es lo mismo, en una economía de enclave); profundizaron la brecha tecnológica y de productividad entre los distintos sectores y ramas de la economía mexicana, trayendo consigo una escasa generación de empleos en el sector formal de la economía y un creciente desempleo encubierto en el sector informal de la economía (de baja tecnología y productividad); así como un ensanchamiento de las desigualdades en el desarrollo regional y en la distribución del ingreso, con una dramática proliferación de la pobreza.

Es indudable: para encontrar el camino de la prosperidad nacional, se nececita poner punto final al modelo económico neoliberal, que no sólo ha probado su inequidad, sino también su ineficiencia

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