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viernes, agosto 25, 2006

FUERON MAS Y SIGUEN SIENDO MAS LAS RUINDADES.

Gobernar sin Legitimidad.



Escrito por Rafael Loret de Mola
25-08-2006
Desafío


*La Sentencia de Don Luis.
*Los Baldones del Sexenio.


Carlos Salinas, tras la usurpación de 1988, se propuso, como objetivo central, combatir el estigma de la ilegitimidad con una mayor atención a la conflictiva social. Más paternalismo, menos democracia. Las condiciones políticas de la época, fundamentadas en una gradual asunción de la oposición, llevaron a Don Luis Héctor Álvarez, uno de los dirigentes emblemáticos de Acción Nacional, a exclamar:
-Debemos aprender a ser gobierno en parte...

Desde luego, los barruntos de tormenta se disiparon por varias razones, además de lo apuntado líneas arriba, sobre todo gracias a la prudencia de Cuauhtémoc Cárdenas quien bien sabía que una confrontación frontal contra el establishment era, en aquellos días, un suicidio. De hecho, a diferencia de las expectativas que rigieron la campaña electoral de 2006, el ingeniero Cárdenas no estaba preparado para ganar sino para avanzar a través de los hilos conductores de una nueva moral política. Los resultados finales le sorprendieron lo mismo que a los del bando oficial encabezado por el oscuro, si bien maniobrero, Miguel de la Madrid.

La hipótesis de la legitimidad debió fundamentarse, a partir del fraude monumental, en la acreditación de las banderas comunitarias para sostener que la democracia no empezaba ni terminaba en las urnas sino debía exaltarse con el cumplimiento cabal de las demandas generales. Una joya más en la corona del presidencialismo anclado a la democracia “interpretativa” cargada, por supuesto, de lugares comunes.

Es necesario subrayar que la fuerza del presidente en funciones, igual ayer y hoy, se centra en la capacidad operativa del mismo y en el ejercicio de los controles torales, amen, claro, de la amalgama de las distintas líneas del poder real. Cuando no se aglutina, peor aún en una sociedad plural por esencia, no es posible gobernar en términos de eficacia y equilibrio, elementos fundamentales para regir a un conglomerado con grandes diferencias de clase y enormes distancias presupuestarias.

La apuesta de Salinas, con el estímulo de sus brillantes academias en Harvard, fue en el sentido de privilegiar a los dueños de los grandes capitales para multiplicar las oportunidades de trabajo y aliviar a la clase trabajadora del agobio de los insatisfactores. Por ello, claro, fue posible superar los barruntos de tormenta aun cuando algunas regiones del país, como Michoacán, se convulsionaran por cuenta del denso proceso de maduración política.

Es obvio que para alcanzar el objetivo, el mandatario usurpador contó con la fuerza institucional y el poder político que mantenía, en buena medida, las rectorías financieras y era superior al poder económico que requería, sobre todo, de estabilidad social como garantía para las inversiones a futuro. Salinas, en estos términos, pudo incluso renegociar, exitosamente, la deuda externa hasta el punto de poder sobrellevarla sin riesgos severos de estancamiento. Tal fue lo que dio en llamarse “el segundo milagro mexicano”.

Luego, como sabemos, vendrían los costos. A final de cuentas, el pandillerismo político rudimentario se impuso hasta confluir a la barbarie y los consiguientes magnicidios de 1993 y 1994 en pleno forcejeo de fuerzas. El asesinato de Colosio, sin duda, fue el factor que posibilitó a los grandes intereses dominantes reacomodarse para habilitar, seis años más tarde, la asunción de la derecha y la primera alternancia. Terrible factura, desde luego.

Debate
Si el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal (Trife) califica los comicios federales recientes y designa a Felipe Calderón “presidente electo”, la perspectiva para éste será, claro, muy distinta a la que confrontó Salinas aun cuando buena parte de la población, salvo quienes votaron por él, le señale como ilegítimo por efecto de los evidentes desaseos del proceso, la pertinaz guerra sucia desde la cúpula del poder central y los traspiés malintencionados en los distintos cómputos.

Las instituciones electorales, aun cuando cuenten con candados férreos contra la alquimia proverbial, tampoco son inmaculadas per se como pretenden sus defensores.

Calderón, a diferencia de Salinas, no contará con los controles del sistema. Es obvio que el paulatino desgaste de la figura presidencial, vista ahora como fuente invaluable de sketchs cómicos, trajo consigo el pleno dominio, sin contrapeso alguno, del poder económico que señala derroteros, maniobra políticamente e incluso induce voluntades de acuerdo a sus propios cálculos. Por allí, por ejemplo, se filtró una rotunda aseveración de alguno de los más notables dirigentes patronales:
-Es menos costoso para el país –dijo- tener a López seis meses en la calle y no seis años en la Presidencia.

Tales son los mercados a futuro de quienes mueven los hilos en el presente y, por supuesto, se presentan sólo como altruistas defensores de los valores generales, como la democracia cortada ad hoc de los horizontes del apretado grupo de prohombres con caudales.

No por otra cosa durante la administración del señor Fox se agudizaron los extremos entre los concentradores de riqueza –con varios multimillonarios mexicanos en la cúspide de las mayores fortunas del planeta, incluyendo al tercer lugar-, y quienes dependen de los empeños cotidianos cada vez más devaluados para posibilitar con ello más amplios márgenes de ganancia.

Si de algo sirvió la caricaturizada cruzada del doctor Simi durante dos años de arengas masivas fue para subrayar los réditos que se obtienen de la industria farmacéutica de tal monto que, aun cuando se trata de empresas destinadas al “ahorro” porque señalan precios bajos a los medicamentos, alcanzan para financiar una ostentosa campaña presidencial sin necesidad de las prebendas oficiales concentradas en los partidos con registro. Sólo falta que la política se libre sólo entre quienes cuenten con potencial económico suficiente.

El Reto
El desgaste de la institución presidencial, vencida también por la soberbia -¿puede negarse a estas alturas la injerencia amoral del señor Fox en la vida interna de todos los partidos políticos?-, se aúna a los controles multinacionales que fueron determinantes durante el proceso electoral. Con Calderón, y acaso igual con López Obrador –quien tendría que pagar otro tipo de facturas-, la presidencia pasaría a ser una especie de gerencia encargada de las tareas sucias, esto es de las políticas, bajo los siete candados de la ingobernabilidad. ¿Es ésta una perspectiva sana?

Tal realidad, por supuesto, se separa del antecedente insano de 1988 cuando no se dio, pese a las evidencias de fraude, una polarización tan severa ni el resultado fue confluencia, como ahora, de una elección de clases con pronunciados acentos de intolerancia. Por eso, a casi dos meses de los comicios federales, no es posible todavía disipar los negros nubarrones que oscurecen la vida nacional.

Al contrario, como pudo observarse en Chiapas, los vicios se acrecientan.

La Anécdota
¿Cómo será recordado el sexenio foxista? Dirán algunos que por los maratones carreteros, los programas de vivienda –sin duda positivos- y hasta por las reservas récord de divisas que no sirvieron para amortizar la asfixiante deuda interna del país superior ya a los 200 mil millones de dólares, esto es dos tantos y medio más a la deuda externa que legó José López Portillo en 1982.

Otros, en cambio, apuntarán hacia los escándalos:
1.- Dentro de la familia feliz, la del PAN, cuanto toca a los Bribiesca Sahagún y al caso Hildebrando, el cuñado incómodo de Calderón, de relevante aportación electoral.
2.- En la esfera del PRI, las grotescas operaciones de Arturo Montiel quien, soslayando su larga cola, optó por la candidatura presidencial acaso intentando con ello burlar el juicio de la historia.
3.- Y a la vera del PRD, los vídeos lacerantes que tomaron con las manos en la masa a algunos de los operadores principales de López Obrador, con René Bejarano a la cabeza y Carlos Ahumada en calidad de fiel de la balanza.
Fueron más las ruindades, en todos los niveles y espacios, que las aportaciones.

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