El Juicio de la Historia
Ciertamente la historia mexicana es cíclica…
Después de la caída de Puebla (1863) el ejército mexicano se dispersó. El presidente Juarez se tuvo que ir a refugiarse al norte, seguido de cerca por las columnas francesas. Los traidores emergieron al por mayor. Varios gobernadores, entre ellos Santiago Vidaurri al cual los PANistas quiere levantar una estatua en Nuevo León, traicionaron a la republica y se unieron a las filas del principito extranjero que los conservadores y la iglesia le habían endilgado a México.
Juárez salio de la capital no sin que antes el congreso depositara en el “todos los poderes”. Tenia mando absoluto otorgado por el congreso de la unión ante la situación extrema en que se encontraba la republica. Al no poder convocarse a elecciones, Juárez tuvo que extender su mandato.
Uno de los generales juaristas, Jesús González Ortega, empezó a vacilar en sus lealtades. Tenia el puesto nominal de ministro-presidente de la suprema corte. Aducía que al terminar el mandato de Juarez él tenia que asumir la presidencia.
Cierto, Chucho (G.) Ortega se había portado bizarro el 5 de mayo y luego durante el sitio. Y cierto, tenia su sequito de seguidores. Pues bien, Chucho (G.) Ortega empezó a sugerir que tal vez era “la hora de negociar”, que seguir en la resistencia seria inútil pues “se perdería el apoyo del pueblo…”.
La respuesta del zapoteco fue contundente. Negociar seria traición. La resistencia seguiría, a costa de lo que fuera. La republica se defendería como se pudiera, con lo que se pudiera, hasta donde se pudiera, sin medir las consecuencias en sangre, sudor, o lagrimas.
Bien se escribio en una estrofa olvidada de nuestro himno nacional:
Antes, patria, que inermes tu hijos
Bajo el yugo su cuello dobleguen
Tus campiñas con sangre se rieguen
Sobre la sangre se estampe su pie.
Y tus templos, palacios y torres
Se derrumben con hórrido estruendo,
Y sus ruinas existan diciendo:
De mil héroes la patria aquí fué.
Los otros generales juaristas, a pesar de estar en condiciones francamente desesperadas, de inmediato se alinearon detrás del presidente. El mensaje de Chucho (G.) Ortega de claudicar, “negociar”, de redirse les era insultante a estos hombres de hierro.
Entre los generales que apoyaron al zapoteco estaban Porfirio Díaz (el buitre viejo de los Flores Magón alguna vez fue aguila) en el sur, Riva Palacio en el centro, el chinaco Escobedo en el norte, y muchos otros cabecillas que resistían en forma terca, desesperada, sin medios, al ejercito extranjero y sus aliados conservadores. Chucho (G.) Ortega, en vista de que no había apoyo y solo había recibido repudio y lo querían linchar, se fue huyendo a gringolandia.
Poco antes de la llegada de Maximiliano a la ciudad de México, este mandó una carta al zapoteco, invitándolo a que se iniciaran las negociaciones. El austriaco aseguraba que hablando los dos frente a frente podría encontrar un arreglo. Ciertamente a Juárez le podrían dar un hueso, le sugeria Carlota, que se yo, Max, mon cheri, dádsela de gran chambelán del palacio (conserje) con todo y una sombrero con una plumota. Esta es la respuesta del zapoteco:
Usted me ha dirigido una carta confidencial fechada el 2 del presente desde la fragata Novara. La cortesía me obliga a darle una respuesta, aunque no me haya sido posible meditarla, pues como usted comprenderá, el delicado e importante cargo de presidente de la República absorbe todo mi tiempo sin descansar ni aun por las noches.
El filibusterismo francés ha puesto en peligro nuestra nacionalidad y yo, que por mis principios y mis juramentos he sido llamado a sostener la integridad de la nación, su soberanía e independencia, he tenido que multiplicar mis esfuerzos para responder al sagrado depósito que la nación, en ejercicio de sus facultades soberanas, me ha confiado. Sin embargo, me he propuesto contestar aunque sea brevemente los puntos más importantes de su misiva.
Usted me dice que "abandonando la sucesión de un trono en Europa, su familia, sus amigos y sus propiedades y, lo que es más querido para un hombre, la patria, usted y su esposa doña Carlota han venido a estas lejanas y desconocidas tierras obedeciendo solamente al llamado espontáneo de la nación, que cifra en usted la felicidad de su futuro". Realmente admiro su generosidad, pero por otra parte me ha sorprendido grandemente encontrar en su carta la frase "llamado espontáneo", pues ya había visto antes que cuando los traidores de mi país se presentaron por su cuenta en Miramar a ofrecer a usted la corona de México, con las adhesiones de nueve o 10 pueblos de la nación, usted vio en todo esto una ridícula farsa indigna de que un hombre honesto y honrado la tomara en cuenta. En respuesta a esta absurda petición, contestó usted pidiendo la expresión libre de la voluntad nacional por medio de un sufragio universal. Esto era imposible, pero era la respuesta de un hombre honorable.
Ahora cuán grande es mi asombro al verlo llegar al territorio mexicano sin que ninguna de las condiciones demandadas hayan sido cumplidas y aceptar la misma farsa de los traidores, adoptar su lenguaje, condecorar y tomar a su servicio a bandidos como Márquez y Herrán y rodear a su persona de esta peligrosa clase de la sociedad mexicana. Francamente hablando me siento muy decepcionado, pues creí y esperé que usted sería una de esas organizaciones puras que la ambición no puede corromper.
Usted me invita cordialmente a la ciudad de México, a donde usted se dirige, para que tengamos una conferencia junto con otros jefes mexicanos que se encuentran actualmente en armas, prometiéndonos todas las fuerzas necesarias para que nos escolten en nuestro viaje, empeñando su palabra de honor, su fe pública y su honor, como garantía de nuestra seguridad.
Me es imposible, señor, acudir a este llamado. Mis ocupaciones oficiales no me lo permitirán. Pero si, en el ejercicio de mis funciones públicas, pudiera yo aceptar semejante invitación, no sería suficiente garantía la fe pública, la palabra y el honor de un agente de Napoleón, de un hombre cuya seguridad se encuentra en las manos de los traidores y de un hombre que representa en este momento, la causa de uno de los signatarios del Tratado de la Soledad. Aquí, en América, sabemos demasiado bien el valor que tiene esa fe pública, esa palabra y ese honor, tanto como sabe el pueblo francés lo que valen los juramentos y las promesas de Napoleón.
Me dice usted que no duda que de esta conferencia —en caso de que yo la aceptara— resultará la paz y la felicidad de la nación mexicana y que el futuro Imperio me reservará un puesto distinguido y que se contará con el auxilio de mi talento y de mi patriotismo.
Ciertamente, señor, la historia de nuestros tiempos registra el nombre de grandes traidores que han violado sus juramentos, su palabra y sus promesas; han traicionado a su propio partido, a sus principios, a sus antecedentes y a todo lo que es más sagrado para un hombre de honor y, en todos estos casos,el traidor ha sido guiado por una vil ambición de poder y por el miserable deseo de satisfacer sus propias pasiones y aun sus propios vicios, pero el encargado actual de la presidencia de la República salió de las masas oscuras del pueblo, sucumbirá, si es éste el deseo de la Providencia, cumpliendo su deber hasta el final, correspondiendo a la esperanza de la nación que preside y satisfaciendo los dictados de su propia conciencia.
Tengo que concluir por falta de tiempo, pero agregaré una última observación. Es dado al hombre, algunas veces, atacar los derechos de los otros, apoderarse de sus bienes, amenazar la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer que las más altas virtudes parezcan crímenes y a sus propios vicios darles el lustre de la verdadera virtud.
Pero existe una cosa que no puede alcanzar ni la falsedad ni la perfidia y que es la tremenda sentencia de la historia. Ella nos juzgará.
¿Qué diría el PANista traidor a la patria de Héctor Larios de esta respuesta? ¿Diria acaso que Juárez era un terco, un ambicioso, empecinado en dividir a la nación? ¿El enano encontraría “ridículo” seguir defendiendo casi sin medios a la patria? ¿Los medios acusarían a Juárez de ser intransigente? ¿Se acuerdan los chuchos de cómo Chucho (G.) Ortega fue repudiado por los defensores de la nación en aquellos años? ¿Se acordaran estos imbeciles PANistas que a la larga Juárez triunfo, por terco, si, y que su principito sifilítico y sus traidores acabaron en el cerro de las campanas? ¿Se acuerdan de también fueron fusilados el gobernador traidor Vidaurri y otros seguidores de Chucho (G.) Ortega que quisieron negociar y recibieron hueso del imperio?
Sugiero que esta carta se lea en sus brigadas, renegados, y en sus actos. Ilustra lo que don Guillermo Prieto llamó “las horas doradas de la republica”, cuando los hijos de esta anteponen vida, patrimonio, todo, con tal de defenderla sin importar las consecuencias. Estamos viviendo esas horas doradas otra vez y ustedes tienen el gran honor de demostrar que los mexicanos están a la altura de sus ancestros.
El movimiento ya ha tenido muchas victorias importantes. (1) Existe. Eso ya es una victoria, a pesar de tener en contra todo, y está cada vez mas organizado. (2) Mandó al carajo a los traidores que se querían apoderar del perdere: los chuchos. (3) Detuvo la propuesta del enano de pasar la entrega –por fast track-- a los extranjeros.
O sea, ¡el movimiento tiene a estos pendejos en las cuerdas! ¿Por qué chingaos renunciar a sus victorias? ¿A cambio de que? ¿Espejitos de debates patito que no se efectúan en horario estelar y con el tiempo requerido? (La nación, hay que recordar, es dueña no solo del subsuelo sino que también concesiona a Taravisa el uso de las frecuencias televisivas. Si a la nación se le hincha ver el debate en horario estelar, lo que opine Taravisa, un concesionario, vale wilson.) No, no es la hora de capitular o oír a los traidores y arriar banderas.
Carajos, ¡ninguna victoria del movimiento se hizo “negociando”! Las veces que los chuchos han “negociado” ¿que ha resultado? Pues el gasolinazo, la ley GESTAPO, la deforma fiscal, la entrada del enano a dar su informe, etc., etc. ¿Todavía quieren seguir “negociando” bola de pendejos?
No, las victorias del movimiento se han hecho nomás por huevos, por ovarios, por tener fe en la justicia de nuestra causa, por ser tan tercos como el zapoteco. Sepan que ahora les toca a ustedes desempeñarse como los guerrilleros chinacos de antaño.
Y no, no estoy sugiriendo poner palomones a lo pendejo como hace el CISEN para espantar. A lo que me refiero es a que sigan volanteando, hablándole al pueblo, dejándole saber como el enano y su mujercito gachupin les quieren robar su patrimonio. Cada que le hablan a sus vecinos, compañeros de escuela, paisanos, y les proporcionan información y los ilustran, le están dando una patada en el culo a estos traidores.
¡No cejen! ¡Sean tan tercos e indómitos como los chinacos! Lo que digan los medios y otras mierdas valen madre. Como Juárez dijo: “…pero existe una cosa que no puede alcanzar ni la falsedad ni la perfidia y que es la tremenda sentencia de la historia. ¡Ella nos juzgará!”