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miércoles, julio 12, 2006

TENEMOS QUE IMPEDIR LA VENTA DE LOS BIENES NACIONALES.

Luis Linares Zapata escribe en la Jornada:

Acuerdo o imposición.

Sobre la injusta realidad clasista de México, con su perfil hasta territorialmente escindido, el resultado electoral puede trasformarse en un polvorín reactivo que abra, aún más, tan delicada herida. Pocos entienden lo que un proceso de lucha por el poder puede ocasionar cuando lo penetran rasgos distintivos complicados, tales como los que acompañaron al proceso de competencia, desde sus tanteos iniciales hasta los que emergieron de las urnas el 2 de julio pasado.

Al escaso margen de diferencia entre los dos punteros, situación poco envidiable, le siguen las innumerables y extrañas injerencias, las inconsistencias o las mismas ilegalidades que lo enmarcaron antes y después de los votos. Las heridas que la contienda dejó en el cuerpo social bien pueden convertirse en llagas y entrar en acelerada descomposición. Hará falta un delicado tratamiento que aleje los arrestos de imposición que ya se empiezan a notar desde la derecha.

Mientras, allá abajo, en lo íntimo de las maceradas entrañas de millones de excluidos, parece que ha recalado por estos tiempos electorales una afrenta adicional. Confiaban en la llegada, por fin, de una oportunidad que los redimiera y no la quieren ver alejarse con premura inusitada. Para esa otra extensa, desdibujada, franja de mexicanos que otean con angustia el futuro -junto al de sus descendientes y mayores- se les advierte que no habrá, al menos por ahora, mañana apetecible.

Y esos ciudadanos que, a pesar de su relativa comodidad, buscan mejores espacios donde desarrollarse, sentirán la mordedura de un cambio que se les esfuma entre los dedos y el deseo de un México independiente. Juntos, todos ellos, suman millones y están agraviados. No por la simple pérdida, consecuencia inevitable de la competencia democrática, sino por las brumas y trampas con que ésta se ha encubierto. Aun así, hay todavía un tramo adicional por recorrer, el de los tribunales. Y éstos tendrán la última e inapelable palabra.

Pero no será una ruta fácil de transitar. Los líderes de aquellos que han optado por la continuidad (que también son millones) tratan, con todos los medios a su alcance, de solidificar, con el paso de los días, la densidad del hecho consumado. Al no poder alegar en su favor algo ilegal (porque simplemente no lo es) de la ruta escogida por la coalición Por el Bien de Todos, están echando mano de múltiples recursos, muchos de ellos, cuando menos, desaseados.

Han montado, con el auxilio del ínclito canciller, toda una ofensiva diplomática de reconocimientos al vapor. Como en los viejos tiempos de las inseguridades infantiles, recurren ahora a forzados espaldarazos de potencias foráneas. También buscan, con negociaciones a trasmano, que los gobernadores priístas, siempre prestos a tales enjuagues, levanten, obsequiosos, la mano del ganador. Lo que le suceda a su propio partido poco importa. La terrible hecatombe sufrida en las urnas los tiene sin cuidado. Ellos piensan más hacia delante, más hacia sus poquiteros intereses. Allá si sus correligionarios, en especial los que fueron elegidos legisladores, les permiten sus torpes maniobras.

La derecha ha desatado, como estrategia central, un linchamiento mediático de imprevisibles consecuencias. Para los pocos rostros que acaparan las bocinas electrónicas, López Obrador, partido y seguidores, se han trasmutado en el monstruo que por fin muestra su perfil siniestro: violento, incongruente, destructor de instituciones, reo de ilegalidades varias, mesiánico, populista y antidemocrático. Los urgen a aceptar su derrota.

Les arguyen enfrente los cientos de miles de mexicanos que llevaron a cabo la elección, su incontestable honorabilidad; los miles de millones de pesos que han costado las campañas; la impecable organización del IFE. Hasta el prestigio machacado del país sale a relucir de nueva cuenta. Y todo porque se quiere defender lo que juzgan, junto con sus muchos millones de personas, una victoria en las urnas.

Para cimentar lo cual se recurre a las instituciones que la ley ha creado. Justo esas leyes e instituciones que son el fruto, que existen, están ahí, porque la izquierda ayudó, a veces a costa de su misma sangre, a levantar. Se ha querido exiliar, para siempre, la plaga del autoritarismo, la concentración del poder y los bienes en las manos de unos cuantos.

Para introducir balances, para auxiliarse en la lucha contra tan poderoso adversario, AMLO sabe que tiene que apoyarse en su extensa y sólida base popular. López Obrador requiere apelar a la conciencia de los que luchan contra la injusticia rampante, por afianzar su condición de ciudadanos. Ya dio una prueba en la masiva respuesta obtenida el sábado pasado en el Zócalo capitalino.

Tendrá que mostrar, de nueva cuenta, el multiforme cuerpo de una muchedumbre abrumadora para hacerse oír por los jueces, por el factor externo, por los de arriba, por los demás, aun por aquellos que quieren negarle derechos a diestra y siniestra. Después del veredicto de los magistrados del TEPJF, si es contrario, no queda más que la prolongada construcción de un movimiento popular de oposición. Uno que sea capaz de impedir la venta de los bienes nacionales, conseguir mejores condiciones de vida para los de abajo y la apertura de horizontes para los demás.

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