República dividida
Bajaron del camión que los transportó a la capital enteleridos de frío. Muy de madrugada habían dejado sus lluviosas pero cálidas playas de la costa del Pacífico para no perderse la protesta de AMLO como presidente legítimo de México. Una familia se movía con presurosa decisión por las calles aledañas a la Plaza de la Constitución portando sus nuevas banderas blancas con su águila abierta de alas en el centro. El rumbo que avizoraba el grupo era preciso: el corazón mismo de esta República. No se oían gritos ni consignas organizadas, las gargantas se resguardaban para después. La muchedumbre se movía con la celeridad que el frío de la tarde obligaba. Lirones de la intensa bruma que envolvía a la ciudad desde días anteriores se negaban a rendirse ante la fricción que producían las pisadas de miles de protestantes que acudían, una vez más, a manifestar, con su casi heroica presencia, el malestar por el atropello a su voluntad ciudadana.
Los contingentes de militantes del PRD capitalino eran, también, distinguibles. Rostros morenos, recios, curtidos por las inclemencias de una vida dura, lucían orgullosos sus estandartes partidarios. Otras mujeres, apenas con unos cuantos algodones tejidos encima de sus cuerpos, soportaban los rigores de una temperatura inusual para un 20 de noviembre, también impar: se instauraba lo que sería, a partir de ese momento, el gobierno itinerante surgido de la convención nacional democrática.
Y, como un rotundo mentís a los presagios interesados de los muchos, muchísimos detractores de lo que sucedía, de ataques a sus promotores y, sobre todo, a su personaje estelar y a los que le acompañarán, como su gabinete de gobierno, en esta aventura constructiva y de protesta, cientos de miles de mexicanos se congregaron en apeñuscados pelotones de apoyo para testificar, de cuerpo entero y con notable entusiasmo, sus convicciones.
Sin tomarlos en cuenta, sin el mínimo respeto a sus humanidades ni manera de pensar, los críticos incrustados en el sistema, los agoreros del fracaso de éstos y otros millones más de los que califican irredentos seguidores de AMLO, atosigaron con altisonantes opiniones las ondas de radio. Al amanecer de ayer martes, estos mismos personajes y otros adicionales denostadores se explayaron, con enérgicos ensayos, en multitud de páginas de los diarios locales, nacionales y extranjeros. Otros, solapados y groseros, aprovechan la oportunidad para, de nueva cuenta, proyectar sobre la izquierda, sobre López Obrador, sobre todo aquel que ose oírlo siquiera, sus más recónditas frustraciones, sus muchas limitantes personales disfrazadas de alegatos condenatorios.
Un apabullante vocinglerío de objeciones al derrotero iniciado por AMLO, de terminales sentencias por los peligros y riesgos que ha destapado por su alocado proceder, se levantó de inmediato por todos los rincones de esta exhausta república que todavía subsiste a pesar del despojo que padece a manos de la elite depredadora que lo dirige. La hendidura en el cuerpo de la nación se hizo presente con ferocidad desconocida, que sólo una tarea política reivindicadora podrá mitigar y conducir a puerto.
¿Cuál es el sentido aparente y el profundo de esta toma de protesta? ¿Por qué la división entre el mundo oficial, el alegado "institucional" y el que se ha levantado a sí mismo enfrente de lo que aprecia y resiente como una acelerada descomposición del Estado de derecho? ¿Cuál es el real estado de salud de esta república escindida? ¿En verdad está en riesgo la paz pública y, con ella, el bienestar popular y la soberanía de México? ¿O ya desde hace rato se le viene conduciendo sobre el filo de la navaja? ¿Qué papel juegan en este deterioro claro, evidente, monstruoso, los poderes fácticos que trampearon las elecciones y atropellaron la incipiente democracia? Estas y otras muchas preguntas más se comienzan a formular con la intención urgente de encontrar sus adecuadas respuestas.
Lo cierto es que, en esa ceremonia a descampado, ante miles de hombres y mujeres congregados por su plena voluntad, se escurre y va penetrando un sentimiento de encuentro con el presente, con el tumultuario pasado de vejámenes, de carencias, y con el deseo de no renunciar a un futuro propio que hoy se le niega, con áspero desprecio, a millones de compatriotas.
Un encuentro buscado por un líder con afán, con sagacidad de político avezado. Un presidente con facultades y la ruta encomendada por una parcela sustantiva del pueblo. Con esa parcela popular que entona una peculiar historia tejida en las propias calles, que se destila en el análisis comprometido, pero que fermenta en las conciencias de los ciudadanos, se prepara un puñado de militantes a dar la pelea por un México más justo, por ensanchar el patrimonio remanente. Historia que se irá desgranando en los tiempos, en los perentorios tiempos que aún se tienen disponibles para rectificar, para reparar los daños ocasionados por una clase dirigente rapaz, ambiciosa y entreguista que aspira a una continuidad salerosa, fácil, sin sobresaltos ni costos que pagar.
Nada será gratuito ni vendrá por la propia sucesión inevitable de las horas y los años, sino con tesón y el concurso de aquellos que quieran participar en la edificación que se inicia.
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