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sábado, enero 20, 2007

¿ESO QUERÍAS, RENÉ?.

REFORMA.
René Delgado.

¿Gobierno sin partido?.

Lentamente se configura un absurdo: el partido en el gobierno no apoya a su gobierno o, si se quiere, la dirección del partido no apoya a la jefatura del gobierno.

Las reiteradas señales de Manuel Espino a Felipe Calderón no se prestan ya a equívocos, son claras y precisas: el dominio y el control del partido es territorio exclusivo de la dirección del partido, nada en él tiene que ver el gobierno.

Y no deja de ser absurdo que, en una situación tan complicada como la que afronta la Presidencia de la República, el margen de maniobra de Felipe Calderón se reduzca porque su propio partido le pone piedras en el camino.

Los desplantes, los desaires y las bravatas de Manuel Espino hacia Felipe Calderón ya no son una simple esgrima verbal, constituyen operaciones hostiles que, de continuar, terminarán por confrontar al gobierno con su partido.

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Desde la precampaña comenzó el problema. La dirección del partido quedó en manos de una corriente contraria a Felipe Calderón. Parte del mérito de Calderón fue ganar la candidatura a pesar de la dirección del partido. Elevado a concepto, se decía que la doctrina había triunfado sobre el pragmatismo, que la militancia había derrotado a los arribistas de la cúpula panista.

La ética política obligaba la renuncia de la dirección del partido para dejar que el equipo del candidato tomara las riendas de la estructura partidista, pero no fue así. Prácticamente, a un solo hombre logró colocar Felipe Calderón en la dirección del partido, y en condición de secretario general adjunto. A César Nava le tocó operar en territorio comanche y más de una vez se vio rodeado por el equipo de Manuel Espino.

A lo largo de la campaña para nadie fue un secreto la distancia que Manuel Espino guardaba. No aparecía argumentando que cumplía con otras tareas partidistas, pero la falta de armonía entre la dirección del partido y el equipo de campaña era inocultable.

Luego, vino el complicado triunfo de Felipe Calderón y aquella relación se complicó más todavía. El abrazo de Felipe y Manuel al momento en que el Tribunal emitió la declaratoria del triunfo, a más de uno hizo sentir frío. La evidencia de esa ríspida relación tuvo registro después, en el mitin de la plaza de toros, donde Espino pretendió en cierto modo leerle la cartilla al Presidente electo.

Luego, vino un agregado todavía más delicado. A nadie paso por alto que Felipe Calderón se quedó sin operadores panistas en el Congreso de la Unión. Fuese porque la difícil circunstancia política distrajo de su atención la necesidad de incidir en la coordinación parlamentaria albiazul, el resultado fue claro: Calderón se quedó sin coordinadores de su confianza en el Senado y en la Cámara de Diputados.

Ni a Santiago Creel ni a Héctor Larios se les tiene como cuadros calderonistas dispuestos a darle tersura a la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo.

Más tarde tuvo registro una nueva expresión del problema. La denuncia de Manuel Espino, señalando que desde el equipo del Presidente electo se torpedeaba su candidatura al liderazgo de los democristianos del continente quedó en letra de molde.

Juan Camilo Mouriño, el hombre más cercano a Felipe Calderón, tuvo que firmar una carta dando el respaldo a la candidatura de Manuel Espino para encabezar la ODCA.A ese capítulo se agregaron las presiones de la dirección del partido y del foxismo para obtener posiciones en el gabinete. Más de una secretaría de Estado pasó a encabezarla tal o cual personaje, no porque su perfil diera para el puesto, sino simple y sencillamente porque el partido obligaba a colocarlo en esa posición.

El gobierno pasó a sufrir lo que la dirección del partido disfrutaba.La distancia entre el gobierno y el partido fue haciéndose cada vez más obvia y cada vez más grande.

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Si esa colección de datos permitía advertir esa dificultad extra en el margen de maniobra del presidente Felipe Calderón, ahora la recomposición del Comité Ejecutivo Nacional del PAN y la reaparición pública de Vicente Fox señala claramente que, en un descuido, la relación partido-gobierno podría encarrilarse en la vía de choque.

Si la reestructuración de la dirección del partido daba oportunidad para replantear los términos de esa relación, pasó a convertirse precisamente en lo contrario: en la oportunidad de subrayarle a Felipe Calderón que ni intente meter las manos en el partido.

Los nombramientos de los ex secretarios Carlos Abascal, Luis Ernesto Derbez y Francisco Salazar son todo un desafío al presidente de la República. El dirigente del partido, Manuel Espino, terminó por nombrarle un gabinete de sombra al gobierno. Resultó más confrontacionista Manuel Espino que el mismísimo Andrés Manuel López Obrador.(juar,juar,juar)

En el ámbito de la política interior y de la política exterior, así como en la acción de gobierno, Espino le nombró tres fiscales a Felipe Calderón y, de paso, dejó sentir la idea de lanzar a Vicente Fox al liderazgo de la Internacional Democristiana. Nomás.

Resulta así que quienes dejaron un tiradero de problemas al gobierno, son quienes van a fiscalizar la actuación de Felipe. Dicho simplonamente, los padrinos de las crisis provocadas en Oaxaca, Cuba-Venezuela y Pasta de Conchos, van a cuidar los pasos de Calderón.

Desde el gobierno, los calderonistas deberían prestar mucho mayor atención a lo que está ocurriendo en la dirección de su propio partido: la señal enviada por Manuel Espino deja oír tambores de guerra. Y es que el absurdo mayor no puede ser: Felipe Calderón sí tuvo que darle entrada en el gobierno a la corriente que controla el partido (ejemplo de ello, la muy sensible actuación de Eduardo Sojo frente al problema de la tortilla), pero esa corriente panista ya le negó la entrada a Felipe en el partido. Vaya absurdo.

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Apelar a los usos y costumbres políticos para que Vicente Fox reconsidere su actitud como ex presidente de la República es una inocentada, el ex mandatario nunca ha dejado ver la sensatez como uno de sus atributos ni la discreción como una de sus virtudes.Se sabía de la dificultad que le acarrearía el dejar la escena pública, la falta de micrófonos y luces lo desquicia.

Lo desquicia tanto que él, tan reticente a leer libros y periódicos, tan contrario a la idea de considerar al "círculo rojo", resulta que ahora quiere tener un centro de estudios, dar conferencias y encabezar una corriente político-ideológica mundial.

Nada tan distante de Vicente Fox como la reflexión, los libros, las ideas y el pensamiento político. Pues bien, Fox quiere reaparecer en la escena como el gran pensador mexicano.El daño provocado por Fox a la consolidación de la democracia mexicana está hecho pero no se puede aceptar que, ahora, venga a meter todavía más ruido, cuando el nuevo gobierno ni siquiera se ha consolidado en el ejercicio del poder.

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La militancia panista tiene que actuar si no quiere ver convertido Acción Nacional en la peor sucursal del priismo de los años sesenta. Hacia mayo vendrá la renovación del Consejo Nacional del PAN, ahí se verá por qué sendero retoma el camino ese partido, o bien, por qué brecha se dirige al desfiladero.

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