Esta es una crónica del grito publicada en el Milenio, lo que indica que ni los medios que han apoyado al espurio pueden ocultar lo evidente, el repudio al pelele.
Crónica:
Anoche pejistas y calderonistas sostuvieron durante toda la tarde una batalla por el control de la plaza. Fue el Grito de un México dividido.
16-Septiembre-07
Y este 15 de septiembre los políticos trasladaron sus disputas a la Plaza de la Constitución, donde tuvo lugar una guerra por el Grito, una conflagración por controlar los sonidos y los espacios, una escaramuza metro a metro entre pejistas y presidencialistas que tuvo distintos frentes de batalla…
La seguridad. El Estado Mayor Presidencial (EMP) ocupó una cuarta parte de la plaza, a partir de Palacio Nacional. Cientos de soldados vestidos de civil hicieron suyos alrededor de 100 metros del lugar, desde las puertas de Palacio hacia el centro de la plaza. Nunca la gente que acude año tras año a festejar estuvo tan lejos de la fachada del edificio virreinal.
Adicionalmente, el EMP colocó arcos detectores de metales en todos los accesos a la plaza, y encendió 20 poderosos reflectores en el techo de Palacio Nacional: tal como ocurre en películas gringas, donde las escenas transcurren en cárceles, los reflectores recorrían una y otra vez los edificios de la plaza, sus ventanas y azoteas, al igual que a la muchedumbre, como si se tratara de los bodegones y el patio de una inmensa prisión, la prisión del Zócalo, del Zócalo aprisionado por las luchas de los políticos.
El sonido. La Presidencia puso un enorme escenario a un costado de Palacio Nacional. Ahí, bajo un gran escudo nacional, varios bandas musicales tocaban. Del otro lado de la plaza el gobierno capitalino hizo lo propio en otros dos escenarios bajo el escudo juarista (elaborado con foquitos) que usa AMLO. Si los pejistas pusieron cuatro gigantescas grúas con grandes bocinas de sonido, los presidencialistas colocaron siete. El resultado, una ensordecedora refriega de sonido donde los ritmos musicales chocaban en un ambiente de ruido incesante. Una batalla de locura auditiva producto del machismo político de unos y otros. La escena también era fílmica: como en las películas de Vietnam, cuando los gringos ponían música perturbadora para enloquecer a sus contrincantes.
* * *
Rosario Ibarra de Piedra daba “el Grito de los libres”. Gritaba “vivas” al presidente legítimo y “mueras” al “espurio”. Pero la sorpresa ocurrió unos instantes después, cuando Jesusa Rodríguez tomó el micrófono y preguntó: “¿Nos vamos o nos quedamos?” La enorme mayoría votó a mano alzada por la partida. Y así ocurrió. En media hora la plaza, completamente llena a esa hora en todos sus espacios no ocupados por templetes o por el EMP, se vació a la mitad. Sin embargo, las familias que tradicionalmente acuden al lugar y que venían arribando al zócalo, llenaron el vacío.
A las 11 salía Felipe Calderón al balcón presidencial y tocaba la campana de Dolores. Los coros de “¡Obrador-Obrador!” batallaban con los de “¡Calderón-Calderón!”, los silbidos y mentadas de madre competían con los aplausos. Los miembros del EMP levantaban unas largas banderas tricolores sin escudos para impedir que quienes estuvieran en las primeras filas junto a las vallas pudieran visualizar al Presidente y que éste viera las pancartas de repudio de los pejistas que quedaban en el lugar: “Ese pinche pelón de lentes no es el Presidente”. Calderón daba un grito sobrio. Permanecía en el balcón no más de dos minutos. Luego volvería para ver los fuegos artificiales. Y se marcharía de nuevo.
Concluía la machista guerra política que durante horas mantuvieron los pejistas y los presidencialistas para controlar la Plaza de la Constitución.
Juan Pablo Becerra-Acosta M.
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