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viernes, agosto 18, 2006

LOS PIRRURRIS.

REFORMA.
Rafael Segovia.

Allá ellos.

La rabia mal contenida de los niños y niñas bien que acompañan a Felipe Calderón termina por ser cómica. No les cabe en la cabeza el convencimiento compartido por la mayoría de la población de la existencia de un fraude el 2 de julio, ni saben cómo explicarse cómo se pudo llegar a ese convencimiento cuando los medios de comunicación, con raras excepciones, se han volcado con una insigne torpeza, en medio de lamentables contradicciones, en defensa de la limpieza, la participación y el indiscutible entusiasmo de los votantes.

Por no decir nada de la alegría de éstos. Incluso quienes sufragaron por Calderón hablan del tema con un dejo de tristeza y confiesan haberse visto obligados a elegir entre dos males. No se inclinaron por Calderón llevados por el convencimiento, lo hicieron por el temor que les inspira la izquierda desde tiempos inmemoriales, por estar convencidos, así eviten mencionarlo, de la necesidad de una dosis de injusticia para gobernar debidamente a la sociedad, a cualquier sociedad. Nunca los ha inspirado la justicia, les importa la ley; ni siquiera se preocupan por el avance de su mundo, quieren su seguridad, así vean acercarse la tormenta.

El general De Gaulle, un gran político pero sobre todo un estadista sin igual del siglo pasado, decía de la situación política y social de su país: la izquierda está contra el Estado, la derecha contra la nación, y a los míos les gusta demasiado el dinero. Lo podemos decir hoy de México. Con la salvedad, más bien la precisión, que puesto a elegir, el Estado sólo en algunas ocasiones eligió a la izquierda, simulando una conducta a favor de las masas, a las cuales hoy se censura con angustia porque son capaces de cualquier tropelía, proclives como son a la demagogia, incluso al populismo.

La exaltación del nacionalismo por parte de los panistas resulta sorprendente. Incluso los priistas fundan sus censuras a las masas perredistas -ellos no tienen masas, ya se ha visto- apoyados en la ley "que libremente nos hemos dado", como si las elecciones anteriores sólo hubieran sido libres cuando los eligieron a ellos, a los sabios, generosos y patriotas, y ahora estas mismas masas se han vuelto, en un arranque inexplicable, en su contra, empujados por la demagogia de un hombre gris, torpe, perverso y asesino pero que puede convocar a cientos de miles, que no son gente de razón, aunque se les haya concedido el voto.

Felipe Calderón ya ha anunciado una reforma política, en primer lugar electoral, para poner a cada quien en su lugar. Seguramente reforzará a la Secretaría de Gobernación en lo que hace a las candidaturas, a los partidos y al honestísimo IFE, en el que la gente en general no confía. Cosa de demagogos.

Sigue aferrado a su lucha contra la inseguridad, la creación de empleos y reducción de la miseria a la mitad de su nivel actual. Alguien deberá ayudar a Felipe Calderón en su extraordinaria empresa. Si se mira a su entorno el panorama es desolador si se detiene uno en su partido y en la figura máxima de esa agrupación política: Manuel Espino -vade retro.

Podemos decir lo mismo del señor presidente del Senado, que empezó por ser su competidor en la carrera por la Presidencia, amparado por el presidente de la República y su señora Marta, y ahora convertido en el hombre de la negociación del PAN con los opositores. Lo vimos durante cinco años equivocándose cada vez que era llamado a componer alguna situación -salía todo el mundo con las manos en la cabeza. Sólo puede salvarse midiéndose con un rival del tamaño de Emilio Gamboa Patrón, martillo de corruptos, espejo de la limpieza política, crisol de la justicia social, creador de las leyes justas por venir, báculo de las privatizaciones, con la ayuda de este hombre y de su compinche, futura cabeza del PRI, don Enrique Jackson, formando así un equipo dirigido por las luces jurídicas de Felipe Calderón, nos hallaremos sin lugar a dudas en el mejor de los mundos.

Y todo esto cuando la primera potencia del mundo no sabe qué hacer ni cómo arreglar el desastre organizado por una nueva filosofía política llamada el neoconservadurismo, única fuente de inspiración para nuestros viejos reaccionarios, aterrados por un posible resurgimiento de la teología de la liberación entre otros males.No sólo les asusta cualquier cambio en el orden social imperante, sino que sus ideas económicas asustan a todos. Insisten en volver a examinar el IVA para todo lo que pueda ser consumo, empezando -su imaginación no da para más- por las medicinas y alimentos. Saben que un país plagado por la miseria tiene las medicinas con los precios más exorbitantes del mundo, y que la inflación campa por sus respetos, digan lo que digan nuestros sabios arbitristas. Pero, nos dice uno de estos hombres, los impuestos indirectos son los más fáciles de cobrar. La justicia nacional exige llenar las cajas del Estado para que éste pueda a su vez llenar las arcas de los privados. Que un kilo de tortillas le cueste lo mismo a Carlos Slim que a un albañil es lo de menos y a los escépticos se les pide que se den una vuelta por Chicago.

La clase media eligió a su hombre, a Calderón; es justo que pague las consecuencias venideras, impuestas por un antiguo alumno del neoconservadurismo norteamericano. Que este clasemediero se tenga que arrancar la piel para mal educar a sus hijos -los legionarios de Cristo, los maristas y otros Opus no se andan con bromas en cuanto se refiere a las colegiaturas- y vea cómo a los bancos españoles, ingleses y norteamericanos les salen las cuentas gracias al precio de sus servicios en México. Sigamos pues votando por el PAN, con el tono borreguil de este partido, con sus miedos a perder las diferencias sociales, lo único que les permite seguir convencidos de ser algo diferente, aunque no sea lo que ellos suponen. Dentro de un par de años lo sabrán.

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