El modelo Calderón
Con una diplomacia de "mercado", oportunista y sin principios, y un discurso y prácticas políticas de corte ultraconservador propios de la guerra fría, Felipe Calderón y el Partido Acción Nacional se aprestan a ser más funcionales a Estados Unidos en su proyecto de reconquista en América Latina.
En Davos, Suiza, al más puro estilo foxista, Calderón alabó al "libre mercado" y criticó las expropiaciones, las nacionalizaciones y las "dictaduras personales vitalicias". En México, Manuel Espino, un anticomunista cerril que preside al PAN y a la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), anunció que la derecha "va por todo" en Latinoamérica, con la mira puesta en tres objetivos principales: Cuba, Bolivia y Venezuela; los mismos que figuran en la agenda subregional de Washington.
Lo paradójico, en la coyuntura, es la guerra fratricida entre las "familias" y las facciones panistas. La encarnizada disputa por el poder y la hegemonía del modelo de extrema derecha que encarnan Calderón y Acción Nacional en la actualidad, reapareció en los últimos días a través del enfrentamiento entre gobiernistas y foxistas. Ciertamente, la ultraderecha no es unívoca; hay variaciones dentro de un mismo credo. Pero en rigor se trata de una pelea entre matices de una misma expresión política y económica que abraza la ideología neoliberal, impulsa el capitalismo salvaje y sirve de manera subordinada a los intereses geopolíticos de Estados Unidos y sus intentos restauradores en el hemisferio.
En marzo de 2005, cuando Espino se hizo de la presidencia del PAN, Juan Ignacio Zavala, integrante de una "familia" panista de prosapia y hermano de Margarita Zavala, actual primera dama de México, dijo que era el triunfo de "la derecha radical (llámesele ultra, Yunque o lo que sea)". Y definió a Espino como un "cruzado". Eran los días en que Tatiana Clouthier renunciaba al partido diciendo que Acción Nacional "era una mala copia del PRI".
Ya existían nexos entre gobernadores y dirigentes panistas con las mafias del crimen organizado (verbigracia el ex senador Diego Fernández de Cevallos y el ex gobernador de Morelos, Sergio Estrada Cajigal), pero todavía no irrumpían el canibalismo político, los usos y abuso del poder y los asesinatos interpares.
De la mano del entonces presidente Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún, la victoria de Espino en el PAN significó la entronización y consolidación de la extrema derecha sectaria, facciosa y dogmática en las estructuras de poder estatal y partidario. La irrupción, en posiciones de mando, de aquella derecha que en los años sesenta y setenta había anidado en los círculos ultraconservadores semisecretos del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), de El Yunque y otras expresiones vernáculas del neofascismo militante. Fue, el suyo, el triunfo de la derecha dentro de la derecha. La victoria de los "duros", del neopanismo encarnado por los "bárbaros del norte" de claro acento anticomunista empresarial, que apoyara a mediados de los años ochenta el embajador John Gavin desde la misión diplomática de Estados Unidos en la Ciudad de México.
El iluminado Espino y su "humanismo centro-reformista cristiano" de fachada, expresa una nueva forma de fundamentalismo político-religioso, donde la acción política se concibe como una misión salvadora y purificadora. Su "matiz", que como en tiempos de la campaña electoral intentará recuperar y capitalizar ahora con fines de dominio hegemónico el presidente Calderón, estuvo dado por un beligerante integrismo de cruzada contra el "populismo radical" según la expresión acuñada por el ex jefe del Comando Sur del ejército de Estados Unidos, general James Hill, representado en México por Andrés Manuel López Obrador, a quien, siguiendo el libreto ideológico de Washington, Espino, su jefe Fox y el candidato Calderón, asimilaron con fines de propaganda al presidente de Venezuela, Hugo Chávez tildado de "dictador", "mesiánico" y "demagogo", con el objeto de arrancar un voto de odio y de miedo en los comicios de julio de 2006.
Poco tiempo le duró al presidente Calderón su "vocación" latinoamericanista y sus amagues retóricos de revertir la animadversión bilateral generada por la majaderías de Fox con los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia y Argentina, de la mano del aventurero anticastrista Jorge El Nene Castañeda y su sucesor en la cancillería, Ernesto Derbez.
Las supuestas señales en pro de un "acercamiento", enviadas a Cuba y Venezuela por la actual secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, si acaso existieron, son parte de un doble juego exhibido sin rubor por Manuel Espino, quien acaba de declarar que las cruzadas del PAN y la ODCA para llevar la "democracia" a esos países, está en total sintonía con la diplomacia de Calderón. Y tiene razón el mesiánico Espino: la política exterior de México está atada y bien atada a la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), uno de los instrumentos de Washington para subordinar a Calderón a los afanes geoestratégicos, los intereses y la seguridad nacional de Estados Unidos.
Como declaró el mercenario de origen cubano Marcelino Miyares, invasor de Bahía de Cochinos en 1961 y vicepresidente de la ODCA, Calderón es "el modelo a seguir" para la derecha latinoamericana. La propuesta de la ODCA para infundir los valores de la "cultura occidental y cristiana" y combatir el "comunismo" de Fidel Castro y Hugo Chávez en la región, reproduce los lineamientos de la Comisión de Ayuda a una Cuba Libre que impulsa la secretaria de Estado estadunidense, Condoleezza Rice, con apoyo de la industria de la contrarrevolución con sede en Miami.
En el marco de la doctrina de guerra preventiva de la administración de Bush, un anexo secreto del último informe de la comisión, con evidentes propósitos militares, está dirigido a acelerar la desestabilización de Cuba en el marco de la convalecencia del presidente Castro. En ese contexto, todo indica que Calderón, Fox y Espino seguirán haciendo el trabajo sucio a Washington.
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