Dardos
El que fuera director de la Real Academia Española, Fernando Lázaro Carreter, consideraba a las palabras como dardos, en el sentido de que su propósito era dar en el blanco, es decir, debían usarse de modo preciso, pero señalaba que en demasiadas ocasiones se erraba en esa intención.
Este carácter, que cuando se yerra convierte a las palabras en una especie de arma, se podría extender a los conceptos que, igualmente, suelen aplicarse con demasiada imprecisión, provocar desconcierto y hasta daño, como se advierte en el discurso de muchos políticos.
En su gira europea Felipe Calderón ha mostrado lo novel que es como presidente. Para empezar, tiene gran necesidad de reafirmar, tantas veces como sea posible y con los argumentos que tenga al alcance, su triunfo en las elecciones pasadas y su llegada al poder. Si aquí esa forma de buscar tan afanosamente la legitimidad es un asunto conflictivo, es poco probable que en Europa sea de mucha relevancia para quien recibe ese mensaje, como ocurrió con la canciller Merkel.
Si se consideró que había que hacer esta gira europea y presentarse en la vitrina del Foro Económico de Davos, cada vez menos lustrosa, e ir a España, que es ya un lugar de peregrinaje obligado por el relevante peso de las inversiones de ese país en México, también debió pensarse mejor la estrategia de lo que se iba a decir.
Una sociedad debe proponerse metas, pero sólo aquellas que están al alcance de sus posibilidades, según advertía Marx como parte de su concepción de la Historia. Pero ésta es una apreciación teórica que no es generalmente observable en el quehacer político, y un líder, como el que aspira a ser algún día Calderón, debe saber que no alcanza con la voluntad, sino con un clara apreciación de lo que es viable; de otro modo sólo se producen efectos adversos, incluida la frustración. Este es el resultado de la reciente experiencia mexicana.
Este Presidente y su equipo más cercano de colaboradores no se han tomado el tiempo para meditar sobre cómo impulsar ese proyecto que dicen tener para el país. Esta falta ha quedado otra vez clara en las declaraciones hechas en Europa.
Desde su época de legislador y dirigente de Acción Nacional, Calderón tiende a abusar del significado de las palabras y las nociones que expresa, como cuando defendía con cierto ardor hace ya muchos años la idea del "capitalismo con rostro humano".
El actual periplo europeo no ha sido una excepción. "No somos la tierra prometida, pero sí la del futuro", ha dicho en Davos. Excesivo es lo menos que tiene esta expresión. ¿En qué puede sustentarse más que en la perspectiva genérica de que existe un futuro, cualquiera que ése sea? Tal vez esta manifestación de fe se preste para revisar la tesis de Enrique Krauze sobre el mesianismo político en México y ubicarlo también en las tierras menos tropicales de Michoacán y en el lado derecho y católico del mapa ideológico.
"Nadie expropia nada en México", sentenció también como una forma de diferenciarse de los nuevos gobernantes en países de Sudamérica. Pero la receta mexicana no ha sido brillante. El debe saber bien que la política de privatizaciones, que ha apoyado largamente, hasta ahora está muy lejos de haber dado los resultados esperados y, en cambio, hoy tenemos una sociedad más desigual, una economía sin suficiente inversión y con baja productividad, creamos poco empleo y nos sobra gente que tiene que marcharse del país.
Los prejuicios sobre el libre mercado los tiene tanto Calderón como aquellos a los que criticó. Ya tuvo un primer aviso cruel de los mercados que supone libres como el del maíz y su efecto en el precio de la tortilla; debe prepararse para un segundo round con el petróleo. Su visión de ese tema se limita claramente según las conveniencias, como es el caso, uno entre tantos, de la apertura del mercado de la televisión.
El tema fue llevado al extremo al decir que su triunfo electoral "muestra que los mexicanos decidieron a favor de la democracia del mercado" (lo que incluye, según lo dicho, vestirse de militar apenas luego de tomar posesión). Parece ser muy pronto para idealizar de tal forma las condiciones políticas del país que hoy preside. Si se trata de números, sólo 35 por ciento de los electores votaron a su favor; si se trata de democracia, hay demasiadas cuestiones aún abiertas sobre el proceso político y electoral del año 2006. Si se trata de un discurso que pueda convertirse en una mercancía demandada en el "libre" mercado mundial, no parece que el apoyo de mercadotecnia con el que cuenta el Presidente sea muy competitivo. Ahí está el registro de su debate con el brasileño Lula.
La visión geoeconómica del presidente Calderón expuesta en su viaje es también motivo de alguna atención. No se advierten cuáles son las condiciones materiales que puedan, en el marco de la competencia global, configurar la visión presidencial de que México se convierta en el "eslabón" con Estados Unidos, la Unión Europea y el Pacífico. Vaya, no se sabe por qué los estrategas de Calderón dejaron fuera el resto del mundo en esta concepción triunfal del espíritu de la mexicanidad.
De vuelta al país, conviene volver a la serenidad, dejar de lado el idealismo tan vacuo y apreciar, en cambio, lo que es esta sociedad, lo que hay y lo que se puede hacer con eso.
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