A partir de una creencia resulta fácil y hasta "natural" determinar qué es lo correcto y lo incorrecto, lo que debe de ser y lo que no Nuestra inferioridad es atizada por las ideas del Tener por encima del Ser. Sufrimos nuestra incapacidad para atesorar pertenencias materiales Dr. Gaspar Baquedano López Temas de reflexión Nuestra necesidad de sentir la protección de algo que sea más fuerte y poderoso que nosotros nos lleva a emprender la incansable tarea de construir imágenes que den seguridad. Creamos imágenes que ayuden a mitigar la angustia que provoca el desconocimiento de nosotros mismos lo que nos rodea. Como parte de estas maniobras de evasión de nosotros mismos, de ese no querer confrontar ni asumir nuestra vulnerabilidad, preferimos el mundo del pasado en donde habita la culpa, al igual que los miedos que construimos y proyectamos al mañana en eso que llamamos futuro. Toda esta confusión, dolor y soledad que sentimos al constatar nuestra fealdad espiritual, requiere de maquillajes y efectos especiales que a modo de mecanismo de compensación, nos hagan sentir que estamos en el camino de la "Verdad". Vivimos la ilusión que la verdad se encuentra en algún lugar al que con mucho esfuerzo o suerte podremos llegar. En todo este proceso de fuga y evasión de nuestra realidad, contamos con una poderosa estructura: nuestras creencias. Nos embriagamos con el elíxir de la fe. Nos aferramos fanáticamente a lo autoritario, recurrimos a la protección del Poder cuando nos vemos obligados a indagar. El poder de las creencias El poder de las creencias radica en que se trata de estructuras de origen eminentemente social y son parte fundamental de todo ese complejo armazón que a diario creamos: la cultura. Si bien es cierto que es el individuo quien vive las creencias, éstas se incuban, desarrollan, fortalecen y validan a partir de lo social. Eso que llamamos "puntos de vista" y en especial, "la opinión pública" juegan un relevante papel de intermediarios entre el individuo, contenidos culturales y creencias. Detrás de las creencias están necesidades e intereses económicos de quienes ejercen el control social. A partir de una creencia resulta fácil y hasta "natural" determinar qué es lo correcto y lo incorrecto, lo que debe de ser y lo que no. Desde esta perspectiva se impone lo "normal" y lo "anormal". Es al través de nuestros prejuicios como calificamos y descalificamos a quienes se apartan de nuestros criterios. Contra ellos ejercemos actos de fanatismo que se agudiza en la medida en que somos cuestionados, cuando tememos perder nuestras creencias. En toda esta dinámica centrada en el creer ciegamente subyace un proceso de control. Quien se presenta como el poseedor de la Verdad y a partir de ello determine las pautas sobre asuntos como lo moral, religioso, ético, espiritual o científico, automáticamente se convertirá en autoridad y por ende, en una estructura de Poder y dominación. Como un desesperado intento por afianzar nuestra marcha errática y mitigar la angustia nos aferramos ciegamente a las creencias. A partir de ellas nos comparamos con los demás refiriéndonos despectivamente hacia quienes nos incomodan, es decir, los que no creen. Agredimos a quienes se toman el tiempo para indagar asuntos que son vitales para la existencia. Somos particularmente agresivos si somos cuestionados en eso que llamamos "espiritualidad", y en general todo aquello que apunte hacia "la otra vida", religiosidad y Dios. La necesidad de creer Esa angustia y nuestra necesidad de creer nos convierten en seres frágiles, vulnerables y sumisos que claman por la sujeción. Pedimos camisas de fuerza ideológicas que son ofertadas en el mercado de la "espiritualidad" , de la "religiosidad" y de la "ciencia". Clamamos por ideas autoritarias que llegan a nosotros al través de los diferentes paquetes de dogmas que consumimos insaciablemente. A toda costa necesitamos creer en algo superior a nosotros pues de esta manera resulta más fácil disimular nuestros penosos sentimientos de inferioridad. Nuestra inferioridad es atizada por las ideas del Tener por encima del Ser. Sufrimos nuestra incapacidad para atesorar pertenencias materiales. De la misma manera que necesitamos Tener cosas materiales, necesitamos acumular creencias y nos hacemos fanáticos de la posesión. Desarrollamos rituales fanáticos de posesión, que recuerdan al avaro que cuenta y repasa una y mil veces todo aquello que siente suyo. El espíritu avaro sufre porque en el fondo le aterroriza perder las cosas hacia las que ha desarrollado apego. De manera similar al avaro, el espíritu perseguido por el fantasma del qué dirán y amenazado por la vergüenza, repasa y hace gala de sus "conocimientos". Cuenta y recuenta sus creencias. Las más de las veces, sus "tesoros" intelectuales son repeticiones burdas, ideas carentes de creatividad que otros han seleccionado, manipulado y etiquetado como "Verdad". Aquí se encuentra una de las puntas de la madeja del elitismo intelectual. De manera similar, quien presume de ser muy "religioso" o "espiritual", cuenta y recuenta los simplones y elementales conceptos que ha elevado a la categoría de fe. Se ufana de ideas que por su superficialidad son fácilmente ofertadas como "místicas". Estos aires de "santidad" se ensayan una y otra vez con la intención de impactar y obtener la "bendición social". En busca de seguridad Ante todos estos sentimientos de vacío y desasosiego la idea de creer ciegamente y de obtener algún tipo de seguridad resulta muy atractiva. Esta necesidad despierta la atención de quienes acuden a nuestros desesperados llamados de auxilio. Es tan grande nuestra angustia y necesidad de protección que no nos percatamos que en todo esto hay entrega y sumisión. Nuestra necesidad de creer para obtener seguridad, no es otra cosa que la patética manifestación de nuestra impotencia espiritual que nos impide disfrutar el presente. Somos incapaces de emprender el majestuoso vuelo hacia la libertad. Somos incapaces de dar inicio a la transformación de nosotros mismos y lo que nos rodea. El espíritu revolucionario que llevamos dentro sabe que para emprender el camino hacia la transformación, hay que soltar ese lastre que impide volar hacia la libertad el día de hoy, sin las trampas del tiempo, sin mañana, sin pasado, únicamente aquí y ahora. En toda esa dificultad para alzar el majestuoso vuelo como majestuosas águilas, están nuestras creencias ciegas. Veneramos lo que creemos y tememos abandonarlo porque, finalmente, ese acto de dignidad y de libertad implica el rompimiento con el cómodo, pero peligroso mundo de la ilusión. La revolución interior Es tan grande la confusión que hemos creado, que nos apartamos peligrosamente de la realidad imaginando un mundo de fantasías e ilusiones en esa frenética evasión del compromiso con nosotros mismos y con los demás. Las trampas del Ego nos distraen de la realidad y hunden una y otra vez en el pasado, en el pantano de la culpa. Ahí, en ese pantano está todo aquello que avergüenza y recordamos en forma implacable día y noche. Desde ese mundo de la culpa somos manipulados y domesticados por aquellos que han hecho del control "espiritual", religioso y del "más allá" un estupendo negocio terrenal. Desde ese pasado actúa el Ego por medio de los recuerdos que vienen a nosotros bajo el engaño de la "sabiduría", que en realidad es repetición de lo conocido y de lo viejo. De igual manera, desde ese pasado se nos presenta una imagen de "libertad" que en realidad es esclavitud y también de lo "revolucionario" que no es más que un disfraz de mediocridad y oportunismo. Son también parte de las trampas del Ego las fantasías acerca del futuro, esa construcción mental en donde depositamos nuestros miedos a lo que pueda sucedernos, lo que podrían pensar u opinar acerca de nosotros si nos decidiéramos a ser genuinos. También ahí en eso que llamamos el futuro, se encuentran los planes y promesas de ser "mejores", de llevar una vida nueva y diferente que somos incapaces de trabajar y crear el día de hoy, aquí y ahora. Es toda esa estructura del Ego con sus trampas, recuerdos y fantasías la que nos duerme y narcotiza con las distintas creencias que defendemos ciegamente. Cuando sentimos que alguien nos incomoda con sus cuestionamientos o señala la importancia de indagar, es momento de detenerse y reflexionar. Puede ser la oportunidad de no quedarse con una fe primitiva y simplona que es en realidad una cómoda manera de salir del paso; puede ser una oportunidad de confrontarnos con nuestra fealdad espiritual. Ante estas preguntas incómodas reaccionamos con ira y, de inmediato, realizamos todo un juicio y condenamos a quien se haya atrevido a sacudir nuestra fe frágil prendida con alfileres. El poder del dogma Las trampas del Ego nos llevan a pensar que debido a nuestra vulnerabilidad, hay que buscar el cobijo de alguien o de algo muy poderoso y ante quien debemos abandonarnos. Aquí está en buena medida la explicación del poder de las religiones autoritarias que ofertan la felicidad del más allá y la trascendencia a cambio de una entrega ciega a sus dogmas. En esa sumisión que en el fondo es un infantil deseo de protección, podemos también en parte explicarnos la creencia en un Dios todopoderoso, que vigila y castiga, dando por resultado un Dios hecho a imagen y semejanza de nuestras necesidades. Son estas construcciones mentales las que nos llevan a creer que lo irreal es real, que lo falso es verdadero y que nuestra felicidad no puede darse en este mundo al cual irremediablemente venimos a sufrir por culpa del "pecado original". De acuerdo con esto, lo que tenemos que hacer es expiar nuestros pecados y someternos ante quienes pueden perdonarnos. La opción que nos queda es inclinarnos ante quienes tienen la "representatividad" del cielo aquí en la tierra y a los que nunca debemos juzgar por sus alianzas con el Poder. Las creencias autoritarias prohíben cuestionar las alianzas con el Poder y el Estado y, por supuesto, tampoco es permitido indagar sobre los dogmas. Si nos atrevemos a hacerlo comeremos del árbol de la fruta prohibida (el árbol de la sabiduría), y de nueva cuenta podríamos ser expulsados del paraíso terrenal. Es tan grande nuestra frustración y dolor al sentirnos atrapados en esos juegos de poder barnizados con lo "espiritual", que la mayoría de las veces decidimos evadirnos y dormimos. Nos sumergimos en una enredada madeja de sueños diurnos y nocturnos con la esperanza de que eso puede aliviar nuestro sufrimiento. Es así como nos desgastamos en la búsqueda del Tener por encima del Ser, juzgando y criticando a los demás. Denigramos a los demás de acuerdo a su apariencia, vestido, o "clase" social. Nuestros apegos Sufrimos por nuestros apegos. Por esos apegos alimentamos miedos y creamos fantasmas que nos persiguen en sueños. Creamos temores que queremos disimular y justificar con la idea de lo desconocido cuando que en realidad a lo que tenemos miedo es a perder lo conocido: dinero, prestigio, títulos universitarios, pareja, hijos, es decir, lo que creemos nos pertenece. Por ello, atacamos violentamente a quien intente despertarnos a la realidad y se atreva a cuestionar nuestros apegos. Sentimos que si miramos de frente nuestra propia imagen a la luz del sol de la Verdad sin trucos ni maquillajes, podríamos experimentar una grave y profunda desilusión que requerirá de más dosis de la droga de la fe inmadura e infantil. Creer ciegamente es cómodo. Implica no cuestionar, significa someterse, obedecer el autoritarismo que transpira la cultura que creamos a diario. Creer ciegamente implica participar en el juego de la simulación, de la doble moral, de la adaptación, de la mediocridad. El despertar es un acto de profunda rebeldía contra toda la estructura de dominación que entre todos creamos y reciclamos a cada momento. Despertar es un trabajo revolucionario que tiene como materia prima, la inteligente comprensión de que creer ciegamente es parte de un proceso de enajenación y control social. Ese despertar puede ser el inicio del proceso de transformación de nosotros mismos y lo que nos rodea. ( |
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