Nos envían la siguiente nota del Excelsior en la que se narran las arbitrariedades de la PFP en Oaxaca:
PFP
Ve subversión en niños de nueve años
Por: Marcela Turati
05/12/2006
Huajuapan, Oaxaca.— Toda la mañana del domingo, desde su encierro en la cárcel de Tlacolula, Francisco mareaba a los guardias con su terco sonsonete: “Señor, ¿a qué horas voy a ver a mi mamá? ¡Quiero ver a mi mamá!”.
Su cantaleta de niño de nueve años ayudó a que los otros pequeños presos que tenía a su lado también consiguieran el permiso de abrazar a sus madres, recluidas en el mismo penal. Los minutos que duró el reencuentro acariciaron los golpes de ellas, recibieron la bendición materna y lloraron juntos, antes de que las trasladaran al penal de alta seguridad de Nayarit.
Sólo en la colonia popular llamada San Juan Diego-El Fenic, el sábado 25 de noviembre –el día de la marcha de antiulisistas en la capital– cuatro niños fueron capturados por elementos de las policías Federal Preventiva y estatal. Los reos más pequeños del conflicto, motivado por la inconformidad contra el gobernador Ulises Ruiz, tienen nueve, diez, 12 y 13 años.
Ellos vieron la golpiza que recibieron los adultos (entre ellos sus mamás y hermanos mayores), durmieron encerrados bajo llave, soportaron extensos interrogatorios, pasaron hambre, fueron incomunicados y sus cuerpos esculcados en busca de explosivos.
Una de ellas, Miriam, la más grande, fue amarrada de las manos y obligada a mantenerse en cuclillas, como los adultos.
El martes todos fueron excarcelados, pero no liberados del todo: periódicamente tienen que firmar su libertad, aunque todavía ni firma tienen. La pena por los delitos que se les imputa es más larga que sus años de vida: incendio de edificios, saqueo, sedición y uso de explosivos.
Los niños son también los primeros excarcelados que pueden decir qué pasó la noche del 25, cuando la policía extendió una gran red que arrastró a todo el que caminaba por la calle.
“Los policías nos preguntaron que si llevábamos armas y nos llevaron al zócalo, nos sentaron. Nos amarraron por detrás nuestras manos, nos llevaron a la cárcel de Tlacolula. Me quitaron mis dos chamarras y mis agujetas, me metieron con una señora.
“A los hombres los golpeaban, les jalaban sus cabellos, a las señoras les dieron cachetadas, les pegaban en la cabeza, que porque no podían hablar bien el español”, dice Mayra Maceda, la de 13, que hasta la semana pasada estuvo en las listas de desaparecida.
Ella fue a la marcha en representación de su papá, que es ayudante de albañil y no consiguió permiso para faltar al trabajo para cumplir la cuota al Fenic. Iba emocionada, pero de eso no le queda ni una pizca. Jacobo, su papá, se culpa de la dejadez de haberla mandado en su representación.
Me desapartaron de mamá
Afuera de su casa, calladito, mirando siempre el piso, está Francisco Santos Reyes, el huérfano más pequeño de la marcha del día 25. La manifestación que le arrebató el mismo día a su mamá, Juana Magdalena, y a su hermana Paula.
“No platica nada, nomás que le agarró la policía su brazo y lo aventó pa’ llá, que a la mamá le jalaron su cabello, que a mi’ja Paula le metieron un fierro (esposas) ése bien feo que le ponen en la mano y dice que se hinchó feo la mano de su hermana”, cuenta Fernando Lorenzo, su papá, que se ve angustiado por el retraimiento de su chiquito.
“Lo único que habla es que cuándo viene su mamá, por eso le dije que a lo mejor ya va a venir”, agrega.
Lo dice al regresar con las credenciales de elector de las dos detenidas de la familia, la única prueba que tiene de su existencia, ya que no tiene ninguna foto de ellas. Le dice también a Francisco que corra a casa por su acta de nacimiento, porque ambos dudan de si tiene ocho o nueve años.
“Cuando llegó la policía nos llevaron donde había muchos policías (el zócalo). Nos metieron en el autobús y allí nos desapartaron. A nosotros los policías nos pusieron de un lado y a las mamás del otro. Las mujeres policías les estaban preguntando cómo se llamaban, les jalaban su pelo, le dieron patadas y cachetadas”, recuerda.
Vi cuando la golpearon
Cuando la señora Bernardita Ortiz Bautista se enteró de la marcha en la capital, alistó a sus dos niñas mayorcitas, Beatriz Belén, de 12, y Rosalba, de diez, y pidió a su hijo Alejandro, el que ya va al Conalep, que las acompañara. Pensaba que si marchaba podrían inscribirla al padrón de Oportunidades.
Caminaron bajo el sol, como los maestros, e hicieron el cerco humano a la PFP para exigirle salir de Oaxaca. Fue a bordo de la suburban que agarraron a la familia.
“Llegaron los policías y nos dijeron que alzáramos las manos, yo me espanté, pensé que me iban a matar. Mi mamá y yo lloramos. Nos dijeron que cerráramos los ojos para no ver a dónde nos llevaron, pero yo sí vi. En un lugar donde hay una iglesia y muchos policías nos revisaron todo nuestro cuerpo, mochilas y nos preguntaban si traíamos cohetes”, dice Rosalba, la que se apuntó a la marcha para conocer Oaxaca por primera vez.
Ahí separaron a las niñas de Bernardita, que ya iba amarrada. Vieron cómo una mujer policía le pegaba con un palo largo (tolete) para que caminara rápido. En Tlacolula la volvieron a ver, también a su hermano.
“Eran muchos hombres, como 50 o 100, algunos iban hinchados, un señor lo golpearon bien feo, le sacaron su ojo, le dijeron que caminara más rápido o le pegaban. Luego mandaron a las mamás a una casa, luego ya supe que era la cárcel. Mamá no volteó porque la agarraban del cabello y no las dejaban ver, y los policías nos dijeron que si seguimos platicando nos iban a golpear como los hombres”, sigue la más chica.
Todos los niños estuvieron media hora afuera de la cárcel, sentados. Más tarde los llevaron a cuartos con cama, y les dieron una cobija. Hasta el domingo al medio día se acordaron de que necesitaban comida y les dieron su ración del día: salsa de huevo y un vaso de agua.
Toda la mañana, Francisco estuvo exigiendo ver a su mamá, lo repetía cada 10 minutos.
Gracias a su insistencia, Rosalba y Belén vieron a Bernardita.
“Mi mamá me contó el domingo que le dieron dos patadas, no sé cuantas cachetadas, aparte le jalaron el cabello. Estaba triste y roja de su cara. Había llorado toda la noche, y cuando la vimos empezó a llorar, nos abrazamos, nos preguntó si nos habían pegado, si teníamos cobija y comida, me dijo que ya no llore, y después se la llevaron”, dice Belén, seria, muy seria.
El lunes, a las 5 de la mañana, los niños fueron llevados al Tutelar de Menores. Dicen que ahí un señor les dijo que ya no iban a ver más a sus mamás y los interrogaron. En el camino fueron llevados con un señor –“hinchado, le habían partido su cabeza”–, a quien dejaron en una clínica.
“Me preguntaban que qué hacía en Oaxaca, que si había quemado cosas, aventado bombas, cohetes, les dije que yo no me metí en la pelea, me dijeron que si les decía dónde vivía me iban a llevar con mi papá, y les dije la verdad y ellos me dijeron mentiras porque me llevaron a Tlacolula”, dice Rosalba.
Su casa es un jacal de lámina, un cuadro hace seis años fraccionado. De atrás de la lámina salen cuatro niños más pequeños, sus hermanitos, de los que ahora se hace cargo. Mientras mamá no vuelva, no regresarán a la escuela.
Sólo por esto, NUNCA MÁS se le debe permitir al PRIAN volver a ser gobierno en ningún lado. Pinches CERDOS DE MIERDA.
Una razón más para apoyar al peje en el 2006.
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