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martes, octubre 10, 2006

¡QUE VIVA TABASCO!

¡Refulgente Tabasco!.

Rosario Ibarra.
10 de octubre de 2006.

El sábado viajé a Villahermosa. Me invitaron al cierre de campaña del candidato a gobernador, Raúl Ojeda. Entre quienes me pidieron que lo hiciera está su bella esposa Carmen Linares, a quien conocí hace tiempo y sentí desde entonces que nació una recíproca corriente de simpatía, que no me hizo dudar en acompañarles. Así pues, el sábado, temprano, un entrañable amigo me llevó al aeropuerto y me apoltroné en el avión, dispuesta a dormir durante todo el trayecto, porque sólo había dormido cuatro horas.

Sobra decir que, recargada en la ventanilla, no tardé en caer -como suele decirse- en brazos de Morfeo, esa deidad de la mitología griega que tanto quiere a las conciencias tranquilas.

La voz suave de una azafata me sacudió: "Señoras y señores, hemos iniciado nuestro descenso...". Morfeo huyó despavorido y volví la mirada hacia la ventanilla: ¡oh refulgente Tabasco! Tabasco de mis recuerdos de "luna de miel" allá por los 50, cuando mi esposo y yo decidimos recorrer el sureste, partiendo de Veracruz, para ver las maravillosas tierras de Campeche, Tabasco y Yucatán, primero en el Ferrocarril del Golfo y después en aquel recién inaugurado Ferrocarril del Sureste, con todo y las "pangas" y con los enjambres de "chaquistes", que me dejaron el cuerpo como tatuado de piquetes... ¡pero valió la pena!

Ahora, desde arriba, contemplaba los matices de verdor y hasta se me antojaba que los deseos de García Lorca (que eran muy otros) hubiesen germinado en esa tierra que ama a los poetas... "Verde que te quiero verde...". ¡Cuánto verde! ¡Qué enorme símbolo de esperanza! Quizá por eso desde hace mucho tiempo los tabasqueños no se rinden. Tal vez esa esperanza dibujada por la naturaleza se ha incrustado en sus mentes y en sus corazones, y luchan a brazo partido por lo que anhelan, por lo que quieren y por sus derechos.

La marcha fue larga y en todas partes se unía más gente. Las calles se llenaban de hombres y mujeres alegres, dicharacheros, que coreaban consignas y que al paso de las marimbas y del estruendo de los tambores, bailaban y gritaban, agitando los cuerpos al compás de los ritmos y de toda la música. Las voces se alzaban por miles contra la mapachería que pretende comprar conciencias y votos con molinos, lavadoras y, sobre todo, con bicicletas... ¡mapaches canijos, no se saldrán con la suya! Decía la gente que marchaba cerca de mí.

Por fin, llegamos a la plaza de la Revolución. Ochenta mil seres humanos la colmaban, y los otros miles que no pudieron entrar llenaban las calles aledañas. Las nubes tempraneras que nos cubrieron del sol durante grandes trechos del trayecto se fueron para dejar paso a los rayos del sol quemante y la plaza y las calles hervían, sí, hervían por aquel calor intenso, pero sobre todo hervían de un entusiasmo que semejaba el hervor de un líquido... el grito de la multitud "se alzó como leche hirviendo" (gracias, Ricardo Güiraldes). ¡O-jeda, O-je-da, O-je-da! Y después Obrador Obrador... Pre-si-den-te..., pre-si-den-te, en coro interminable...

Allí sí se comprendía aquello de que estábamos "bañados en sudor". A los varones se les pegaban las camisas al cuerpo y miles de paliacates multicolores secaban aquellos rostros enrojecidos de calor y de emoción, y las mujeres nos alzábamos el cabello que escurría para que pasara un vientecillo suave que de vez en cuando corría y los pañuelos blancos secaban nuestras frentes, mientras Raúl Ojeda decía su discurso. Destaco una frase que arrancó enorme aplauso: "Tonto el que piensa que el pueblo es tonto"... allí, todos éramos pueblo.

Andrés Manuel López Obrador cerró el acto con frases rotundas de decisión y con esa su sonrisa limpia, que no esconde rencores y que siembra esperanza. Sus palabras levantaron estentóreos gritos multitudinarios que sólo los sordos ensoberbecidos se niegan a escuchar.

¡Viva Tabasco! Sí, viva Tabasco, esplendoroso, refulgente Tabasco.

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