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martes, octubre 10, 2006

50 AÑOS DE DESAFÍOS A LA ANTROPOLOGÍA COLONIAL.

Híbrida raza.

Pablo Marentes.
10 de octubre de 2006.

Consumada la Independencia, los peninsulares y los criollos encabezados por Agustín de Iturbide explicaron -según documenta Gastón García Cantú- que la población estaba compuesta "de mexicanos: una raza híbrida de origen hispanoindio, degradados, desmoralizados", susceptibles de ser manejados por sus redentores y civilizadores: los descendientes de los militares medievales, los sacerdotes y los misioneros que llegaron en la tercera década del siglo XVI para asegurar la conquista territorial mediante la conquista espiritual.

Perpetrada la escisión de la sociedad territorial de México en dos bloques -uno minúsculo y localizado; el otro numeroso y desperdigado en 4 millones de kilómetros cuadrados-, los consumadores propiciaron desde entonces que los guías del poder y los negocios fueran ellos: los unos. Los otros, la raza híbrida, los sometidos, serían los indios: individuos aglomerados en un concepto, pero muy diferenciados en sus particulares realidades existenciales, de cultura y de sometimiento político. La división se impuso en la medida en que se consolidó el gobierno de unos cuantos para unos cuantos.

El indio es una categoría colonial, derivada de aquella a la cual el marqués de Croix le hizo saber de una vez por todas en 1767 "que los vasallos de su majestad han nacido para callar y obedecer.".

La sentencia, que se tradujo en una bicentenaria aceptación de inexistencia, la sintetiza Paz en su Laberinto. Recordó el laureado que "una tarde en el cuarto vecino al suyo escuchó un leve ruido y preguntó en voz alta: ¿quién anda por ahí? Y la voz de una criada (sic), recién llegada de su pueblo, contestó: no es nadie, señor. soy yo".


Las élites, los pequeños grupos que sobresalen entre 20 millones de habitantes, no han querido enterarse que los mexicanos, hoy 90 millones, ya no niegan su existencia. Cada vez se hacen más presentes como lo demuestran los últimos 50 años de desafíos al gobierno presidencialista de partido hegemónico.

La crisis política de Oaxaca, y las que de manera recurrente surgen en los estados designados como indígenas: Hidalgo, Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Chiapas, Guerrero, y en aquellos donde se reconoce la ignominiosa existencia de "zonas o regiones interculturales de refugio", son producto de la mencionada escisión bicentenaria, sostenida y puesta al día por el indigenismo burocrático, desprendimiento de la antropología colonial, institucionalizado en 1948.

La persistencia colonizadora se manifiesta cuando los gobernantes locales se suman "a los comarcanos de razón" para advertir que "educar y escuchar a los indios es peligroso para la seguridad pública", según registra Gonzalo Aguirre Beltrán.

Los sucesivos gobiernos federales de la segunda mitad del siglo pasado y las autoridades locales tradujeron "integración" de los indios y "eliminación" del pasado colonial, como exterminio de habitantes y culturas. La capacidad de supervivencia y de reafirmación de valores de la gran mayoría de la población nacional reproduce periódicamente sus luchas para reiterar que la categoría "indio" quedaría superada mediante la educación y la consiguiente redistribución de oportunidades vitales a través del empleo.

El actual problema es producto de la insatisfacción ancestral de los pueblos oaxaqueños, la cual no puede ser aliviada por agrupamientos policiacos, contingentes del Ejército o comandos de la Marina nacional. El remedio comenzará a partir de la salida de Ulises Ruiz. Y de la llegada de quienes conozcan esa importantísima porción del México profundo.

Profesor de la FCPyS de la UNAM

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