EL INFORME DEL ADIOS.
Fue tan solo un pestañeo de la historia.Unos minutos apenas.Y bastó para recordar que algún día de hace seis años ese personaje encarnó las esperanzas del cambio. Que logró sacar al PRI de Los Pinos. Que le puso su bota a 71 años de gobiernos priistas. El Presidente de la Alternancia, el de la Transición, le llamaron todos. Vicente Fox. El que juró cumplir y hacer cumplir la Constitución y ver por el bien de todos los mexicanos. El que aceptó que la Nación “me lo demande…”, si así no lo hiciere.Vicente Fox, el presidente que concluyó su ciclo como nadie lo hubiera siquiera imaginado. Desvanecido ante la irrupción de la protesta.
Por Humberto Padgett y Fátima Monterrosa.
El presidente que llegó al poder con el mayor bono democrático que los ciudadanos pusieron en sus manos. El que invocó a Dios en la tribuna de la Cámara de Diputados en su toma de posesión. El mismo que, seis años después, terminaría por no poder ingresar al recinto de San Lázaro.
Cómo olvidar esos días. Cuando llegó a cruzarse la banda presidencial bañado de aplausos, envuelto por quienes querían tomarlo de la mano y decirle que lo admiraban, que le dejaban en prenda sus esperanzas.El mismo que al cierre de su mandato se va entre calles sitiadas por el ejército vestido de gris o de verde, con cientos de manzanas amuralladas, por senderos protegidos por tanquetas, flanqueado por fusiles de asalto y lejos, muy lejos, de cualquier persona que a pie se le pudiera acercar.
El 1 de diciembre de 2000, Fox se despegó de la tradición, mantuvo su estilo ranchero y rompió con las formas. Saludó de “hola” al Congreso de la Unión, enlistó a sus hijos en el discurso para deferirlos y recibió, casi al punto de las lágrimas, un crucifijo.“¡Juárez!...¡Juárez!...¡Juárez!...”, le reclamarían los priistas ante la irrupción de lo sacro en lo laico.“¡Juárez! …Juárez!...¡Juárez!...” ¡Bien jóvenes!”, les devolvería Fox con una sonrisa de lado.Lo podía hacer entonces.
Pero la historia también juega.Y a su manera, con sus propias reglas, terminó por pasarle una factura que no pudo eludir.Y una fecha que por años fue de fiesta para el primer mandatario, mutaba en el fin del gran ritual: 1 de septiembre de 2006, el día en que la presidencia se desvaneció. Sin informe, sin mensaje a la Nación, sin poder ingresar al recinto.Unos minutos apenas para entregar por escrito su informe de gobierno. Tres sonrisas y unos cuantos saludos al aire. Y no más.El sueño terminaba.
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