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miércoles, noviembre 08, 2006

EGOLOCO.

La democracia de un solo hombre.

Diego Valadés.
8 de noviembre de 2006.

En unos días más dejará el cargo un Presidente que se negó a pasar a la historia de la democracia. El suyo fue un penoso tránsito por el poder, para cuyo ejercicio nunca estuvo preparado. Es posible que su propia percepción sea otra, víctima de la propaganda que él mismo alimentó, pero los hechos saltan a la vista y el ejemplo de Oaxaca es una síntesis dolorosa de lo que significó renunciar a la política y al derecho, a la vez.

La hazaña electoral de 2000 no fue suficiente para justificar un recorrido que extenuó a la sociedad. Uno de los efectos más nocivos de la política adoptada por el gobierno saliente fue haber transferido sus errores al conjunto de las instituciones. Lejos de asumir la responsabilidad que le incumbía por los ostensibles desaciertos, el Presidente optó por negarlos o por atribuirlos a otros órganos del poder. El Congreso y los partidos, incluido el suyo propio, fueron los destinatarios principales de las culpas que el Presidente asignó para descargar su responsabilidad.

Esa conducta política ha permitido que el Presidente culmine su periodo con elevados indicadores de aceptación. Es el espejismo producido por una intensa acción publicitaria que encubre una vocación personalista ajena a la democracia que se pregona, y acorde con la tradición política mexicana. Conforme a la propaganda oficial, difundida a través de los medios electrónicos e impresos, los mexicanos debemos todo al Presidente. El Presidente aceptó que su nombre apareciera en la propaganda que, en el mejor de los casos, debió ser institucional. Pero no fue así. Si hay camas en los hospitales, tableros en las escuelas, casas para los trabajadores, alimentos para las familias, es porque una persona que se llama Vicente Fox lo hizo posible.

Hace algunos años Enrique González Pedrero publicó una obra bajo el elocuente título de El país de un solo hombre. Es un estudio sobre la dictadura de Antonio López de Santa Anna. Hoy podríamos hablar de la democracia de un solo hombre porque, en sus declaraciones y en sus acciones, el Presidente estableció que él es la democracia. Por eso consideró innecesaria la reforma del Estado; porque, según sus palabras, su arribo a la Presidencia era, por sí sola, la llegada de la democracia.

No tiene importancia resaltar los yerros del Presidente que sale, pero sí es oportuno advertirlos ante el presidente que entra. Muchos de esos desaciertos tienen por origen el círculo que envuelve a los presidentes, y esto a su vez se explica por la enorme concentración de poder que ejerce una sola persona. Las instituciones no pueden girar en torno a individuos.
No todos los problemas del país se deben resolver con normas limitativas del poder. Lo saludable será que los titulares del poder y la presencia de la sociedad sean suficientes para propiciar la moderación en el ejercicio de las funciones públicas. Podría proponerse que el Congreso legislara acerca de la institucionalidad de la propaganda oficial, para evitar el uso personalista de los recursos públicos, pero esto nada más contribuiría a seguir utilizando las leyes como un freno para el desenfreno. La ley no puede ser un paliativo ante el fracaso de la civilización.

Un nuevo gobierno comenzará y la salud de la incipiente democracia mexicana aconseja que confiemos en que el sentido común regirá sus actos. Quienes tienen poder sobre los demás están obligados a medir el efecto de sus acciones y de sus pasiones.

Maquiavelo enseñó, con razón, que cuando se ejercía el poder absoluto el dilema del gobernante consistía en ser querido o temido. En cambio en un sistema democrático es tan peligroso adorar como temer al gobernante, porque en ambos casos se renuncia a la libertad.

En un sistema democrático las relaciones con el gobernante no se desenvuelven en la esfera del afecto sino de los derechos; en un sistema constitucional el dilema del gobernante está en acatar o desacatar el orden normativo, y en atender o en ignorar las demandas de justicia. El estado de derecho subsiste aunque haya ciudadanos que infrinjan las normas establecidas, pero no donde quienes las violan ocupan el poder.

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