Por Ricardo Monreal Avila*
Muchas gracias, Vicente Fox, por desmentir de manera tan clara y contundente a todos aquellos que aseguraban a los cuatro vientos que la elección presidencial del año pasado fue un monumento de legalidad, equidad y competencia limpia. Ya lo había dicho antes, a unas semanas de entregar el poder: “me siento orgulloso de ser el único presidente que ha ganado dos elecciones, la mía y la de Felipe Calderón”. Pero no con la contundencia, crudeza e impudicia de ahora. Cuando la maquinaria propagandística y editorial, que lleva siete meses machacando que Felipe Calderón ganó en una elección “rechinando de limpio”, casi nos convence de que somos una democracia con estándares suizos, desde Washington el expresidente devela la trama de una imposición y un atraco electoral: durante el proceso de desafuero, “tuve que retirarme y perdí. Pero 18 meses después, me desquité cuando ganó mi candidato (Felipe Calderón)“. Gracias Fox por salvarnos del pabellón siquiátrico a todos aquellos que pensamos que el dos de julio del 2006 se consumó desde la Presidencia uno de los robos electorales más viles en México y una de las usurpaciones más sofisticadas de la voluntad ciudadana desde que Gonzalo N. Santos se robaba las urnas a punta de pistola, pero nos volvíamos locos buscando la prueba central: la confesión presidencial, por escrito o de viva voz. Gracias, gran Fox, por rescatarnos del escarnio público a los mexicanos que denunciamos fraude electoral y que nos llenábamos de coraje y estupor cuando la gente en los restaurantes, plazas y mesas de redacción nos pedían “pruebas, pruebas, pruebas”. Qué agradecidos estamos por recibir en “bandeja de lengua” la reina de las pruebas judiciales: la confesión de parte, la que releva, supera y derriba todas las otras pruebas y alegatos en contra de un fraude que nadie vio, pero que sí existió a partir de la motivación más primaria y rupestre de las pasiones políticas: el desquite. Gracias, en verdad, por no saber distinguir entre sinceridad y cinismo, entre ingenuidad e impunidad y entre verdad e ignorancia. Esa confesión del pasado lunes, donde reconoce sin ambages que el proceso de desafuero lo decidió él y solo él para enfrentar y detener a Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de gobierno del Distrito Federal y puntero en la sucesión presidencial, coloca en el basurero de la historia al expresidente de la Suprema Corte de Justicia, Mariano Azuela, y a todo el sistema de procuración de justicia, porque confirma lo que todos sabemos: que en México la justicia está al servicio del poder político y que el Poder Judicial —en situaciones decisivas— no es independiente del Poder Ejecutivo, sino la guillotina del residente de Los Pinos. Gracias mil por ratificar que en el sexenio anterior y, por extensión, en el que está en curso, nunca hubo un “Estado de Derecho”, como reza el discurso oficial, sino un Estado de Derecha, como lo confirma la realidad cotidiana de precios de productos básicos libres y salarios mínimos contenidos. Mil gracias por desnudar de manera descarnada la motivación política más profunda de la transición democrática de México, tanto en el 2000 como en el 2006, que todos creíamos era la libertad de elección, pero que la autoconfesión impune despoja ahora de todo oropel doctrinario y constitucional para exhibirla en su crudeza y vileza: el desquite personal. Gracias, en verdad, por confirmar que toda una estructura de gobierno y de partido, el PAN, se puso alegremente al servicio de esa venganza y revancha personales. Fox y no Felipe Calderón fue el verdadero candidato a la Presidencia. Fox y no Josefina Vázquez Mota fue el coordinador de la campaña. Fox y no Manuel Espino estuvo al frente del PAN. Fox y no la ciudadanía decidió la elección por un 0.54% de diferencia. Gracias, gran Fox, por construir un museo de la ignominia, que nos permita recordar a todos los mexicanos de ahora y hasta la última generación, que la elección más conflictiva de la historia moderna no la ganó la ciudadanía, ni el PAN ni un candidato “peloncito, chaparrito y de lentes”, sino un presidente grandote, sin visión y con botas de charol, movido por un afán de revancha y venganza. Gracias, gran Fox, por ilustrarnos la diferencia entre una “Elección de Estado” y una “elección de Establo”. La primera está motivada por una razón ideológica autoritaria y una maquinaria institucional. La segunda, en cambio, por una motivación personal: el desquite; un interés político: la continuidad de un partido; y un fundamento económico: sostener a una oligarquía en el poder. Muy agradecidos y muy agradecidos por confirmar de “fuente directa” lo que una buena parte de los mexicanos sospechamos desde el principio: que los árbitros de la contienda electoral, el IFE y el Tribunal, no estaban a la altura del proceso político más importante del último siglo, y podían hacer retroceder la transición democrática, por omisión o por comisión, por negligencia o por complicidad, por ingenuidad o por malicia. Hoy el expresidente los exhibe: IFE y TEPJF fueron dos instituciones que validaron, convalidaron y justificaron un desquite político personal. Peor aún, esos árbitros fueron utilizados, al igual que la Suprema Corte, para dar un “descontón” institucional al enemigo político del presidente y de la pareja presidencial. Los magistrados del desquite ya no están en sus puestos; los salvó la campana. Los consejeros del IFE, en cambio, siguen allí, aferrados a sus sueldos y canonjías. ¿Por cuánto tiempo? Gracias, gran expresidente, por recordarnos tus dos “grandes misiones” en tu carrera política: una, sacar a patadas al PRI de Los Pinos; dos, impedir a patadas el arribo de la izquierda al Palacio Nacional. En efecto, la presidencia de Fox fue de la patada. Gracias, expresidente, por corregirse y superarse a sí mismo. Antes había dicho: “ya hablo libre... digo cualquier tontería... total, ya me voy”. Hoy, como expresidente, puede corregir: “También actué libre en la Presidencia, desde donde hice varias tonterías como la del desquite, pero valió la pena, porque aquí estoy..., impuse a mi candidato”. Gracias, en serio, por dar sentido y contenido a palabras como “presidente espurio”, “usurpador” y “pelele”. En fin, gracias gran Fox por mostrarnos la pequeñez del “primer presidente del cambio”, que hasta como expresidente ha sido un fraude. |
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