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El México de Andrés Manuel López Obrador.
Por J. Alejandro
1. Qué pasa cuando la desigualdad social es tanta, tan hiriente, tan obscena...
Las sociedades se basan en su capacidad de proporcionar a sus integrantes satisfactores a sus necesidades básicas. Cuando esto no sucede, surgen los medios de control social para generar una percepción: las condiciones de vida son malas, pero se busca mejorarlas, o bien, mejorarán próximamente.
Esta idea difundida de falso bienestar es entonces apuntalada por acceso a distractores (entretenimiento, trivialización e identificación de valores positivos en las carencias –“Nosotros los pobres”-, idealización de arquetipos de la pobreza –“El chavo del ocho”- o de estereotipos de abnegación – “María Isabel”-) y también, por la exacerbación de las creencias religiosas y los dogmas.
Cuando los medios de control son rebasados por las condiciones de vida de una proporción mayoritaria o al menos significativa de la sociedad, adversas hasta un límite intolerable, sobreviene inevitablemente un estallido o cisma social. Esto se traduce en confrontaciones públicas entre el sector agraviado y las estructuras encargadas de la seguridad y el orden. Tales confrontaciones van desde manifestaciones en espacios comunes, huelgas, bloqueos de los caminos y vías de comunicación, boicots, hasta la lucha armada, la guerrilla o la guerra civil.
La diferencia en la expresión del descontento social estriba en la mayoría de las ocasiones (siendo la historia universal testigo de ello), en la forma en que este sector social expresa su inconformidad, en otras palabras, en la existencia de organización y de ejes que articulen y coordinen dicha organización.
2. Quien no conoce su historia...
En México, históricamente los estallidos sociales son preludio, casi inmediato, de la violencia social. En todos los antecedentes históricos, el primer golpe lo ha propinado no el sector agraviado, sino el régimen amenazado.
La intención de Iturbide de exterminar a los insurgentes (Guerrero, Victoria, Bravo) devino en la guerra civil que derrumbó su débil imperio, lo desterró y al intentar volver lo fusiló.
Los conservadores lanzaron una guerra civil para destruir la Constitución juarista de 1857, y quisieron con la ayuda del Imperio francés imponer a un noble austriaco destruyendo también la República, y el pueblo convertido en el ejército liberal derrocó a Maximiliano, lo fusiló y restauró la República.
El régimen dictatorial de Porfirio Díaz reprimió violentamente las huelgas de Cananea y Río Blanco, y cometió un fraude electoral después de haber asegurado que México estaba listo para la democracia, y encarceló al candidato opositor Madero; en respuesta el pueblo se organizó y tomó las armas, derrocó a Díaz, lo desterró a Francia, y el régimen surgido de ese movimiento popular negó por décadas su papel como liberal juarista, es decir, lo mandó al “basurero de la historia”.
Con la llegada de los neoliberales al poder en 1982, vía la Secretaría de Programación y Presupuesto, se rompió en cierta medida esta lógica, pero se confirmó la constante en la historia mexicana: el régimen de la Revolución, ya institucionalizada, se corrompió y entró en complicidad con la misma burguesía que combatieron los verdaderos revolucionarios, convirtiéndose en sirviente de la misma hasta que, paulatinamente, fue desechado por la alternativa gerencial existente como partido político desde 1939 y creada para darle, por un lado, cauce institucional al sinarquismo de las clases bajas, y por otro, presencia política a las cúpulas empresariales, asustadas ante el régimen de carácter social de Lázaro Cárdenas: El Partido Acción Nacional (PAN).
Este proceso, culminado en 2000 con la alternancia de la presidencia de la República, ha sido el más nocivo políticamente y el más devastador económicamente para el pueblo mexicano. La sustitución del corrupto régimen priísta, basado en el Estado benefactor; por el capitalismo a ultranza de los neoliberales, igualmente corrompido pero exponencialmente voraz, ha sido la causa de que al menos 65 millones de mexicanos vivan por debajo de los estándares mínimos de bienestar establecidos por Naciones Unidas.
Los últimos 25 años, han sido pues, una sucesión de desilusiones, crisis económicas, desigualdad y pobreza recrudecidas, descomposición del tejido social y cultural, creación de monopolios comerciales, saqueos y quebrantos financieros de proporciones colosales, y fraudes electorales aún mayores, todo con la complicidad de la llamada clase política, es decir las cúpulas de los partidos. En resumen, se han creado todas las condiciones para un estallido social en México.
Ante esto, el gobierno surgido de la alternancia gerencial se caracteriza por ser insensible, corrupto, torpe, antagónico, represivo, arbitrario, frívolo, y encima de todo esto, impuesto contra la voluntad de la mayoría como lo ha puesto en evidencia el proceso electoral de 2006, por lo que también se le puede considerar antidemocrático.
3. Andrés Manuel López Obrador.
Surgido como político en la izquierda socialdemócrata, que disidió del régimen priísta en 1987, y dos años más tarde se fusionó con la izquierda social para fundar el Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador es un líder con más de treinta años de trayectoria. Ha ocupado entre otros cargos el de Director del Instituto Nacional Indigenista, Presidente Nacional de su partido de 1996 a 1999 (años en que el partido conquistó más espacios en la administración pública y la jefatura de gobierno del D.F.), y de 2000 a 2005 jefe de gobierno de la Ciudad de México, cargo en cuyas evaluaciones (apoyo ciudadano, desempeño y una encuesta mundial) fue altamente calificado.
Con un manejo mediático notable, y un gobierno activo y en pro de los intereses de los sectores vulnerables de la población, López Obrador se convirtió en la figura más notable de la política nacional, muchas veces por encima del propio presidente de la República Vicente Fox, que en 2000 logró para su partido (el PAN) la primera magistratura, luego de 71 años de régimen del PRI.
Con estos antecedentes, en 2005, el gobierno federal, en complicidad con la mayoría que en el Congreso formaban el PRI y el PAN, emplearon un recurso legal (un tecnicismo) para apuntalar una estrategia política: evitar que Andrés Manuel López Obrador pudiera contender el año 2006 por la presidencia de la República.
Por medio de una trampa legal, se entabló un proceso judicial, que de proceder se convertiría en un juicio de desafuero para el Jefe de Gobierno. El fuero constitucional es una figura jurídica en la que el régimen de sanciones de los fueros común y federal cambia, la mayoría de los casos para facilitar que el funcionario público continúe haciendo su labor. Pero, cuando a un funcionario público le es removido su fuero mediante un juicio de corte de procedencia (sea ésta el Congreso local o el federal) también (y como todo ciudadano consignado, cosa que sólo pasa en México) es despojado de sus derechos políticos, entre otros el de ser votado, es decir participar como candidato a un puesto de elección popular.
Ante tal circunstancia, las protestas populares fueron evidentes y de dimensiones que nunca calcularon los autores de dicha trampa. Ya consumado el desafuero, más de un millón de personas se reunieron en el zócalo capitalino para protestar y mostrar su respaldo a López Obrador. Era, hasta ese entonces, la mayor demostración de apoyo popular jamás vista en la historia de México. Esto, aunado a la enorme torpeza en la integración de los expedientes del caso, hizo que la Suprema Corte de Justicia desechara los resolutivos de este juicio, lo que le costó el puesto al Procurador General de la República, además del desprestigio nacional e internacional del gobierno federal.
4. El 2 de Julio.
En 2006, comenzaron las campañas presidenciales. Con un despliegue de recursos nunca visto, el partido oficial se estrenó como tal dedicando su estrategia a satanizar a López Obrador, presentándolo como “Un peligro para México”. Fue tal la intervención del gobierno federal, de las organizaciones de empresarios y del propio Instituto electoral a favor del candidato oficial, que en todo el mundo fue noticia.
También en todo el mundo, se reportó la manipulación del Instituto electoral de los resultados en la elección presidencial, antecedidos de encuestas de dudosa metodología realizados por empresas financiadas por los medios de difusión (María de las Heras, GEA-ISA, Consulta-Mitofsky, entre otras). El manejo amañado de los votos y de su conteo fue, citando a Manuel J. Clouthier, “vergüenza que nuestro México no merece”. Para apuntalar todo este operativo, los medios electrónicos (la tv) emprendieron paulatinamente una ofensiva contra la entonces Coalición por el Bien de Todos, recrudecida a partir del 30 de julio, con la decisión de la toma de Paseo de la Reforma por parte de un millón de simpatizantes.
Con la complicidad del poder judicial, el oficialista Felipe Calderón fue declarado presidente electo. Con ello, los detentores del capital financiero consideraban cerrado el episodio de la sucesión presidencial y salvaguardados sus intereses. Sin embargo, el movimiento social surgido de esta imposición y liderado por López Obrador se organizó, y en la Convención Nacional Democrática, efectuada el 16 de Septiembre, decidió desconocer los resultados electorales, y nombrar a Andrés Manuel López obrador presidente legítimo de México.
5. Resistencia y Represión.
A partir de entonces, se ha generado un creciente movimiento de resistencia civil pacífica, cuyas manifestaciones han sido constantes e ininterrumpidas. Entre otras actividades, la resistencia se ha encargado de evidenciar las formas en que se cometió el fraude electoral, así como a los consorcios que ilegalmente financiaron dicho fraude. Paralelamente, se sostiene un boicot contra tales consorcios, evitando consumir los productos que venden.
Tan creciente como es la resistencia, es el cerco informativo de los medios de difusión. La censura (oficial o auto infringida) se ha vuelto común en los espacios noticiosos, cada vez más alineados al poder empresarial y gerencial (el gobierno federal).
El miedo ha orillado al gobierno impuesto a volver a los métodos represivos de la década de los setenta. Los movimientos sociales de protesta son brutalmente reprimidos mediante arrestos ilegales, tortura de los detenidos y desapariciones de ciudadanos, tal como sucede en Oaxaca. Los órganos de seguridad del Estado son fortalecidos no para garantizar la seguridad de los ciudadanos, sino para mantener a raya y reprimir a quienes reclaman sus derechos y ponen en evidencia la corrupción oficial. Los programas sociales, educativos, de salud y cultura desaparecen paulatinamente a fuerza de recortes presupuestales. Todo esto, ha llevado al límite a la población más pobre y olvidada. ¿Por qué entonces no estalla, por ejemplo, una guerra de guerrillas urbana; o peor aún: una guerra civil?
6. El presidente legítimo.
El papel de Andrés Manuel López Obrador, es más importante el día de hoy, de lo que fue durante la campaña presidencial o durante toda su trayectoria previa. Su principal misión es darle cauce positivo al descontento de la mayoría excluida. Es para muchísimos ciudadanos, la única esperanza de que su situación adversa cambiará para mejorar.
Su posición política es clara. No caer en la tentación del movimiento armado, de la violencia; ya que si fuera así, se caería en el juego del régimen. Pero tampoco caer en la fácil negociación de cúpula, porque eso es darle la espalda a los millones de personas que sustentan el movimiento de resistencia. Es por ello que, sin lugar a dudas, la división, el encono y la violencia que lastima a nuestro país y su imagen, no son responsabilidad del pueblo; no son responsabilidad de los ciudadanos en resistencia pacífica; no son, pues, en absoluto, responsabilidad de Andrés Manuel López Obrador. Como ha ocurrido históricamente, la violencia es producto del miedo; y quienes viven rodeados de cientos de policías y militares, viven con miedo. Un gobierno que tiene miedo de su propio pueblo, la historia lo demuestra, es un gobierno débil.
Andrés Manuel López Obrador, como lo ha dicho, no tiene miedo. Ni las amenazas, ni la cárcel, ni la violencia amedrentan a quien sabe que tiene el apoyo de millones de personas. El liderazgo de López Obrador no genera violencia, la contiene. Su figura no polariza, organiza. Su presencia y decisión de asumir un gobierno legítimo, no busca que los mexicanos nos confrontemos, sino que mitiga y encauza la impotencia y el avasallamiento que siente un sector mayoritario de la población. López Obrador, pues, evita que el vaso del país derrame la gota del estallido social.
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