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viernes, septiembre 15, 2006

GRANMOVIMIENTO NACIONAL CONTRA LA IMPOSICIÓN DE LA DERECHA.

Calderón y Salinas.

josé gil olmos
México, D.F., 14 de septiembre (apro).-


La elección del pasado 2 de julio tendrá la mancha de la sospecha a pesar de todos los esfuerzos que hagan las autoridades electorales y gubernamentales por lavar su propia imagen.

Todo ha abonado a que esta sospecha crezca y a que el triunfo de Felipe Calderón no sea tomado como una victoria legítima, sino como un arribo al poder de manera espuria, es decir, falsa y fraudulenta.

Por eso en la historia, la victoria que se le da a Calderón podrá ser comparada con la elección de 1988, cuando Carlos Salinas de Gortari le arrebató con un fraude el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas.

La petición denegada del IFE al recuento de los votos solicitada por Andrés Manuel López, la legitimación del triunfo de Calderón por parte del Tribunal Electoral, rechazando las pruebas de intervención del presidente Vicente Fox y los empresarios más poderosos del país, y la ultima decisión del IFE de rechazar la petición de Proceso y un grupo de ciudadanos para acceder a la revisión de las boletas electorales, son los tres principales elementos que hacen crecer la sospecha de que el triunfo del PAN no es legítimo.

Esta percepción no sólo la comparten los adversarios de Calderón, también entre muchos de los ciudadanos que le dieron su voto está la sensación de que algo no está bien en el triunfo del michoacano. Los defensores del ahora presidente electo no aguantan el cuestionamiento de por qué no se acepta el recuento de los votos o la revisión de las boletas electorales y al final admiten de manera incómoda que esto únicamente alimenta la sospechas del fraude.

El riesgo para la gobernabilidad que provoca esta situación para el próximo presidente es más que evidente.

Cómo confiar en un personaje que llega a ocupar la máxima autoridad gubernamental, cargado de recelos sociales y de suspicacias políticas.

El riesgo es que Calderón vaya a tratar de imitar a Salinas, quien ante la ilegitimidad de su triunfo actuó con la mano dura en contra de sus adversarios y de esa manera obtener la credibilidad social.

Pero Calderón no puede compararse con Salinas. La inteligencia de este último no la tiene el panista, tampoco sus alcances políticos, su preparación intelectual (doctorado en economía en Harvard) ni la concepción en el uso del poder del Estado.

Menos se pueden comparar los equipos de uno y otro, es como tratar de equiparar a niños de párvulos con políticos de carrera.Tal vez en lo único que se puedan comparar es en el despotismo con que ambos se conducen, aunque con una disparidad importante: Salinas era un político de estrategias, fue uno de los constructores del proyecto económico neoliberal, un hombre con una idea clara del ejercicio del poder del Estado, aunque muchas de las veces perversa.

Mientras que a Calderón le faltan las ideas, no tiene la historia de un político de alturas, y no ha dejado ninguna huella que se recuerde en los puestos legislativos y gubernamentales por donde ha pasado. Además, también a diferencia de Salinas, no se le ve fuerza como líder dentro de su propio partido, ya que Manuel Espino, el líder nacional del PAN, ha demostrado tener mayor pesos y tener intereses propios tanto al interior del partido como en el Congreso legislativo. Esto es, no se observa que haya una empatía entre el PAN y el gobierno de Calderón y, sin partido, un presidente no tiene la base natural para su administración.

Ante la ausencia de logros políticos y en medio de una circunstancia adversa por el descrédito de las elecciones, no se descarta que Calderón quiera repetir las formas con las que Salinas se legitimó hace 18 años: un “quinazo” con los hijos de Marta Sahagún, una inversión descomunal en programas sociales para hacerse de la simpatía de los sectores más desprotegidos, el arranque de una campaña de imagen en los medios, el lanzamiento de un paquete de propuestas de reformas constitucionales y el apropiamiento de la presidencia partidista.

Sin embargo se corre el riesgo del fracaso, porque ni Calderón es Salinas, ni las circunstancias de 1988 y el 2006 son las mismas, y tampoco enfrentan en la izquierda al mismo opositor: López Obrador no es “institucional” como lo fue Cuauhtémoc Cárdenas, y el tabasqueño está en víspera de organizar un gran movimiento nacional de oposición al gobierno de derecha del PAN.

A Gil Olmos le faltó lo mero principal, que el pueblo apoya a AMLO.

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