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viernes, junio 02, 2006

UN PUBLICO DE CRÍTICOS NO DE CLIENTES.

Juan Villoro escribe en el Reforma:

La fuerza de las dudas.

El pasado martes 30 se celebró el foro sobre Identidad y Cultura convocado por el Consejo Consultivo para un Proyecto Alternativo de Nación. Reproduzco, en forma de artículo, lo que dije en esa ocasión.

Durante la primera mitad del siglo XX, la cultura mexicana se indagó sin reposo a sí misma para conocer su diferencia. El saldo más conocido de ese empeño, El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, invita a asumir sin complejos el sentido de pertenencia. Poco después, en su libro Posdata, el propio Paz agrega: "El mexicano no es una esencia sino una historia".

La condición nacional está abierta al tiempo.Si algo caracteriza al México del siglo XXI es que hay muchos modos de asumir la identidad. El guión del nacionalismo unitario ha sido relevado por formas muy diferentes de entender que formamos parte de una colectividad. Lo que articula a este mosaico disperso -sus valores entendidos- es la cultura.

Los modos en que nos representamos la realidad pueden ser tan variados como el millonario número de nuestros paisanos. Sin embargo, el asombro esencial de esta diversidad es que puede ser comunicada. Entender lo que piensa el otro, así sea para refutarlo, es un gesto de cultura.No es concebible un sujeto integral si no puede ejercitar el deseo y la memoria, es decir, si no actúa culturalmente.

A veces, esto se da en la privilegiada soledad de páramo; a veces, necesitamos de una segunda forma del tiempo, la música, o las variantes de la memoria externa que van del libro al disco duro. Estar a la altura de nuestras emociones y nuestros recuerdos es un logro cultural. Cuando una sociedad asienta estos valores hay que hablar poco de ellos: llegan como la picadura del ajonjolí, la renovada sorpresa de lo habitual.

Llama la atención la demora para poner a la cultura en el centro de la agenda política. No se trata tan sólo de mejorar el repertorio de nuestras artes, sino de entender de qué redes de sentido formamos parte y cómo podemos expresar en ellas nuestras diferencias.

El trato social en su conjunto, el acceso a la información, la educación y las tecnologías que conforman el modo en que vivimos, están determinados por estrategias y usos culturales.Si la identidad es múltiple, no puede ser representada en exclusiva por la política de partido.

Uno de los desafíos de la hora mexicana consiste en ciudadanizar la política. No sólo por el desprestigio de los partidos establecidos, interesados en lo fundamental en perpetuar cuotas de poder, sino porque el ejercicio de la cultura presupone la discrepancia, la contradicción, el respeto a formas alternas y minoritarias de entender la realidad.Por suerte, las ideas pueden vivir a la intemperie y no requieren del cobijo de una sede partidista para pasar la noche.

La izquierda sólo será moderna si reconoce su papel incluyente para articular las formas más variadas de representación de la conciencia. No una cultura de partido, sino una cultura comunitaria cuya vitalidad dependa de su condición crítica.El pensamiento conservador, rara vez laico, busca preservar una tradición sin novedades, seguir una senda única, expulsar lo que sea distinto.

Aunque la izquierda no ha sido ajena a la intolerancia, su actitud ante la diversidad -su talante, diría Rodríguez Zapatero- debe ser el de la inclusión. La cultura izquierdista moderna podría definirse con una paradoja: su radicalidad deriva de respetar lo múltiple. Esto en modo algo representa una claudicación o una temible falta de congruencia. Ningún atrevimiento supera al de defender los derechos de las ideas enemigas.

La cultura mexicana está urgida de un desplazamiento: su principal área de interés deben ser los públicos. La gran pregunta es: ¿dónde está el público? El reto igualitario consiste en contribuir a crearlo, al margen de los criterios comerciales. Un público de críticos, no de clientes.

La tarea no se limita a la obviedad económica de subir salarios para que la gente pueda pagar boletos, sino en transformar el nombre de una estación del metro (Bellas Artes) en una necesidad cotidiana.Lejos de las ideas mesiánicas y las ortodoxias, la izquierda ciudadana debe aspirar a la repartida justicia de la pluralidad.

Su puesta en práctica dependerá de los trabajos combinados del gobierno, las comunidades de vecinos, los consejos artísticos, los observatorios cívicos, los grupos indígenas, los mexicanos en Estados Unidos, los foros virtuales y otras formas de participación todavía inéditas que pronto se anunciarán por correo electrónico.

Asustado de los otros, de los nacos, de los mexicanos, el sectario dice: "No me hables así, que no somos iguales". Este primitivo refrán ignora que la igualdad existe para pensar distinto. Forma máxima de la conversación, la cultura depende de persuadir, aplazar, escuchar, dejarse convencer. ¿Es mucho pedir una izquierda que converse? No lo creo.

Si la fuerza social del pensamiento progresista deriva de atender a los desposeídos, su fuerza cultural deriva de defender el pensamiento múltiple.Ningún principio más saludable contra las certezas absolutas que la incertidumbre.

Como ejercicio cultural, el voto por la izquierda depende de sopesar las dudas. Quien vota así no renuncia a sus vacilaciones: las aplaza. La fuerza de las ideas abiertas se funda en la autocrítica. Contra la convicción sin fisuras de la secta y las reducciones del integrismo, un gobierno de izquierda debe ofrecer la mejor plataforma para ser criticado y para aprovechar la utilidad social de la discrepancia.

El mundo ocurre al menos dos veces, en la limitada realidad y en el amplio horizonte de los deseos. El deseable porvenir de la izquierda depende de la cultura. Termino con una prueba empírica: no tenemos la patria "impecable y diamantina" que anheló López Velarde, pero podemos imaginarla.

Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.

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