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sábado, julio 15, 2006

LA RESISTENCIA CIVIL EMPEZARÁ A COBRAR UNA NUEVA DIMENSIÓN.

Benedicto Ruiz Vargas escribe:

El peligro del odio.

Lo que estamos viendo después del 2 de julio no es un conflicto poselectoral en estricto sentido, sino una inmensa grieta social y política producida por la nomenclatura del poder en México y en especial por la campaña de odio y de linchamiento político impulsada por ella.

Polarizar a la sociedad y fracturarla a través del miedo fue una estrategia electoral adoptada conscientemente, pero sus autores ignoraron o minimizaron sus alcances y las repercusiones políticas que podría tener.

Ignoraron, por ejemplo, el enorme agravio que significó para miles de ciudadanos el desafuero contra Andrés Manuel López Obrador, el cual fue visto como el primer intento para impedir su participación en la contienda electoral.

El mensaje enviado por la respuesta masiva para reprobar esa decisión no fue entendido en los círculos del poder y siguieron con la segunda fase durante la campaña. En esta segunda fase el propósito no era vencer electoralmente a AMLO, sino de destruirlo antes de que los votos llegaran a las urnas.

Para destruirlo electoral y políticamente se recurrió a toda la fuerza del aparato del Estado, en alianza con los poderes fácticos como las cúpulas empresariales y los medios de comunicación, quienes impulsaron en todo momento la candidatura de Felipe Calderón e incluso se adelantaron a sus estrategias de golpeteo.

Su campaña a mansalva adoptó como estrategia central la promoción del miedo y la difusión de prejuicios contra los pobres y la ignorancia, atizando las fobias y el temor de que en México esos grupos pudieran llegar a conquistar el poder.

Esa estrategia emponzoñó la atmósfera electoral y envenenó el alma de los panistas, confundió a mucha gente, profundizó en los agravios a la sociedad mexicana, pero sobre todo confirmó ante una gran mayoría de la población que el poder se había amafiado de nuevo para impedir que un candidato cercano a la izquierda pudiera ganar la presidencia.

No era ya el PAN ni Felipe Calderón los rivales de AMLO, ellos fueron y han sido un instrumento del poder estatal y el de una élite que había decidido, al costo que fuera, destruir la fuerza social y política de López Obrador.

Con saña y violencia institucional atacaron a fondo hasta los últimos minutos de la campaña, esparciendo el odio y el terror verbal por las pantallas de televisión, antes de llegar a la tercera fase de su estrategia: filtrar o esconder los votos de López Obrador en la alquimia instalada en el IFE.

Sin embargo, al igual que las otras fases, ésta también fracasa rotundamente, pues el IFE desde el mismo día la votación se hace presa de la sospecha y queda como un organismo sin independencia y digno de confianza.

Los días posteriores sólo confirman que los votos no fueron contados correctamente en algún circuito de su largo trayecto, empañando la victoria pírrica, hasta este momento, del candidato panista.

Lo que estos episodios nos muestran es sólo la superficie de algo más profundo que está pasando en México. Primero, cuestionan que en el país se haya instalado plenamente la democracia electoral o que se cuente ya con instituciones sólidas que actúen al margen de los poderes fácticos. Lo que tenemos es una democracia retórica, resguardada y manipulada por el Estado y por los grupos de poder que manejan los hilos de la economía, las finanzas y los medios de comunicación.

Los límites de esta democracia están dados por los privilegios de los que gozan una minoría en el país.Si una fuerza contraria o antagónica a esos intereses busca la conquista del poder político a través de una elección, como lo imponen las reglas de la democracia, siempre será combatida y atajada por todos los medios, como ocurrió antes en 1988 y ahora en el 2006.

Los instrumentos cambian con el tiempo pero su lógica sigue siendo la misma. Antes el PRI sirvió como correa de trasmisión de ese poder y como mecanismo de control y manipulación de las masas. Cuando ese partido ya no sirve y entra en crisis, se adopta al PAN como nuevo valladar de los privilegios y el poder de una élite.

Éste es el papel que ha jugado Fox desde la presidencia.Fox ha sido el vocero y el instrumento de este poder, pero sobre todo el artífice de la polarización social y el odio esparcido contra la izquierda y en particular contra López Obrador.

Su lucha no es de carácter electoral o política simplemente, es una confrontación histórica contra las fuerzas que cuestionan la concentración de privilegios y las fuentes de la desigualdad social en México.

Si esas fuerzas recurren a las urnas como vía de transformación, siempre se antepondrá, como ahora, la coerción y la violencia institucional del Estado.

Este es el mensaje y el trasfondo de la elección, escondido en el ruido mediático y el discurso insulso de la defensa de las instituciones y la democracia.

Su problema es que, para una gran parte de la población, ya no es creíble. La elección ha perdido su legitimidad. El país está dividido y en las puertas de una crisis política de mayor envergadura.

Ahí lo han puesto los promotores del odio. Cualquiera que sea la decisión del Trife, la resistencia civil empezará a cobrar una nueva dimensión.

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