Don Enrique Semo escribe:
Mineros y electores.
Enrique Semo.
¿Pugna entre líderes? ¿Conflictos personales entre Napoleón Gómez Urrutia y los ejecutivos del Grupo México, entre los cuales figuran en forma prominente varios excolaboradores del gobierno de Salinas que privatizó la industria? ¿Jugosas ganancias especulativas del Grupo México por las huelgas? Sin duda.
Pero para los mineros se trata de algo muy diferente, mucho más vital, más emotivo, más personal. Algo que está presente en su trabajo, en su vida cotidiana: el ambiente inhóspito de la mina y el miedo a los accidentes probables, a la falta de condiciones de seguridad y a las enfermedades inevitables; así como sus pasatiempos, su fuerte conciencia de solidaridad y su identificación, a veces hereditaria, con el gremio. Los mineros tienen sin duda sus propias voces, pero hasta ahora apenas las hemos podido escuchar. Sólo en los momentos y lugares más críticos nos llegan, y eso, a cuentagotas.
Los mineros y metalúrgicos están en huelga en San Martín y Sombrerete, Zacatecas; en Agua Prieta, Sonora, y en Sicartsa, de Ciudad Lázaro Cárdenas, Michoacán. Perdieron 65 compañeros en Pasta de Conchos y dos en Ciudad Cárdenas, además de que hubo 100 heridos, 18 de bala.
Los familiares de los muertos de Pasta de Conchos siguen hablando, pero nadie quiere escucharlos. Por el contrario, ante la indiferencia de autoridades y legisladores, han sido amedrentados con represalias económicas e incluso físicas si siguen exigiendo el rescate de los cuerpos y la aclaración de las causas del desastre. Y eso, pese a los estudios que muestran que éste nada tuvo de casual.
Un charrazo clásico está en marcha. En plena revisión de contrato, el sindicato es dividido por la empresa Grupo México, que ha estado firmando con las secciones más dóciles, al tiempo que amenaza con cerrar las minas en las que continúa el paro. Su sindicato está siendo intervenido directamente por el gobierno, que primero ratificó como dirigente a Gómez Urrutia y luego, sin decir agua va, de acuerdo con Villacero y Grupo México, transfirió su reconocimiento a Elías Morales.
El PAN, heredando del PRI, sin pudor, las prácticas corporativas. Los mineros comprenden que los sucesos los han colocado en el centro álgido de un complejo y confuso proceso de reforma que está dividiendo al movimiento sindical nacional, con una participación cada vez más activa de las bases.
El 1 de mayo, en el Zócalo y en un acto que duró apenas 30 minutos, los líderes del Congreso del Trabajo dieron su respaldo a Elías Morales, pese a que en el momento en que Víctor Flores (“¡A sus órdenes, señor Presidente!”) levantaba su brazo en señal de triunfo, recibía una prolongada rechifla.
Poco después, y ante 80 mil trabajadores, las asociaciones reformistas se pronunciaron por la autonomía sindical y escucharon un mensaje videograbado de Napoleón Gómez Urrutia, quien llamaba desde un misterioso destierro a continuar la lucha contra la intromisión del gobierno de Fox y las empresas en la vida interna del sindicato.
Los obreros vienen sufriendo los efectos de una crisis de la industria que ha redundado en la pérdida de más de 5 mil plazas de trabajo, y sus desgracias actuales no son ajenas a su apoyo a los sindicatos que protestaron contra la reforma Abascal a la Ley del Trabajo. Muchos de ellos saben también que el conflicto ya cobró un carácter internacional. Al rechazo nacional se han sumado poderosas centrales sindicales estadunidenses y canadienses que, reiterando su apoyo a los trabajadores migrantes contra la ley que criminaliza a los indocumentados, condenan la campaña del grupo Villacero y del gobierno contra el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana.
Ya antes, hace un año, más de 10 mil mineros habían protagonizado protestas simultáneas en diversas ciudades de Estados Unidos, Perú y México, en empresas del Grupo México, para exigir respeto a sus prestaciones y a las leyes y convenios básicos nacionales e internacionales, así como un trato digno. En Pasta de Conchos, los mineros y sus familias fueron victimas, pero también pueden ser rebeldes. Tienen una larga historia en que aparecen a veces como lo primero y otras como lo segundo. La rebeldía, cuando se expresa en la huelga, no significa violencia. Hasta ahora, la única violencia habida ha sido la provocada por el ataque del gobierno federal y local en Sicartsa.
24 de mayo de 1985.
Estupefactos, los lectores de los principales diarios del país se despertaron para ver en primera plana una fotografía de desnudo multitudinario, que para aquel entonces era un espectáculo insólito: 3 mil 500 mineros de Real del Monte, con el casco en la cabeza, botas y algunos cinturones raídos como únicas prendas, realizaban un paro de más de una hora en protesta porque la directiva de la paraestatal se empeñaba en reajustar personal eventual y reducir prestaciones, entre ellas el reparto de ropa adecuada y equipos de seguridad. (En lugar de mascarillas, sólo usaban un paliacate o un trapo para taparse la boca.)
El acto era la culminación de un largo movimiento para lograr condiciones más dignas y un trato más humano en una comunidad en la cual el índice de mortandad era superior al de El Salvador o Guatemala, países que se hallaban sumidos en la guerra civil.“No nos apena estar encuerados. Peor estamos en el infierno de allá abajo --en la mina--, o mutilados y aplastados por un derrumbe”, señaló un minero entrevistado antes de vestirse para reiniciar sus labores.
Con el solo anuncio de nuevos paros y movilizaciones, los mineros lograron que el director de la empresa iniciara las negociaciones. Luego se obtuvo un acuerdo en el cual algunas de las demandas fueron aceptadas. “Aquí la constante es la muerte, ya sea por accidentes en la mina o por la silicosis”, comentó Jaime Mata, quien trabajaba en esa compañía minera desde hacía 30 años.
Otro veterano explicó que era la necesidad, la falta de trabajo o la herencia que va pasando de padre a hijo lo que los hacía permanecer en el oficio, a pesar de todo.
16 de octubre de 1950.
A las 12:00 horas, 4 mil 500 mineros de Nueva Rosita y Cloete abandonaron las minas para declararse en huelga. El movimiento se había desencadenado contra la ofensiva del gobierno que se proponía imponer una dirección afín a sus intereses, desplazando a los líderes elegidos, y cortar de tajo las demandas de aumentos de salarios después de la reciente devaluación.
Para aquel entonces, los conceptos de charro y charrazo tenían ya carta de naturalización. Su origen fue banal. Dos años antes, un dirigente ferrocarrilero corrupto al servicio del gobierno, de nombre Jesús Díaz de León y a quien apodaban El Charro, se había apoderado de la dirección del sindicato levantando una demanda contra los dirigentes legítimos, Luis Gómez Z. y Valentín Campa, ante la Procuraduría General de la República, por un supuesto desfalco. Mientras ellos iban a parar a la cárcel, El Charro se quedaba con la dirección.
Lo mismo estaba sucediendo en el Sindicato de Mineros y Metalúrgicos. Cuando en una convención el gobierno imponía a su dirigente Jesús Carrasco, el resto de los delegados rechazaban la imposición y se constituían en Convención Nacional Independiente, con la participación de la inmensa mayoría de las secciones mineras. Se produjo entonces una feroz represión que se extendió a todo el país.
En Nueva Rosita, la Mexican Zinc Co., subsidiaria de la Azarco, se afanó en provocar a los obreros con constantes violaciones al contrato de trabajo. Éstos protestaron, y la compañía, con el apoyo del gobierno, aprovechó la ocasión para agredir la organización local del sindicato. El Ejército ocupó el local de la Sección 14 y los mineros, bajo la amenaza de las ametralladoras que desde ahí apuntaban al pueblo, se lanzaron a la huelga.
Se formó el Comité de Huelga, y a su cabeza se nombró a un obrero de base, Pancho Solís. El 25 de octubre se realizó en el Zócalo de la Ciudad de México un gran acto de apoyo a los huelguistas, mientras se recibían cartas de solidaridad de decenas de sindicatos extranjeros. Los mineros de Nueva Rosita fueron privados de sus fondos de resistencia, de servicio médico, y sus niños dejaron de ser recibidos en las escuelas públicas. De muchas partes comenzó a llegar ayuda, pero la situación de los trabajadores y sus familias comenzó a volverse desesperada. El hambre se generalizó y los niños pequeños empezaron a morir. En Nueva Rosita se impuso el estado de sitio, mientras el presidente Miguel Alemán declaraba que este era un régimen de derecho y que la ley se iba a aplicar a como diera lugar.El 20 de enero de 1951 los mineros decidieron marchar a la Ciudad de México a defender sus derechos; 5 mil obreros, muchos de ellos acompañados por sus familias, iniciaron la larga marcha de mil 500 kilómetros. Mes y medio más tarde, llegaban a la capital y miles de ciudadanos se congregaron para acompañarlos hasta el Zócalo.
El 20 de marzo, el gobierno dictó su fallo terminante: la huelga era inexistente, la empresa debía buscar la manera de reponer hasta mil trabajadores, considerándolos como de nuevo ingreso, y los demás recibirían ayuda (que nunca llegó) para dedicarse a otras actividades.
¿Se irá a repetir la historia en 2006 bajo el supuesto gobierno del cambio? Felipe Calderón ha dejado muy claro que él está en la línea de Miguel Alemán. El “estado de derecho” es para los ricos. Y, en este caso, los ricos son los dueños de Villacero y Grupo México.
Pero ahora hay una diferencia: Los mineros, los obreros en general, son también electores en un sistema en el cual hay otras opciones. Deberán decidir si ha llegado el momento de elegir a un Gobierno que garantice la democracia sindical, que respete el derecho de huelga, que mejore las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores, que comprenda que la competitividad no puede ya basarse en la miseria y el deterioro de los trabajadores y trabajadoras.
Para ellos, el 2 de julio será una fecha decisiva. Su fuerza está en ellos mismos, pero el Gobierno que venga puede ser un aliado incondicional de las grandes empresas y los líderes charros, como el actual, o un gobierno más sensible a sus demandas y sus derechos, y ese sólo puede ser el que encabece Andrés Manuel López Obrador.
Enrique Semo es secretario de Cultura de la Ciudad de México.Los mineros están en huelga. Perdieron 65 compañeros en Pasta de Conchos y dos en Ciudad Cárdenas, además de que hubo 100 heridos, 18 de bala.
Una razón mas para votar por AMLO y la mayoría perredista al Congreso.
/tr> |
viernes, mayo 19, 2006
MINEROS: SU HISTORIA.
Publicadas por Armando Garcia Medina a la/s 11:16 p.m.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario